miércoles, 23 de octubre de 2013

Crimen y Castigo (Fiodor Dostoievski)

Conciencia y Trasgresión

Crimen y Castigo es un libro muy paradójico. Es de fácil lectura debido a la sencillez de sus imágenes y a la belleza de su lenguaje, pero los temas y las anécdotas que trata la obra y la manera en que son abordados es tan dura y abrumadora que debe tomarse el tiempo y tener la madurez moral para poder abordarla (especialmente si uno ha cometido uno o varios errores que hayan estado a punto de arruinar su vida, o peor, que la han arruinado ya). Es el mejor final del que yo tenga memoria (virtud de la que carecen la mayoría de las novelas contemporáneas y que sin duda rivaliza con el final del Quijote) mostrándonos sin tapujos la pobreza moral y material de un Raskolnikov que se ha destruido a sí mismo y ha destruido su mundo gracias a su soberbia, que no abandona sino hasta prácticamente el final de la obra (y es el sentimiento que da unidad a la novela). Los personajes son descrito de manera suficiente y magistral, el clima es desolador y sin duda Dostoievski no es tan noble con sus personajes como suele ser el lugar común sobre este autor. Uno necesita tiempo para leerla, yo casi me llevé un año, con interrupciones y regresiones cuando era conveniente, recordándonos la terrible máxima que lo que vale la pena es difícil.
Uno de mis profesores de Literatura de la preparatoria siempre solía decir que Crimen y Castigo  debía ser de lectura obligatoria, y nunca he entendido en realidad muy bien por qué. En un mundo en el que cada vez más se devalúa el valor de la vida humana y los principios que inspiraron a Raskolnikov nos han quedado tan atrás, queda la duda de qué tanto nos dice la anécdota y los fundamentos de la novela al hombre de hoy. Y al analizar con cuidado sin duda nos dice mucho, ya que el discurso del superhombre antes de Nietzche que enarbola el personaje principal es una justificación infantil y ridícula de una suprema soberbia, sin duda un motivo mucho más vinculado a los tipos que matan a un niño de doce años por un teléfono celular o una anciana de ochenta años que no puede moverse de la cama. El origen del asesinato es aceptar que la propia vida es mucho más valiosa que el resto de los seres humanos, por ruines y estúpidos que puedan ser, porque al final privar a una persona de su vida lleva a la destrucción moral y material de la sociedad; es aquí donde radica la gran enseñanza de Dostoievski, trazada de manera magistral.
Hablar de la complejidad de los personajes desborda los objetivos del proyecto, pero lo cierto es que la obra es una advertencia solamente para aquellas personas que han desarrollado una conciencia moral. Los asesinos de la actualidad, embrutecidos por el consumo de drogas y alimentados por una adormecedora cultura popular y deseo de poder, rencor de clase y muchas otras estupideces difícilmente llegarán a reconocer el valor de la vida de otro ser humano si no hay una intervención extraordinaria (me costó mucho trabajo no poner milagrosa por las implicaciones que tendrían que no puedo justificar el día de hoy) o simplemente su propio proceso de reflexión los lleva hasta ahí. Solamente podemos alegrarnos de leer a Dostoievski hoy, entendiendo que sin duda lo único que podemos hacer es defender la vida de todos los hombres, aunque encontremos oídos sordos y una cultura entregada a sacar dinero de la explotación y la muerte.
En esta escena Raskolnikoff habla son Svidrigaloff, quien intenta ser amante de su hermana. En esta discusión parte la enorme duda de qué determina la estatura moral ante dos personajes que cometen atrocidades morales de diverso grado y con diversa intención. Ese sera tema de discusión de otro día.
  

Crimen y Castigo [fragmento]

[...]


Las apariciones son algo así como fragmentos de otros mundos..., sus ambiciones. Un hombre sano no tiene motivo alguno para verlas, ya que es, ante todo, un hombre terrestre, es decir, material. Por lo tanto, sólo debe vivir para participar en el orden de la vida de aquí abajo. Pero, apenas se pone enfermo, apenas empieza a alterarse el orden normal, terrestre, de su organismo, la posible acción de otro mundo comienza a manifestarse en él, y a medida que se agrava su enfermedad, las relaciones con ese otro mundo se van estrechando, progresión que continúa hasta que la muerte le permite entrar de lleno en él. Si usted cree en una vida futura, nada le impide admitir este razonamiento.
-Yo no creo en la vida futura - replicó Raskolnikof.
Svidrigailof estaba ensimismado.
-¿Y si no hubiera allí más que arañas y otras cosas parecidas? - preguntó de pronto.
-Está loco, pensó Raskolnikof.
-Nos imaginamos la eternidad - continuó Svidrigailof como algo inmenso e inconcebible. Pero ¿por qué ha de ser así necesariamente? ¿Y si, en vez de esto, fuera un cuchitril, uno de esos cuartos de baño lugareños, ennegrecidos por el humo y con telas de araña en todos los rincones? Le confieso que así me la imagino yo a veces. Raskolnikof experimentó una sensación de malestar.

-¿Es posible que no haya sabido usted concebir una imagen más justa, más consoladora? - preguntó.
-¿Más justa? ¡Quién sabe si mi punto de vista es el verdadero! Si dependiera de mí, ya me las compondría yo para que lo fuera - respondió Svidrigailof con una vaga sonrisa.
Ante esta absurda respuesta, Raskolnikof se estremeció, Svidrigailof levantó la cabeza, le miró fijamente y se echó a reír.
-Fíjese usted en un detalle y dígame si no es curioso - exclamó - Hace media hora, jamás nos habíamos visto, y ahora todavía nos miramos como enemigos, porque tenemos un asunto pendiente de solución. Sin embargo, lo dejamos todo a un lado para ponernos a filosofar. Ya le decía yo que éramos dos cabezas gemelas.
-Perdone - dijo Raskolnikof bruscamente - Le ruego que me diga de una vez a qué debo el honor de su visita. Tengo que marcharme.
-Pues lo va usted a saber. Dígame: su hermana, Avdotia Romanovna, ¿se va a casar con Piotr Petrovitch Lujine?
-Le ruego que no mezcle a mi hermana en esta conversación, que ni siquiera pronuncie su nombre. Además, no comprendo cómo se atreve usted a nombrarla si verdaderamente es Svidrigailof.
-¿Cómo quiere usted que no la nombre si he venido expresamente para hablarle a ella?
-Bien. Hable, pero de prisa.
-No me cabe duda de que si ha tratado usted sólo durante media hora a mi pariente político el señor Lujine, o si ha oído hablar de él a alguna persona digna de crédito, ya tendrá formada su opinión sobre dicho señor. No es un partido conveniente para Avdotia Romanovna. A mi juicio, Avdotia Romanovna va a sacrificarse de un modo tan magnánimo como impremeditado por... por su familia. Fundándome en todo lo que había oído decir de usted, supuse que le encantaría que ese compromiso matrimonial se rompiera, con tal que ello no reportase ningún perjuicio a su hermana. Ahora que le conozco, estoy seguro de la exactitud de mi suposición.
-No sea usted ingenuo..., mejor dicho, desvergonzado.

-¿Cree usted acaso que obro impulsado por el interés? Puede estar tranquilo, Rodion Romanovitch: si fuera así, lo disimularía. No me crea tan imbécil. Respecto a este particular, voy a descubrirle una rareza psicológica. Hace un momento, al excusarme de haber amado a su hermana, le he dicho que yo había sido en este caso la primera victima. Pues bien, le confieso que ahora no siento ningún amor por ella, lo cual me causa verdadero asombro, al recordar lo mucho que la amé.
-Lo que usted sintió - dijo Raskolnikof - fue un capricho de hombre libertino y ocioso.
-Ciertamente soy un hombre ocioso y libertino; pero su hermana posee tan poderosos atractivos, que no es nada extraño que yo no pudiera desistir. Sin embargo, todo aquello no fue más que una nube de verano, como ahora he podido ver.
-¿Hace mucho que se ha dado cuenta de eso?
-Ya hace tiempo que lo sospechaba, pero no me convencí hasta anteayer, en el momento de mi llegada a Petersburgo. Sin embargo, ya habia llegado el tren a Moscú, y aún tenía el convencimiento de que venía aquí con objeto de desbancar a Lujine y obtener la mano de Avdotia Romanovna.
-Perdone, pero ¿no podría usted abreviar y explicarme el objeto de su visita? Tengo cosas urgentes que hacer.
-Con mucho gusto. He decidido emprender un viaje y quisiera arreglar ciertos asuntos antes de partir... Mis hijos se han quedado con su tía; son ricos y no me necesitan para nada. Además, ¿cree usted que yo puedo ser un buen padre? Para cubrir mis necesidades personales, sólo me he quedado con la cantidad que me regaló Marfa Petrovna el año pasado. Con ese dinero tengo suficiente... perdone, vuelvo al asunto. Antes de emprender este viaje que tengo en proyecto y que seguramente realizaré he decidido terminar con el señor Lujine. No es que le odie, pero él fue el culpable de mi último disgusto con Marfa Petrovna. Me enfadé cuando supe que este matrimonio había sido un arreglo de mi mujer. Ahora yo desearía que usted intercediera para que Avdotia Romanovna me concediera una entrevista, en la cual le explicaría, en su presencia si usted lo desea así, que su enlace con el señor Lujine no sólo no le reportaría ningún beneficio, sino que, por el contrario, le acarrearía graves inconvenientes. Acto seguido, me excusaría por todas las molestias que le he causado y le pediría permiso para ofrecerle diez mil rublos, lo que le permitiría romper su compromiso con Lujine, ruptura que de buena gana llevará a cabo - estoy seguro de ello - si se le presenta una ocasión.
-Realmente está usted loco - exclamó Raskolnikof, menos irritado que sorprendido - ¿Cómo se atreve a hablar de ese modo?



-Ya sabía yo que pondría usted el grito en el cielo, pero quiero hacerle saber, ante todo, que, aunque no soy rico, puedo desprenderme perfectamente de esos diez mil rublos, es decir, que no los necesito. Si Avdotia Romanovna no los acepta, sólo Dios sabe el estúpido use que haré de ellos. Por otra parte, tengo la conciencia bien tranquila, pues hago este ofrecimiento sin ningún interés. Tal vez no me crea usted, pero en seguida se convencerá, y lo mismo digo de Avdotia Romanovna. Lo único cierto es que he causado muchas molestias a su honorable hermana, y como estoy sinceramente arrepentido, deseo de todo corazón, no rescatar mis faltas, no pagar esas molestias, sino simplemente hacerle un pequeño servicio para que no pueda decirse que compré el privilegio de causarle solamente males. Si mi proposición ocultara la más leve segunda intención, no la habría hecho con esta franqueza, y tampoco me habría limitado a ofrecerle diez mil rublos, cuando le ofrecí bastante más hace cinco semanas. Además, es muy probable que me case muy pronto con cierta joven, lo que demuestra que no pretendo atraerme a Avdotia Romanovna. Y, para terminar, le diré que si se casa con Lujine, su hermana aceptará esta misma suma, sólo que de otra manera. En fin, Rodion Romanovitch, no se enfade usted y reflexione sobre esto con calma y sangre fría.
Svidrigailof había pronunciado estas palabras con un aplomo extraordinario.
-Basta ya - dijo Raskolnikof - Su proposición es de una insolencia imperdonable.
-No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un hombre sólo puede perjudicar a sus semejantes y no tiene derecho a hacerles el menor bien, a causa de las estúpidas conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo muriese y legara esta suma a mi hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
-Es muy posible.
-Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no discutamos. Lo cierto es que diez mil rublos no son una cosa despreciable. En fin, fuera como fuere, le ruego que transmita nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
-No lo haré.
-En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar tener una entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
-Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
-Pues... no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo fuera una vez!

-No cuente con ello.
-Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce. Podríamos llegar a ser buenos amigos.
-¿Usted cree?
-¿Por qué no? - exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
Se levantó y cogió su sombrero.
-¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no tenía demasiadas esperanzas de... Sin embargo, su cara me había impresionado esta mañana.
-¿Dónde me ha visto usted esta mañana? - preguntó Raskolnikof con visible
inquietud.
-Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo en común... Pero no se agite. No me gusta importunar a nadie. He tenido cuestiones con los jugadores de ventaja y no he molestado jamás al príncipe Svirbey, gran personaje y pariente lejano mío. Incluso he escrito pensamientos sobre la Virgen de Rafael en el álbum de la señora Prilukof. He vivido siete años con Marfa Petrovna sin moverme de su hacienda... Y antaño pasé muchas noches en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado... Además, tal vez suba en el globo de Berg.
-Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?
-¿Qué viaje?
-El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.
-¿Yo? ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo... Es un asunto muy complicado. ¡Si usted supiera el problema que acaba de remover! Lanzó una risita aguda.
-A lo mejor, en vez de viajar, me caso. Se me han hecho proposiciones.
-¿Aquí?
-Sí.
-No ha perdido usted el tiempo.

-Sin embargo, desearía ver una sola vez a Avdotia Romanovna. Se lo digo en serio... Adiós, hasta la vista... ¡Ah, se me olvidaba! Dígale a su hermana que Marfa Petrovna le ha legado tres mil rublos. Esto es completamente seguro. Marfa Petrovna hizo testamento en mi presencia ocho días antes de morir. Avdotia Romanovna tendrá ese dinero en su poder dentro de unas tres semanas.
-¿Habla usted en serio?
-Sí. Dígaselo a su hermana... Bueno, disponga de mí. Me hospedo muy cerca de su casa.
Al salir, Svidrigailof se cruzó con Rasumikhine en el umbral.



[...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario