lunes, 21 de octubre de 2013

La Tierra Baldía (T.S. Elliot)

Desintegración de la cultura

Es muy difícil saber hasta qué punto el mundo que nos rodea y la tecnología que nos está rodeando al punto de asfixiarnos ha cambiado para siempre la configuración de nuestro cerebro y la manera en la cual ha cambiado nuestra percepción del mundo. Existen las más diversas y variadas teorías al respecto: desde aquellos que consideran que seguimos bajo los mismos esquemas que durante siglos han regido nuestro pensamiento y lo que hacen los nuevos dispositivos electrónicos es simplemente difundir solamente las viejas maneras de pensar, otros muchos piensan que la red es un espacio de libertad total en constante riesgo y que debe ser cuidado y protegido por la comunidad mundial, y otro grupo afirma que debido a la tecnología estamos perdiendo habilidades fundamentales que no podremos recuperar si nos dedicamos exclusivamente a fomentar las habilidades que se requieren para adaptarse al mundo digital descuidando la educación clásica. Lo cierto es que las tres posibilidades no son excluyentes. 
Este proceso nos lleva a preguntarnos cuándo una civilización se dirige a la decadencia. Es verdad que se ha argumentado durante siglos que la sociedad burguesa moderna se encuentra en sus estertores. Aunque se puede sentir todavía la fuerte influencia de sus principios en nuestras vidas (el aprecio de la tradición grecolatina, la belleza física y la búsqueda mediante la especulación y la experimentación, el rechazo a la cultura medieval, la herencia árabe y el pensamiento mágico), lo cierto es que sus grandes cimientos (la religión cristiana y el sistema capitalista) vienen tambaleándose desde hace algunas décadas por sus contradicciones internas y tal vez llegue el momento en que sus fundamentos pierdan sentido. Podemos verlo en la falta de grandes eventos artístico que sacudan al mundo del arte y a la sociedad en lugar de sólo satisfacer el mercado y quedarse encerrado en los círculos académicos. El arte nos está diciendo poco de la vida, y el nivel de sofisticación que ha alcanzado no es imposible de asimilar sin una buena base educativa de la cual al parecer carece toda América Latina y que se pierde en Europa y Estados Unidos con gran rapidez. 
Ya podía ver Elliot esa decadencia. Tierra Baldía es una reacción contra la Gran Guerra, es ver a la cultura occidental dirigiéndose al suicidio y siendo juzgada por todos sus integrantes a la vez y por todas sus referencias al mismo tiempo. Bien se dice que este tiempo es la suma de todos los tiempos, pero no creamos una voz propia y esa condición nos lleva al absurdo y al aburrimiento, al punto que poco a poco comienza a perderse la tradición y se desintegra la cultura. No sé si es posible detener el proceso, pero sin duda las grandes decadencias producen obras maestras. A beber y a comer, porque no nos queda mucho mundo. Debemos conservar aquello que es valioso, pero sin olvidar que somos seres humanos y somos falibles. Al final no hay que tomarnos tan en serio. 


La Tierra Baldía [fragmento]


III. EL SERMÓN DEL FUEGO

El pabellón del río fue plegado, los últimos dedos de las hojas
Quieren asirse y se hunden en la mojada orilla. El viento
Cruza la tierra parda, sin ser oído. Las ninfas se marcharon.
Manso Támesis, boga quedamente hasta que termine mi canción.
El río no transporta botellas vacías, papeles de bocadillos,
Pañoletas de seda, cajas de cartón, colillas de cigarro
Ni otras huellas de noches de verano. Las ninfas se marcharon.
Y sus amigos, golfos herederos de administradores municipales,
Se fueron sin dejar sus nuevos domicilios.
A la orilla del Leman me senté y lloré...
Manso Támesis, boga quedamente hasta que termine mi canción,
Manso Támesis, boga quedamente, pues yo no hablo mucho ni en voz alta.
Mas, a mi espalda, en el gélido golpe del viento escucho
Crujidos de esqueletos y risas ahogadas.

Una rata ha cruzado furtivamente la hierba
Arrastrando su panza viscosa por la orilla
Mientras yo pescaba en el estancado canal.
En una noche de invemada detrás de la fábrica de gas,
Pensando en el naufragio de mi hermano rey
Y en el fallecimiento anterior de mi padre rey.

Blancos cuerpos desnudos sobre la tierra baja, apenas húmeda.
Y huesos abandonados en un mezquino desván de techo bajo,
Tan sólo removidos por el paso de las ratas, año tras año.
Sin embargo, a mi espalda, a veces oigo
Bocinas y autos, que han de conducir a Sweeney
En primavera adonde vive la señora Porter
Oh, la luna lucía tan radiante sobre la señora Porter
y sobre su hija.
Ellas se lavan los pies con agua de seltz
Et O ces voix d’enfants, chantant dans la coupole!

Twit twit twit
Jug jug jug jug jug jug
forzada tan violentamente.
Tereo

      Ciudad irreal,
Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
El señor Eugenides, comerciante de Esmima
Sin afeitar, la bolsa llena de pasas de Corinto
T. a. g. Londres: documentos a la vista,
Me invitó ern francés demótico
A merendar en el Hotel Cannon Street
Y a pasarme el fin de semana en el Metropole.

      A la hora de color violeta, cuando del escritorio alzamos los ojos y las espaldas,
Cuando la humana máquina aguarda
Cual taxímetro en marcha,
Yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
Anciano de arrugadas tetas, puedo ver
A la hora de color violeta, a esa hora de la tarde que nos conduce
Camino del hogar y la mar trae de vuelta a su casa al marinero;
Y la mecanógrafa, para tomar el té de la tarde, recoge las sobras del desayuno, calienta
La estufa y prepara su comida a base de conservas.
Fuera de la ventana, puestas peligrosamente a secar, cuelgan
Sus prendas íntimas, manoseadas por los últimos rayos del sol.
Sobre el sofá (que le sirve de cama por la noche) se amontonan
Medias, chinelas, chambras y sostenes.
Yo, Tiresias, anciano de arrugadas tetas de mujer
Vi la escena y predije lo demás.-
Yo también esperaba la ansiada visita.
Él, joven carbuncoso, llega,
Secretario de un agente de una pequeña firma comercial, de mirada impudente,
Uno de esos bribones en quien el descaro se ensarta
Como chistera en la cabeza de un millonario de Bradford.
La hora es favorable, y tal como él se figurara,
La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada,
Él trata de envolverla con caricias
Que, si bien consentidas, no son deseadas,
Animoso y resuelto, él la asalta sin demora;
Sus manos acuciosas no encuentran resistencia alguna,
Su vanidad no necesita respuesta,
Y hasta recibe con agrado tal indiferencia.
(Y yo, Tiresias, he permitido todo
Lo que ocurriera en este mismo sofá o lecho;
Yo, que estuve sentado bajo los muros de Tebas
Y anduve entre lo más bajo de los muertos).
Le da un condescendiente beso postrero
Y baja a tientas por la escalera sin luces...

      Ella se vuelve y contempla un instante al espejo.
Sin preocuparse de su amante que se ha ido;
Su cerebro formula a medias un vago pensamiento;
“Bueno, asunto arreglado, me alegra que haya pasado ya”.
Cuando una mujer hermosa se entrega a tales locuras
Y vuelve a pasearse, a solas, por su cuarto,
Se alisa los cabellos de un modo automático
Y pone un disco en el gramófono.

      “Esta música me condujo despaciosamente sobre las aguas”.
Y a lo largo del Strand, calle Reina Victoria arriba.
Oh, ciudad, ciudad, a veces puedo escuchar
Al pie de un bar de la Lower Thames Street,
La dulce queja de una mandolina
El barullo y la charla que sale del interior
Donde los vendedores de pescado descansan al mediodía; donde los muros
De Magnus Martyr confinan
Inexplicable esplendor de oro y jónica blancura.
El río suda
Aceite y brea
Los lanchones derivan
Con la marea
Rojos velámenes
Desplegados
A sotavento, se columpian en las baritas.
Las barcazas
Transportan leños
En dirección de Greenwich
Más allá de Isle of Dogs.
Weialala leía
Wallala leialala
Elizabeth y Leicester
Al compás de los remos
La popa era
Casco dorado
Dorado y rojo
La efervescente oleada
Rompió en las dos orillas

El viento del sudoeste
Aguas abajo arrastró
El doblar de campanas
De las torres blancas
Wialala leia
Wallala leialala
“Tranvías y polvorientos árboles.
Highbury me vio nacer. Richmond y Kew
Me sepultaron. Al pasar por Richmond alcé las rodillas,
Acostada boca arriba en el fondo de un estrecho bote”.

“Mis pies están en Moorgate, mi corazón
bajo mis pies. Después de lo ocurrido
Él lloró. Me prometió ‘empezar de nuevo’
No dije nada, ¿Por qué habría de tomárselo a mal?
“Sobre Margate Sand.
Nada puedo asociar
con nada.
Rotas uñas de manos sucias.
Mi gente, tan humilde,
No espera nada”.
la la
Luego vine a Cartago

Anhelando tan viva vivamente
Oh, Señor, tú tiras de mí
Oh, Señor, tú me halas

Anhelando muy vivamente.

[...]

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