sábado, 12 de octubre de 2013

Camioneros (Terry Pratchett)

Sobre Terry Pratchett

Terry Pratchett es un personaje muy incómodo en la historia de la literatura. Tomando en cuenta que para muchos académicos (que afortunadamente no conozco en lo personal) no consideran a la literatura fantástica como un género "serio", mucho menos consideran que el trabajo hecho en esos libros tenga alguna clase de valor. Pero incluso para aquellos que son grandes admiradores de la literatura fantástica, es difícil sacarlos de los paradigmas de Tolkien y J.K. Rowling. Y es que antes de que tuviéramos a Harry Potter hasta en la sopa, Terry Pratchett era el escritor más importante de la literatura fantástica. Con el Mundodisco de enorme complejidad, escenas divertidas y descarriadas, este escritor británico nos proporcionó una visión más adulta y mucho menos moralista de las posibilidades de este género. 
Pratchett no hace concesiones. En la obra del día de hoy (perteneciente a la Trilogía El Éxodo de los Gnomos), hace una burla del Éxodo y en general de todas la Biblia, de la sociedad capitalista y de su cortas miras e incluso de nuestra obsesión por los extraterrestres. En su obra podemos encontrar temas muy complejos tratados con mucho humor: nuestra relación con la religión como interpretación del mundo y su constante conflicto con la ciencia, las relaciones de poder que se presentan aún en pequeños grupos sociales y cómo nuestra experiencia limitada determina nuestra manera de actuar. Es una lectura muy divertida que sin duda vale la pena recorrer, aunque un análisis profundo nos deja ver críticas muy incómodas sobre cómo nos comportamos y de qué manera estructuramos nuestro sistema social. 
Este autor británico sufre de Alzhaimer en una variedad prematura y extraña. Ha donado parte de su fortuna para investigar este mal, pero está perdiendo rápida y dolorosamente la batalla. Es por ello que se han producido varios documentales donde se recoge su testimonio de lucha contra este mal y ahora enarbola la bandera de la eutanasia para poder morir con dignidad. En la enorme lucidez que nos queda de su mente nos sigue cuestionando sobre nuestros supuestos culturales que son absurdos, y cómo producimos sufrimiento a nuestros semejantes solamente por ideas de las que desconocemos su origen y sus propósitos. Es una experiencia muy disfrutable como podrán ver en este fragmento, pero no debemos olvidar que la literatura fantástica de alta calidad es uno de los espejos de nuestra sociedad; que muchas veces nos dicen cosas que no queremos aceptar.   

Camioneros [fragmento]

I. Pero hubo algunos que dijeron: "Hemos visto nuevos rótulos de Arnold Bros (fund. en 1905) en la Tienda y estamos Preocupados porque no Entendemos. 
II. Pues es esta la época en que debería empezar la Campaña de Navidad, pero los Rótulos no son los de la Campaña de Navidad; 
III. Ni son de Rebajas de Otoño, ni de Semana de Vuelta al Colegio, ni de Ya es Primavera, ni de Rebajas de Verano o de cualquier otro Rótulo que conozcamos; 
IV. Pues el Rótulo dice: Venta de Liquidación. Estamos sumamente preocupados

De El libro de los gnomos
Reclamaciones vv. I - IV 

V

Entre reverencias y gesticulaciones, Gurder los condujo al corazón del territorio de Artículos de Escritorio. Reinaba un olor rancio. Aquí y allá había pilas de unos objetos que Dorcas denominó libros.
Masklin no entendió muy bien para qué servían, pero era evidente que Dorcas los consideraba importantes.
-Míralos -le dijo-. Ahí dentro hay algo muy poderoso que podría resultarnos útil, pero los de Artículos de Escritorio lo protegen como..., como... .
-¿... Como algo bien guardado? -apuntó Masklin.
-Sí, sí, exacto. Se pasan el tiempo mirando fijamente su contenido. Llaman a eso «leer». Pero no entienden nada de lo que leen.
La Cosa, en brazos de Torrit, emitió un zumbido y se encendieron varias luces.
¿Los libros son depósitos de conocimientos? , preguntó.
-Se dice que contienen muchos conocimientos, en efecto -asintió Dorcas.
Es vital que consigáis libros, añadió entonces la Cosa.
-Los de Artículos de Escritorio se los reservan para ellos -explicó Dorcas-. Dicen que los libros le hinchan a uno el cerebro, a menos que sepa leerlos como es debido.
-Venid por aquí, por favor -indicó Gurder, apartando un tabique de cartón. Al otro lado los aguardaba alguien, sentado rígidamente sobre una pila de almohadones, de espaldas a los recién llegados.
-¡Ah, Gurder! -dijo-. Espléndido. Entra. Era el Abad. No se volvió a observarlos.
Masklin le dio un codazo a Gurder .
-Ya ha habido suficiente con lo de antes -murmuró-. ¿Por qué tenemos que hacer todo esto otra vez?
Gurder le respondió con una mirada que parecía decir: «Confía en mí; éste es el único modo».
-¿Has pedido que traigan comida, Gurder? -preguntó el Abad.
-Mi señor, estaba a punto de...
-Ve a hacerlo enseguida.
-Sí, mi señor .
Gurder dirigió otra mirada desesperada a Masklin y abandonó el lugar. Los gnomos permanecieron agrupados con aire tímido, preguntándose qué sucedería a continuación.
Entonces, el Abad habló.
-Tengo casi quince años -declaró-. Soy más viejo que algunos departamentos de la Tienda, incluso. He visto muchas cosas extrañas y pronto voy a presentarme ante Arnold Bros (fund. en 1905) con la esperanza de haber sido un gnomo bueno y respetuoso. Soy tan viejo que algunos gnomos creen que, de algún modo, yo mismo soy la Tienda y temen que, cuando yo muera, la Tienda lo haga conmigo. Y, ahora, llegáis vosotros anunciando que así será. ¿Quién está al mando?
Masklin miró a Torrit. Pero todos los demás lo miraron a él.
-Bueno... -carraspeó-. Soy yo, supongo. De momento.
-Exacto -asintió Torrit, aliviado-. Le he cedido el mando sólo por el momento, ¿entendido? Porque el jefe soy yo.
-Una decisión muy inteligente -asintió el Abad. Torrit puso una expresión radiante de satisfacción-. Quédate aquí con la caja que habla -pidió el Abad a Masklin-. Los demás marchaos, por favor. Ahora os traen algo de comer. Os ruego que esperéis fuera.
-Hum... -murmuró Masklin-. No.
Hubo un silencio y, por fin, el Abad murmuró con suavidad:
-¿Por qué no?
-Porque..., porque siempre vamos juntos -contestó Masklin-. Nunca nos separamos.
-Una costumbre encomiable, pero ya descubrirás que en la vida las cosas no funcionan así. Vamos, ¿no pensarás que puedo hacerte daño, verdad?
-Será mejor que hables con él, Masklin -intervino Grimma-. No estaremos muy lejos.
Masklin asintió a regañadientes. Cuando los demás se hubieron ido, el Abad se volvió. De cerca, parecía aún más viejo que antes. No era que tuviese arrugas en el rostro, sino que todo éste era una gran arruga. Masklin pensó para sí que el Abad ya era un gnomo adulto cuando el viejo Torrit aún no había nacido. ¡Si podía ser el abuelo de la abuela Morkie!
El Abad sonrió. Era una sonrisa difícil. Como si alguien le hubiera explicado en qué consistía la mueca, pero no hubiera tenido ocasión de practicarla nunca.
-Creo que te llamas Masklin, ¿no es eso?
Masklin no podía negarlo.
-No lo entiendo -replicó-. ¡Ahora puedes verme! Hace diez minutos, insistías en que ni siquiera existíamos y ahora estás aquí, hablando conmigo.
-No tiene nada de extraño -respondió el Abad-. Hace diez minutos, estábamos en una audiencia oficial y, como es lógico, no puedo andar por ahí dejando que la gente crea que es falso todo lo que he dicho siempre, ¿no te parece? Desde hace generaciones, los Abades han venido negando que exista nada en el Exterior . No puedo declarar de pronto que tal cosa no era verdad. Todos pensarían que me he vuelto loco.
-¿Eso harían? -inquirió Masklin.
-Desde luego. Asuntos de política, ¿sabes? Los Abades no pueden ir por ahí cambiando de idea a cada momento. Ya lo descubrirás. Lo importante cuando eres un líder no es tener razón o estar equivocado, sino demostrar certeza. De lo contrario, nadie sabría qué pensar. Por supuesto, tener razón ayuda bastante -concedió el Abad, y se reclinó hacia atrás.
»Hubo un tiempo en que se libraron guerras terribles en la Tienda -explicó-. Unas guerras terribles. Una época espantosa. Gnomos luchando contra gnomos. De eso hace décadas, por supuesto. Siempre parecía haber algún gnomo que pensaba que su familia debía gobernar la Tienda. La batalla del Montacargas, la Campaña de Ropa Interior, las tremendas guerras del Entresuelo. Pero todo esto ya quedó atrás. ¿Y sabes por qué?
-No -dijo Masklin.
-Porque nosotros, los de Artículos de Escritorio, pusimos fin a la situación mediante la astucia, el sentido común y la diplomacia. Les hicimos ver a todos que Arnold Bros (fund. en 1905) desea que todos los gnomos convivan en paz. Supón, entonces, qué habría sucedido si antes os hubiera creído. Todos habrían pensado que este viejo había perdido un tornillo -el Abad soltó una risilla-. Y habrían dicho, ¿acaso Artículos de Escritorio ha estado equivocado desde el principio? y hubieran sido presas del pánico. Desde luego, algo así no nos llevaría a ninguna parte, y tenemos que mantener unidos a los gnomos. Ya sabes cómo les gusta pelearse por insignificancias a la menor ocasión.
-Es cierto -asintió Masklin-. Y siempre te echan la culpa de todo y te dicen: «¿Y qué piensas hacer al respecto?».
-Te has dado cuenta, ¿verdad? -dijo el Abad con una sonrisa-. Me parece que tienes las cualidades necesarias para ser un buen líder .
-¡A mí no me lo parece!
-A eso me refiero. No quieres serIo. Yo tampoco quise ser Abad. -Tamborileó con las yemas de los dedos sobre el bastón y dirigió una mirada penetrante a su interlocutor-. La gente siempre resulta más complicada de lo que uno piensa -añadió-. Es muy importante que lo recuerdes.
-Lo haré -asintió Masklin, sin saber qué más decir .
-Tú no crees que exista Arnold Bros (fund. en 1905), ¿verdad? -dijo el Abad. Era más una afirmación que una pregunta.
-Bien, yo...
-Yo lo he visto, ¿sabes? Una vez, cuando era joven, subí a solas hasta el Departamento de Préstamos, y me escondí, y lo vi tras su mesa de despacho, escribiendo.
-¡Oh!
-Tenía barba.
-¡Oh!
El Abad volvió a mover los dedos sobre el bastón. Parecía estar tomando alguna resolución. Al fin, preguntó:
-Hum... ¿Dónde estaba vuestro hogar?
Masklin se lo dijo. Curiosamente, ahora que volvía la vista atrás le parecía mucho mejor. Más veranos que inviernos, más nueces que ratas. Sin plátanos, sin electricidad ni moquetas, pero con mucho aire puro. y en sus recuerdos no parecía haber tanto hielo y aguanieve. El Abad de Artículos de Escritorio lo escuchó con cortesía.
-Era mucho mejor cuando éramos más -concluyó Masklin, y se quedó mirando las puntas de los pies-. Podrías venir con nosotros. Cuando la Tienda sea demo... no sé qué.
-No estoy seguro de que me gustara -respondió el Abad con otra risilla-. En realidad, no estoy seguro de que quiera creer en vuestro Exterior. Parece un lugar frío y peligroso. En cualquier caso, yo pronto emprenderé otro viaje bastante más misterioso. Y, ahora, haz el favor de disculparme. Tengo que descansar.
Golpeó el suelo con la punta del bastón y Gurder apareció como por arte de magia.
-Llévate a Masklin y edúcalo un poco -indicó el Abad-; luego, vuélvelo a traer. Pero deja esa caja negra, por favor. Quiero aprender más cosas de ella. Déjala en el suelo.
Masklin así lo hizo y el Abad tocó la Cosa con el bastón.
-Caja negra -dijo-, ¿qué eres y cuál es tu propósito?
Soy el ordenador de Navegación y Registro de Vuelo de la nave estelar Cisne. Tengo muchas funciones. Mi principal tarea en estos momentos es guiar y aconsejar a los gnomos náufragos que se estrellaron aquí con su nave de exploración hace quince mil años.
-Se pasa el rato diciendo cosas así -explicó Masklin en tono de disculpa.
-¿Quiénes son esos gnomos de los que hablas? -preguntó el Abad.
Todos los gnomos.
 -¿Es éste tu único propósito?
 También se me ha encomendado la tarea de mantener a los gnomos a salvo y llevarlos a casa.
-Una tarea encomiable -asintió el Abad. Alzó la vista a sus dos acompañantes y ordenó-: Date prisa, pues, Gurder. Enséñale un poco de nuestro mundo; luego tendré una misión para vosotros dos.


«Edúcalo un poco», había dicho el Abad.
Eso significaba empezar por El libro de los gnomos, que constaba de hojas de papel cosidas entre sí y llenas de pequeñas marcas.
-Los humanos utilizan ese papel para liar cigarrillos -le explicó Gurder, y leyó los primeros doce versos.
Todos escucharon en silencio y, por fin, la Ii abuela Morkie comentó:
-Así que ese Arnold Bros...
-...(Fund. en 1905)... -añadió Gurder, puntilloso.
-Lo que sea -dijo la abuela-. ¿De modo que construyó la Tienda sólo para los gnomos?
-Hum... Sssí -contestó Gurder, no muy seguro.
-Entonces, ¿qué había aquí, antes?
-El Solar. -Gurder parecía incómodo-. Veréis, el Abad dice que no hay nada fuera de la Tienda. Hum...
-Pero nosotros hemos venido de ahí...
-Dice que los cuentos del Exterior no son más que sueños.
-Entonces, cuando le he contado todo eso del lugar donde vivíamos, ¿sólo se estaba burlando de mí? -preguntó Masklin.
-A veces resulta difícil saber qué piensa realmente el Abad -respondió Gurder-. Me parece que, por encima de todo, el Abad cree en los Abades.
-Tú sí nos crees, ¿verdad? -dijo Grimma, y Gurder asintió, con cierto titubeo.
-Muchas veces me he preguntado adónde iban los camiones y de dónde venían los humanos -explicó-. Pero, cada vez que se lo mencionaba al Abad, éste se ponía furioso. Sucede otra cosa, y es que ha aparecido una nueva estación. Eso significa algo. Algunos de nosotros hemos estado observando a los humanos y, si ha aparecido una nueva estación, es que sucede algo fuera de lo habitual.
-¿Cómo podéis tener estaciones, si no sabéis nada del tiempo? -se admiró Masklin.
-El tiempo no tiene nada que ver con las estaciones. Mira, mandaré a alguien que se ocupe de llevar a los viejos a la Sección de Alimentación y yo iré con vosotros dos para enseñároslo. Resulta todo muy extraño, pero... -y, en esta ocasión, el rostro de Gurder era la imagen misma de la aflicción- ...Arnold Bros (fund. en 1905) no destruiría la Tienda, ¿verdad?

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