viernes, 11 de octubre de 2013

Los cantos (Ezra Pound)

Poemas de Ezra Pound

Hay casi tantos detractores como admiradores de Ezra Pound, casi tantos que se podría justificar su omisión en las listas del Nobel. Y es que habérselo dado hubiera sido un acto políticamente incorrecto para la Academia: era un fascista, abierto admirador de Mussolini y que peleó activamente del lado italiano en la Segunda Guerra Mundial (sin que ninguna de las tres acciones tenga algún sentido negativo de mi parte a pesar del mal uso que hemos implicado gracias a la propaganda estadounidense). Acabó muchos años en un hospital psiquiátrico, su gran obra es Los Cantos, pero fuera de ella en realidad tiene poca obra literaria, es admirador de escritores españoles e italianos del renacimiento, y se alejó desde el punto de vista formal de la vanguardia. Fue y sigue siendo un personaje incómodo para las letras. 
Pero desde el punto de vista estricto, su legado como poeta, como teórico literario y como impulsor de carreras literarias es fundamental en la historia de la literatura. Fue corrector de la Tierra Baldía de T.S. Elliot (a quien si le dieron el premio) y fue el impulsor capital en la carrera de Joyce. Fue el traductor más importante de la obra de Confucio y Li Po, ayudando a impulsar la entrada de la cultura china en las discusiones estéticas de la poesía occidental, además de recuperar a los clásicos griegos y romanos y sentar una visión crítica del canon occidental, negando la influencia de Shakespeare y de Cervantes. Pero, por encima de todo, fue un poeta excepcional, como lo deja ver el Canto que traigo el día de hoy.  
Sobre él es la frase de Hemingway de que todo escritor tiene en sí mismo las semillas de su destrucción. Su compromiso político y personal evitó que tuviera una producción más prolífica, y no dejó de ser molestado durante toda su vida por esos compromisos, lo que hizo que su obra siempre fuera escrita bajo la adversidad. Y todo salió bien, aunque siempre nos preguntaremos qué hubiera pasado si su reconocimiento hubiera sido mayor y tuviera una vida más tranquila. Seguramente no le hubiera gustado. 
Pound es difícil de leer, ya que maneja múltiples lenguas en su poema argumentando que la experiencia estética trasciende la lengua. Utiliza la yuxtaposición de imágenes para trasmitir emociones como principal técnica, intentando trascender el significado de las palabras buscando una idea más profunda. El Canto III es un ejemplo perfecto, lleno de significado y de referentes, escrito de manera muy armoniosa. Dejo esta traducción libre de mi propia mano, esperando trasmitir un poco de la belleza del original.  

Canto III

De Dogana seguí los pasos
por las góndolas costaba mucho, aquel año,
y no estaba "aquel foráneo", solamente había un lado,
Y a veinte metros el Bucentoro, aullando "Stretti",
y las luces iluminando en cruz, aquel año,  en el Morosini,
y los pavoreales en la pagoda, o donde estén.
Los dioses flotan en el aire azurra,
dioses brillantes y toscanos, retroceden antes de que el rocío se desvanezca,
y la luz y la primera luz, antes de que el rocío caiga,
dioses ocultos, y del roble, dryas,
y del manzano sus flores,
Brotando todo de la madera, y las hojas llenas de voces,
Un susurro, y las nubes flotan sobre el lago,
y los dioses sobre ellas,
y sobre ellas los nadadores blancos del almendro:
el agua argenta brota del inconstante manantial.
Como Poggio ha señalado,
son vetas verdes en la turquesa,
o surcos grises de los cedros.

El mio Cid cabalgando por Burgos,
subiendo por el puente levadizo entre dos torres,
golpeando con su lanza firme,  y los niños vienen,
Una niña de nueve años
por la pequeña galería sobre la puerta, entre las torres,
leyendo el edicto con voz queda,
de que ningún hombre debía de hablar o ayudar a Ruy Díaz.
Con el dolor en su corazón, clavó una pica,
y ambos ojos se alejaron, y todos los dioses secuestrados,
"Y aquí, mío Cid, están las naves,
la gran barca y los escritos".
Y él vino de Bivar, mío Cid,
sin halcones que quedaran en sus perchas,
y sin ropas en sus presas,
y dejaron su legado con Raquel y Vidas,
esa gran caja de arena, con sus peones,
para ser pagados por su servicio.
Interrumpiendo su camino a Valencia,
Inés de Castro muerta, y un muro
Aquí levantado, aquí hecho de arena,
Como basura rechazado, como puntos moteados de la piedra,
El maestro asintió, Mantegna lo pintó en el muro,
y quedó tatuado, "Sin Esperanza, Sin Miedo".  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario