jueves, 26 de septiembre de 2013

El túnel (Ernesto Sábato)

Sobre los libros que detesto

¿Es válido hablar en mi blog de los libros que destesto, o de las personas cuya vida me parece cuestionable? Probablemente podría argumentarse que un blog es una tribuna para poder decir aquello que se piensa, pero si se pretende criticar a una obra literaria basta con el silencio para dejar claro que no vale la pena dar publicidad a los libros que no nos agradan. Sin embargo, mi intención en este proyecto es presentar tanto lo que me parece bueno como lo que me parece malo, para que el lector tenga una visión completa de aquello que es la literatura, es por ello que expongo mi opinión además de un fragmento para generar curiosidad. 
Si solamente hablara de los libros que me agradan sin duda dejaría a micha gente importante fuera, ya que no solamente hago a un lado libros que han sido mal escritos. Por ejemplo, Kafka me parece un escritor extraordinario, pero no pude pasar de la página treinta de América y no pienso regresar nunca porque me parece una novela predecible y aburrida, pero escrita de una manera magnífica. Con García Márquez es conocida mi aversión, aunque he leído Cien años de soledad y le reconozco algunos méritos (no tantos como lo hacen la mayoría de mis amigos). Y uno de esos libros con los que tengo ese problema es precisamente con El Túnel, el libro que les presento el día de hoy. 
Su lectura me pareció una experiencia tan mala y aburrida que inclusive había olvidado incluirla en la lista de los libros que había leído en las reflexiones que hacía hace poco. Mis problemas con el libro son múltiples: se sabe desde el principio en qué acabará la historia, su narrador y personaje principal me parece pretencioso y su obsesión gratuita y poco verosímil, sus observaciones me parecen obvias y que no aportan gran cosa a la narración. Es una pena, ya que Sábato escribe con buen estilo y hasta donde sé el resto de sus obras que no he podido leer al parecer tienen algún mérito; aunque tal vez daría la razón a la Academia Sueca al no otorgarle el Nobel (opinión completamente distinta de la que tengo en el caso de Borges). 
Me parece que hacer una novela existencialista es una falta de ambición de un hombre que se caracterizó por la pasión en su lucha política y que fue formado en el área de ciencias (Sábato era físico y trabajó en el Instituto Curie). ¿A qué se debe la fascinación de muchos escritores de mérito a esa visión tan plana del ser humano que es el existencialismo? No lo sé, tal vez fue la moda de la época o a mis prejuicios por mi propia naturaleza de obsesión con los detalles. De cualquier manera es un libro que se deja leer con facilidad y es mucho mejor que ver la televisión del domingo por la noche. 

[...]

IX


Pasé una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intenté muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de pronto me encontré en la calle Corrientes. Me pasaba algo muy extraño: miraba con simpatía a todo el mundo. Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería. Pero he dicho que me propongo narrar esta historia con entera imparcialidad, y así lo haré.
Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad parecía abolido o, por lo menos, transitoriamente ausente. Entré en el café Marzotto. Supongo que ustedes saben que la gente va allí a oír tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye La pasión según San Mateo.


[...]

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