domingo, 6 de octubre de 2013

Teetetes (Platón)

Sobre Sócrates

Leer los Diálogos de Platón puede ser un auténtico sufrimiento. Ello se debe a varias características muy particulares de la obra a las que en definitiva no nos encontramos acostumbrados: el pensamiento riguroso requiere de la definición de conceptos de manera clara e inequívoca, tradición que comienza el personaje de Sócrates y que es muy poco común fuera de los textos científicos (que por desgracia no siempre se caracterizan por su claridad), la abierta homosexualidad de Sócrates que en muchos ámbitos no es bien vista y puede provocar escándalo si se tiene una completa falta de criterios morales y de sentido común, el humor mordaz y crítico que posee Sócrates en muchos momentos fuera de la República (que como texto literario es bastante aburrido) y del cual son escarnio los habitantes de Atenas (por ello es un poco sorprendente la reacción de Sócrates hacia Aristófanes en la Apología), y que la crítica socrática va hacia aspectos de nuestra realidad que no nos gusta ver y mucho menos admitir. En resumen, la lectura de los Diálogos nos enfrenta con nuestras creencias fundamentales y nuestras costumbres de pensamiento, por lo que sigue siendo tan actual como en la Grecia Clásica. 
Leer a Platón sigue siendo refrescante, si se leen los fragmentos correctos y tenemos apertura para entender el proyecto del filósofo. Es por ello que entre todos los Diálogos les recomiendo Teetetes, ya que normalmente las discusiones platónicas son un camino hacia la nada, una crítica destructiva contundente que generalmente es estéril (casi como encantamientos que diluyen las ideas gracias a la influencia de Sócrates y que probablemente sí pertenezcan al personaje histórico). Sin embargo, este diálogo es el único en el cual es capaz de llegarse a una conclusión sin ser una opinión personal o sin pasar por el proceso dialéctico del resto de las piezas, es por ello que es tan valioso. Además, los personajes secundarios son jóvenes en busca de conocimiento y al parecer no demasiado perdidos como el resto de los personajes en las obras, por lo cual se muestra Sócrates mucho más comprensivo en la búsqueda de definiciones verdaderas en lugar de enfrentar al lector y a los personajes con su propia ignorancia. Es la manera más agradable de emprender el viaje de los Diálogos, que no siempre es muy sencilla. 
Hay que leer a Platón sin el peso del aparato crítico que durante siglos lo ha rodeado. No necesitamos de grandes conocimientos en filosofía o en cultura clásica para entender sus argumentos y estar de acuerdo o no con ellos. Porque al final el autor en la gran mayoría de sus obras antepone la búsqueda del conocimiento por encima de las definiciones rigurosas, y esa es una enseñanza que no deberíamos pasar por alto en una época donde el poder de las Universidades en todo el mundo se diluye, quedando únicamente como garantes del statuo quo en un mundo donde han pedido el monopolio de la trasmisión del conocimiento formal. En ese contexto no debemos olvidar que la verdadera responsabilidad de aquellos que buscan el conocimiento (llámense científicos, artistas o investigadores en ciencias sociales) es la búsqueda del conocimiento consensado y temporal (no de la Verdad, concepto medieval que en inalcanzable para los estándares de nuestra época) pero sin olvidar que es precisamente ese viaje lo que es valioso del intercambio académico, por encima del resultado que podamos alcanzar. Ése es el mensaje fundamental del pensamiento platónico, por encima de la noción del alma y de la organización de la sociedad. Es en ese espíritu que debemos permanecer como observadores críticos de la construcción del conocimiento y de la sociedad, sin olvidarnos del humor y del hecho fundamental de que los seres humanos somos esencialmente insignificantes, y no debemos tomarnos la vida tan en serio. 

Teetetes o de la ciencia (fragmento)

[...]

Sócrates: Hesíodo dice que el carro se compone de cien piezas. Yo no podría enumerarlas, y creo que tú tampoco. Y si se nos preguntase lo que es un carro, creeríamos haber dicho mucho respondiendo que son las ruedas, el eje, las alas, las llantas y la lanza. 
Teetetes: Seguramente. 
Sócrates: Pero respondiendo así, pareceríamos al que nos hiciese esta pregunta tan ridículas, como si preguntándonos su nombre le respondiéramos sílaba por sílaba, y nos imagináramos, creyendo formar un juicio exacto y bien enunciado, que éramos gramáticos y que conocíamos y explicábamos conforme a las reglas de la gramática el nombre de Teetetes; cuando no sería responsable responder como un hombre que sabe, a no ser que con el juicio verdadero se diera razón exacta de cada cosa por sus elementos, como he dicho precedentemente. 
Teetetes: Así lo hemos dicho, en efecto. 
Sócrates: Es cierto que nosotros formamos un juicio exacto respecto al carro; pero el que puede descubrir su naturaleza recorriendo una a una las cien piezas, y une ese conocimiento al otro, además de formar un juicio verdadero sobre el carro, es dueño de la explicación; y en lugar de formar un mero juicio arbitrario, habla como hombre inteligente y que conoce la naturaleza del carro, porque puede hacer la descripción de todos sus elementos. 
Teetetes: ¿No crees que tendría razón, Sócrates? 
Sócrates: Sí, mi querido amigo, si tú crees y concedes que la descripción de una cosa en sus elementos es la explicación, y que la que se hace mediante las sílabas u otras partes mayores no explican anda; dime tu opinión sobre esto a fin de que la examinemos. 
Teetetes: Pues bien, estoy conforme. 
Sócrates: ¿Piensas que uno sabe cualquier objeto, sea el que sea, cuando juzga que una misma cosa pertenece tan pronto al mismo objeto como a otro diferente, o que sobre un mismo objeto forma tan pronto un juicio como otro? 
Teetetes: No, ciertamente, no pienso así. 
Sócrates: ¿Y no recuerdas que es precisamente lo que tú y los demás hacíais ciando comenzabais a aprender las letras? 
Teetetes: ¿Quieres decir que nosotros creíamos que tal letra pertenecía tan pronto a la misma sílaba como a la otra, y que colocábamos la misma letra tan pronto en la sílaba que le correspondía como en la otra? 
Sócrates: Sí, eso mismo. 
Teetetes: Pues bien, no lo he olvidado, y no tengo por sabios a los que son capaces de incurrir en esas equivocaciones. 
Sócrates: ¿Pero qué, cuando un niño, encontrándose en el mismo caso en que estabais vosotros al escribir el nombre de Teetetes con una t y una e, cree escribirle así, y así lo escribe, y queriendo escribir el nombre de Teodoro, cree deber escribirle también con una t y una e, ¿diremos que sabe la primera sílaba de vuestros nombres? 
Teetetes: Acabamos de convenir en que el que está en este caso está lejos de saber. 
Sócrates: ¿Y no puede pensar lo mismo con relación a la segunda, a la tercera y a ala cuarta sílabas? 
Teetetes: Sí puede.
Sócrates: Cuando escriba en seguida el nombre de Teetetes, ¿no tendrá un juicio verdadero con el pormenor de los elementos que le componen. 
Teetetes: Es evidente. 
Sócrates: Y aunque juzga bien, ¿no está desprovisto de ciencia, según hemos dicho? 
Teetetes: Sí. 
Sócrates: Por lo tanto, tiene la explicación de tu nombre y un juicio verdadero; porque le ha descrito conociendo el orden de los elementos que, según hemos reconocido, es la explicación del nombre. 
Teetetes: Es cierto. 
Sócrates: Hay pues, mi querido amigo, un juicio recto acompañado de explicación, que aún no se puede llamar ciencia. 
Teetetes; Parece que sí. 
Sócrates: Según todas las apariencias, nosotros hemos soñado cuando hemos creído tener la verdadera definición de la ciencia. Pero no la condenemos aún. Quizá no es esto lo que se entiende por la palabra explicación, sino que será el tercero y último sentido el que ha tenido a la vista, como hemos dicho, el que se ha definido la ciencia, un juicio verdadero acompañado de una explicación.

[...]

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