Sobre el porqué hay que evitar los abogados
Se puede decir que tengo una relación muy ambivalente con el Derecho y sus ministros. Varios de mis tíos son abogados y varios de los que son y fueron grandes amigos de mi vida se dedicaron a esa profesión (por no hablar de varios amores que no llegaron a consumarse un poco por la frialdad e indiferencia a los sentimientos humanos que exige el ejercicio de la abogacía). De ahí que tenga una relación complicada y bastante escéptica de esta profesión y de la justicia, que no me parece más que una entelequia para engañar a los intelectos ingenuos para separarlos de la discusión de la estabilidad social; dado que la ley laica no me parece otra cosa más que el garante final del statu quo (la ley religiosa es otro cantar, pero no viene al caso el día de hoy). El punto es que no tendré más que opiniones muy parciales acerca de los abogados y el ejercicio del derecho.
En fin, dudo mucho que alguien tuviera una visión tan negativa de esta actividad que el siempre preciso Franz Kafka. En la genial obra que revisaremos hoy lleva al extremo el absurdo del sistema judicial a tal punto que impide cualquier posibilidad para que el protagonista, Josef K., conserve su dignidad frente a este aparato que lo apabulla y lo acaba venciendo. En esta novela el protagonista se ve enfrentado a una acusación de la que nunca sabemos su contenido y comienza un proceso, casi insinuándose el carácter arbitrario y absurdo de la situación a tal punto que presumir la inocencia del personaje es un indicativo claro de su supuesta culpabilidad. De una atmósfera densa y asfixiante, es una obra que se lee lento y definitivamente provoca sentimientos incómodos y reflexiones perturbadoras al lector.
Kafka es un gran creador de esta clase de atmósferas, a las que imprime su sello ineludible que casi reproduce el mundo en el que vivimos, donde esas situaciones nos parecen casi normales. Sin embargo, olvidamos nosotros que el mundo no siempre fue así, y las cartas y testimonios de Kafka (que se pueden encontrar en el libro Cómo se escribe la novela) dan cuenta que estas situaciones las consideraba graciosas, y lo que intentaba en realidad era llevar al absurdo la situación planteada, en este caso impedir que una persona inocente conserve su libertad frente a los tribunales. Lo perturbador en la escritura de Kafka es que las posibilidades más grotescas e ilógicas que fue capaz de imaginar se terminaron convirtiendo en nuestra realidad cotidiana, llevándonos a pensar que el uso de la razón para comprender al mundo y vivir en él es una posibilidad que ha quedado fuera de nuestro alcance, como una utopía que nos ha sido arrebatada y que no recuperaremos jamás. Por eso el praguense nos es tan perturbador: porque hemos construido el mundo que a él le parecía imposible construir. Mal por nosotros y por los que vendrán después.
En este fragmento, ya agotado cualquier posibilidad por las vías legales para conseguir ser absuelto de su proceso, Josef K. se dirige a la casa de Tintorelli (el pintor del tribunal) para obtener algo de influencia en el juez que lleva su asunto. Una vez que se realizó un cuadro suyo para obtener el favor del pintor, el protagonista intenta salir del edificio donde se encuentra el estudio del artista.
El proceso [fragmento]
[...]
––Empaquete los cuadros ––exclamó, interrumpiendo al pintor––, mañana vendrá mi ordenanza y los recogerá.
––No es necesario ––dijo el pintor––. Creo que podré conseguir que alguien se los lleve ahora.
Finalmente, salió de debajo de la cama y abrió la puerta.
––Súbase a la cama––dijo el pintor––, lo hacen todos los que entran.
K tampoco habría tenido ninguna consideración si el pintor no hubiese dicho nada. En realidad ya tenía puesto un pie encima de la cama, pero entonces se quedó mirando hacia la puerta abierta y volvió a retirar el pie.
––¿Qué es eso? ––preguntó al pintor.
––¿De qué se asombra? ––preguntó éste, asombrado a su vez––. Son dependencias del tribunal. ¿No sabía que aquí había dependencias judiciales? Este tipo de dependencias las hay en prácticamente todas las buhardillas, ¿por qué habrían de faltar aquí? También mi estudio pertenece a las dependencias del tribunal, éste es el que lo ha puesto a mi disposición. K no se horrorizó tanto por haber encontrado allí unas dependencias judiciales, sino por su ignorancia en asuntos relacionados con tribunal. Según su opinión, una de las reglas fundamentales que debía regir la conducta de todo acusado era la de estar siempre preparado, no dejarse sorprender, no mirar desprevenido hacia la derecha, cuando el juez se encontraba a su izquierda, y precisamente infringía esta regla continuamente. Ante él se extendía un largo pasillo, por el que corría un aire fresco en comparación con el del estudio.
A ambos lados del pasillo había bancos, como en la sala de espera de las oficinas judiciales competentes para el caso de K. Parecían existir reglas concretas para la construcción de las dependencias. En ese momento no había mucho tráfico de personas. Un hombre permanecía casi tendido: había apoyado la cabeza en el banco y se había cubierto el rostro con las manos. Parecía dormir. Otro estaba al final del pasillo, en una zona oscura. K se subió a la cama, el pintor le siguió con los cuadros. Al poco tiempo encontraron a un empleado de los tribunales. K reconocía a todos estos empleados por el botón dorado que llevaban en sus gajes normales, junto a los otros botones usuales. El pintor le encargó que acompañase a K con los cuadros. K vacilaba al caminar y avanzaba con el pañuelo en la boca. Ya se encontraban cerca de la salida, cuando las niñas irrumpieron frente a ellos, así
que K ni siquiera se pudo ahorrar esa situación. Habrían visto cómo abrían la otra puerta y habían corrido para sorprenderlos.
––Ya no puedo acompañarle más ––exclamó el pintor sonriendo y resistiendo el embate de las niñas––. ¡Adiós! ¡Y no tarde mucho en decidirse!
K ni siquiera le miró. Al salir a la calle tomó el primer taxi que pasó. Deseaba deshacerse del empleado, ese botón dorado se le clavaba continuamente en el ojo, aunque a cualquier otro ni siquiera le llamara la atención. El empleado, servicial, quiso sentarse con K, pero éste lo echó abajo. K llegó al banco por la tarde. Habría querido dejarse los cuadros en el coche, pero temió necesitarlos en algún momento para justificarse ante el pintor. Así que pidió que los subieran a su despacho Y los guardó en el último cajón de su mesa. Allí estarían a salvo de la curiosidad del subdirector, al menos durante los primeros días.
[...]
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