lunes, 30 de septiembre de 2013

El diccionario del diablo (Ambrose Bierce)

Un poco de humor

La literatura concebida desde el punto de vista de los académicos carece por completo de humor. Y es natural, ya decía Umberto Eco en voz de Aristóteles en su perdido libro sobre la comedia que el humor nos permite equilibrar el poder, por no hablar de los notorios beneficios que concede a la salud. Tendemos a relegar a los escritos humorísticos: leemos de manera solemne la Apología de Sócrates para no burlarnos de los atenienses humillados ante los métodos del filósofo o de su ridícula pretensión de enamorar jóvenes griegos, leemos como geniales los monólogos interior de Molly Bloom olvidándonos de los chistes y las burlas al orden establecido en el capítulo de Circe del Ulises, hemos echado a Ibargüengoita de las universidades y a Moliére de los teatros, consideramos a los dibujos animados como cultura popular sin derecho a ser enseñado en la Academia y a Laurence Sterne de los programas de literatura. Hay que decirlo: sin duda es un error. 
El humor es la forma más alta de la inteligencia. Las tragedias humanas son universales, los motivos de risa son mucho más difíciles de identificar. Y es que reír, especialmente en una época donde la tragedia nos rodea cada día, es un acto de heroísmo y un poco de anarquía, reconociendo que en realidad nuestra vida terminará tarde o temprano y por tanto que en realidad es irrelevante para el paso incansable de la humanidad. Reír es una herramienta para atacar y desnudar al poder en toda su miseria y su mediocridad, reír es desmontar el sistema con todo su absurdo y su pobre argumentación, es un llamado a la vida auténtica y a no olvidar que los seres humanos valemos por lo que somos y no por lo que tenemos. De ahí el peligro de reír, de ahí que en ciertos países las comedias sean cada vez más escasas. 
El día de hoy retomaremos al escritor estadounidense Ambrose Bierce, quien popularizó los llamados "ficcionarios" (definiciones irónicas y humorísticas sobre las palabras propuestas) y que se han popularizado en cierta manera en los más diversos contextos, desde los jóvenes Scouts en sus revistas hasta el Selecciones del Reader´s Digest. Pero volvamos al original, ríamos y disfrutemos, que la vida es corta y el futuro se derrumba.  

El diccionario del diablo [fragmentos]

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Abdicación, s. Acto mediante el cual un soberano demuestra percibir la alta temperatura del trono.

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Abdomen, s. Templo del dios Estómago, al que rinden culto y sacrificio todos los hombres auténticos. Las mujeres sólo prestan a esta antigua fe un sentimiento vacilante. A veces ofician en su altar, de modo tibio e ineficaz, pero sin veneración real por la única deidad que los hombres verdaderamente adoran. Si la mujer manejara a su gusto el mercado mundial, nuestra especie se volvería graminívora.

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Absoluto, adj. Independiente, irresponsable. Una monarquía absoluta es aquella en que el soberano hace lo que le place, siempre que él plazca a los asesinos. No quedan muchas: la mayoría han sido reemplazadas por monarquías limitadas, donde el poder del soberano para hacer el mal (y el bien) está muy restringido; o por repúblicas, donde gobierna el azar.

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Abstemio, s. Persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo, menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en los asuntos ajenos.

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Academia, s. Escuela antigua donde se enseñaba moral y filosofía. Escuela moderna donde se enseña el fútbol.

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Botánica, s. Ciencia de los vegetales, comestibles o no. Se ocupa principalmente de las flores, que generalmente están mal diseñadas, tienen colores poco artísticos y huelen mal.

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Boticario, s. Cómplice del médico, benefactor del sepulturero, proveedor de los gusanos del cementerio.

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Cañón, s. Instrumento usado en la rectificación de las fronteras.

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Comercio, s. Especie de transacción en que A roba a B los bienes de C, y en compensación B sustrae del bolsillo de D dinero perteneciente a E.

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Cuadro, s. Representación en dos dimensiones de un aburrimiento que tiene tres.

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Deliberación, s. Acto de examinar el propio pan para saber de qué lado tiene manteca.

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Dentista, s. Prestidigitador que nos pone una clase de metal en la boca y nos saca otra clase de metal del bolsillo.

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Diafragma, s. Tabique muscular que separa los trastornos del tórax de los trastornos intestinales.

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Economía, s. Compra del barril de whisky que no se necesita por el precio de la vaca que no se tiene.

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Filosofía, s. Camino de muchos ramales que conduce de ninguna parte a la nada.

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Hospitalidad, s. Virtud que nos induce a alojar y alimentar a personas que no necesitan alojamiento ni alimento.

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Insignias, s. Distintivos, joyas y trajes de órdenes antiguas y venerables como: los Caballeros de Adán; los Visionarios del Divino Blablá; la Antigua Orden de los Modernos Trogloditas; la Liga de la Santa Farsa; la Dorada Falange de los Falangistas Marsupiales; la Gentil Sociedad de Vagabundos Expurgados; la Mística Alianza de Exquisitos Regalianos; las Damas y Caballeros del Perro Amarillo; la Oriental Orden de los Hijos de Occidente; La Orfandad de los Insufribles; los Guerreros de Arco Largo; los Guardianes de la Gran Cuchara de Cuerno; la Banda de Bestias; la Impenitente Orden de Azotadores de Esposas; la Sublime Legión de Conspicuos Rimbombantes; los Adoradores del Santuario Galvanoplástico; los Inaccesibles Resplandecientes; los Jenízaros del Pavorreal; la Gran Cábala de Sedentarios; la Fraternidad de los Verrugosos; la Cooperativa del Candelero; los Discípulos Militantes de la Fe Oculta; los Caballeros Defensores del Perro Doméstico; los Guardianes de la Letrina Mística; la Misteriosa Orden del Manuscrito Indescifrable; Los Monarcas del Mérito y el Hambre; los Prelados de la Bañera y la Espada.

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Inventor, s. Persona que construye un ingenioso ordenamiento de ruedas, palancas, y resortes, y cree que eso es civilización.

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Kilt, s. Traje que suelen usar los escoceses en Norteamérica y los norteamericanos en Escocia.

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Lira, s. Antiguo instrumento de tortura. Hoy la palabra se usa figuradamente con el sentido de facultad poética.

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Magia, s. Arte de convertir la superstición en moneda contante y sonante. Hay otras artes que sirven al mismo fin, pero el discreto lexicógrafo no las nombra.

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Mamón, s. Dios de la religión que predomina en el mundo. Su templo principal se halla en la santa ciudad de Nueva York.

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Mónada, s. Ultima e indivisible unidad de la materia (ver Molécula). Según Leibniz, y en la medida en que él parece dispuesto a ser comprendido, la mónada tiene cuerpo sin volumen, y mente sin manifestación; Leibniz la reconoce gracias a la facultad innata de la reflexión y ha fundado sobre la mónada una teoría del universo, que ella soporta sin resentimiento, porque es una dama. Pequeña como es, la mónada contiene todas las potencialidades necesarias para convertirse en un filósofo alemán de primera categoría. No confundir la mónada con el microbio o el bacilo; pertenece a una especie muy diferente, como lo demuestra un buen microscopio al no poder detectarla.

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Novela, s. (En inglés, romance, novela de aventuras más o menos fantásticas. por oposición a "novel", novela realista ). Cuento inflado. Especie de composición que guarda con la literatura la misma relación que el panorama guarda con el arte. Como es demasiado larga para leer de un tirón, las impresiones producidas por sus partes sucesivas son sucesivamente borradas, como en un panorama. La unidad, la totalidad del efecto, es imposible porque aparte de las escasas páginas que se leen al final, todo lo que queda en la mente es el simple argumento de lo ocurrido antes. La novela realista es al relato fantástico lo que la fotografía es a la pintura. Su principio básico, la verosimilitud, corresponde a la realidad literal de la fotografía, y la ubica dentro del periodismo; mientras que la libertad del relato fantástico no tiene más límites que la imaginación del narrador. Los tres principios esenciales del arte literario son imaginación, imaginación e imaginación. El arte de escribir novelas, en la medida en que pudo llamarse arte, ha muerto hace mucho en todo el mundo, salvo en Rusia, donde es nuevo. Paz tengan sus cenizas... algunas de las cuales aún se venden mucho.

Novela fantástica, s. Obra de ficción que no rinde pleitesía al Dios de las Cosas que Son. En la novela, el pensamiento del escritor está atado a la verosimilitud, como un caballo al palenque, pero en la novela fantástica se pasea a voluntad por todo el reino de la imaginación, libre, sin ley, sin rienda ni freno. Nuestro novelista es una pobre criatura (como diría Carlyle), un simple reportero. Puede inventar los personajes y la trama, pero no imaginar algo que no pueda ocurrir, aunque toda su narración sea una candorosa mentira. Por qué se impone esta dura condición y "arrastra a cada paso una cadena cada vez más larga", que él mismo ha forjado, es algo que tratará de explicarnos en diez volúmenes, sin iluminar en absoluto su negra y absoluta ignorancia en la materia. Hay grandes novelas, porque grandes escritores han desperdiciado su talento para escribirlas, pero lo cierto es que la ficción más fascinante que existe sigue siendo "Las mil y Una Noches".

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Occidente, s. Parte del mundo situada al oeste (o al este) de Oriente. Está habitada principalmente por Cristianos, poderosa subtribu de los Hipócritas, cuyas principales industrias son el asesinato y la estafa, que disfrazan con los nombres de "guerra" y "comercio". Esas son también las principales industrias de Oriente.

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Pandemonium, s. Literalmente, Lugar de Todos los Demonios. La mayoría de ellos han ido a refugiarse en la política y las finanzas, y el lugar se usa ahora como salón de conferencias del Reformador Vocinglero. Cuando son perturbados por su voz, los antiguos ecos clamorean apropiadas respuestas que halagan mucho su orgullo.


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Panteísmo, s. La doctrina de que todo es Dios, por oposición a la doctrina de que Dios es todo.

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Pintura, s. Arte de proteger de la intemperie superficies planas, y de exponerlas a los críticos.

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Pluma, s. Implemento de tortura producido por un ganso, y generalmente usado por un asno.

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Ron, s. Bebida ardiente que produce locura en los abstemios.

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Vida, s. Especie de salmuera espiritual que preserva al cuerpo de la descomposición. Vivimos en diario temor de perderla; cuando se pierde, sin embargo, no se la echa de menos. La pregunta "¿Vale la pena vivir?" ha sido muy debatida, en particular por los que opinan que no; algunos de ellos escribieron extensos tratados en apoyo de esa idea y, gracias a un minucioso cuidado de su salud, disfrutaron durante muchos años los honores de una exitosa controversia.

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domingo, 29 de septiembre de 2013

No puedes escribir una historia de amor (Charles Bukowski)

Decencia e indecencia

Bukowski es sin duda un escritor singular. No es precisamente lo que se esperaría que se leyera en los primeros años de la escuela elemental o quizás en los últimos años de la enseñanza universitaria, dados los estándares conservadores y mediocres de gran parte de las universidades del mundo que no se horrorizan ante la violencia de Shakespeare pero no deja de parecerles incómoda las actitudes de Humprey Humprey hacia su hijastra. El punto es que los temas que trata Bukowski, tan cercanos a partes de la realidad que el espíritu de corrección política detesta y que marca los límites de la discriminación social que impera en las sociedades occidentales. 
Sin embargo, lo importante de Bukowski es que no utiliza la diferencia de clases sociales para realizar una crítica a la sociedad o para apuntar el dedo culpígeno a las clases más privilegiadas. Lo cierto es que muchas veces con humor y otras con desesperación, pero siempre con cinismo, el autor estadounidense nos revela la vida de aquellos a quienes ha rechazado la sociedad pero enfrentan con cara dura y sin autocompadecerse, simplemente viviendo y quitando del camino a quien no los deja vivir. Bukowski en cada poesía y en cada narración nos dice que la sociedad bienpensante y sus obsesiones están lejos de ser la única manera de vivir, y en el fondo los hombres a veces no somos más que seres simples y más bien vulgares buscando salir del paso. 
El cuento no requiere de mayor introducción, pero busquen las traducciones y los originales de este escritor que siempre nos refresca con un lenguaje simple y directo y con historias que nos devuelven a los principios más básicos de la existencia. 

No puedes escribir una historia de amor [fragmento]

Margie iba a salir con este tío pero cuando salían el tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío sus tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado las tetas y tenía que ir a follarse a ese tío. Así que Margie se fue a ver a Carl. Carl estaba en su casa, y Margie se sentó y le dijo:
-Este tío iba a llevarme a la terraza de un café, íbamos a beber algo de vino y a hablar, sólo beber vino y hablar, nada más, pero en en camino este tío se encontró a otro tío con un abrigo de cuero, y el tío del abrigo de cuero le enseñó sus tetas al otro tío y ahora este tío se ha ido a follar con el tío del abrigo de cuero, así que me quedé sin mesa, sin vino y sin charla.
-No puedo escribir nada -dijo Carl-. He perdido la inspiración.
Entonces se levantó y se fue al baño, cerró la puerta, y se puso a cagar. Carl echaba cuatro o cinco cagadas al día. No tenía otra cosa que hacer. Se bañaba cuatro o cinco veces al día. No tenía otra cosa que hacer. Se emborrachaba por la misma razón.
Margie oyó el ruido de la cadena del retrete. Carl salió.
-Ocurre simplemente que un hombre no puede escribir ocho horas al día. Ni siquiera puede escribir todos los días, ni todas las semanas. Agota su mente, es una desesperación fija. Ahora no puedo hacer otra cosa que esperar.
Carl se fue hacia el frigorífico y salió con un paquete de seis cervezas. Abrió un botellín.
-Soy el escritor más grande del mundo -dijo-. ¿Sabes lo difícil que resulta?
Margie no contestó.
-Puedo sentir cómo el dolor se arrastra por todo mi ser. Igual que una segunda piel. Me gustaría poder cambiar de piel como las serpientes.
-Bueno, por qué no te revuelcas en la alfombra y tratas de desprendértela?
-Escucha -preguntó él-. ¿Dónde te conocí?
-En la tienda de legumbres de Barney.
-Bueno, eso lo explica un poco. Tómate una cerveza.
Carl abrió una botella y se la pasó.
-Ya -dijo Margie-, ya sé. Necesitas tu soledad. Necesitas estar solo. Excepto cuando necesitas algo, excepto cuando cortamos de una vez y entonces te sientes perdido y en seguida te pones a llamar por teléfono diciéndome que me necesitas, que te estás muriendo de la resaca. Eres débil y te rajas rápido.
-Sí, me debilito rápido.
-Y eres tan estúpido conmigo, nunca te pones caliente. Vosotros los escritores sois tan... delicados... No podéis soportar a la gente. La humanidad hiede, ¿cierto?
-Cierto.
-Pero cada vez que cortamos empiezas a dar fiestas gigantescas de cuatro días. Y de repente te vuelves ingenioso. ¡Empiezas a hablar! De repente estás lleno de vida, hablando, bailando, cantando. Bailas en la mesita de café, lanzas botellas por la ventana, interpretas fragmentos de Shakespeare. De repente estás vivo, cuando yo me voy. ¡Oh, me han contado cosas acerca de esto!
-No me gustan las fiestas. Me disgusta especialmente la gente en las fiestas.
-Pues para ser un tío al que no le gustan las fiestas, celebras unas cuantas.
-Escucha, Margie, no entiendes. Ya no puedo escribir. Estoy acabado. En algún lugar torcí el rumbo. En algún lugar morí en medio de la noche.
-De la única manera en que te vas a morir es de una de tus monumentales resacas.
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sábado, 28 de septiembre de 2013

Las intermitencias de la muerte (José Saramago)

Sobre José Saramago

De José Saramago he escuchado de todo, desde que es uno de los mayores escritores del siglo veinte y que no tiene rival, hasta aquellos que lo consideran un escritor de respuestas fáciles y lectura predecible que no vale la pena seguir. Es verdad que era un escritor comprometido con sus ideas, pero en lo personal jamás me ha parecido que forzara alguna trama para intentar demostrar su punto. Se piensa que Saramago es un escritor de certezas, pero en realidad lo que sucede es que es un escritor claro de pensamiento que muestra realidades que a veces no queremos enfrentar debido a que nuestro sistema social nos forza a ignorar esas realidades. Y aunque es verdad que su óptica responde a un discurso que tal vez nos ha quedado un poco atrás, lo cierto es que la originalidad de su narrativa y lo entrañable de sus personajes harán que Saramago siga siendo leído y apreciado por las futuras generaciones. 
Saramago es un escritor que ha soportado el paso del tiempo de manera distinta a muchos escritores. Su éxito fue muy tardío gracias al rechazo de su primera novela (Claraboya, de reciente reedición), lo que nos muestra que las elecciones de los editores frente a los nuevos talentos no siempre es muy acertada. La verdad es que ese rechazo permitió a Saramago perfeccionar su característico estilo y pensar de nuevo sus temas, dejándonos las obras que lo han colocado en el gusto del público durante ya casi dos generaciones. La imaginación de Saramago es única (nos habla lo mismo de la vida de un elefante que del destino de la península ibérica), y tiene la habilidad de trastocar un pequeño elemento de la realidad y mostrarnos cómo los seres humanos somos ridículos manejando crisis por situaciones que realmente son secundarias a la esencia del ser humano. También es un gran crítico de la religión, mostrándonos alternativas a las historias bíblicas de una enorme fuerza expresiva y cargados de imaginación. 
La muerte no ronda comúnmente en las páginas de Saramago, por lo que esta obra es especialmente singular. Aún entre los fanáticos del escritor portugués consideran su favorita Las intermitencias de la muerte, por mostrarnos cómo trastocando un único fenómeno que todos deseamos que desaparezca podemos trastocar por entero todo nuestro sistema social. Con una narración sencilla y poderosa, además de personajes inolvidables, esta pequeña novela es una joya que vale la pena revisar y disfrutar. En esta escena, el director de una estación de televisión revela el contenido de una carta que ha llegado hasta él.   


Las intermitencias de la muerte [fragmento]

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A las veinte horas y cin­cuenta y cinco minutos el director general entró en el estudio, le entregó al presentador la carpeta con el comunicado del gobierno y se sentó en el lugar que le estaba destinado. Atraídas por lo insólito de la situación, la noticia, como era de esperar, había cir­culado, había en el estudio muchas más personas de lo que era habitual. El realizador ordenó silen­cio. A las veintiuna horas exactas surgió, acompa­ñada por su inconfundible sintonía, la fulgurante cabecera del telediario, una variada y velocísima se­cuencia de imágenes con las que se pretendía con­vencer al telespectador de que aquella televisión, a su servicio veinticuatro horas al día, estaba, como antiguamente se decía de la divinidad, en todas par­tes y a todas partes mandaba noticias. En el mismo instante en que el presentador acabó de leer el co­municado del gobierno, la cámara número dos pu­so al director general en la pantalla. Se notaba que estaba nervioso, que tenía la garganta cerrada. Ca­rraspeó un poco para limpiarse la voz y comenzó a leer, señor director general de la televisión nacio­nal, estimado señor, para los efectos que las perso­nas interesadas estimen convenientes le informo de que a partir de la medianoche de hoy se volverá a morir tal como sucedía, sin protestas notorias, des­de el principio de los tiempos y hasta el día treinta y uno de diciembre del año pasado, debo explicar­le que la intención que me indujo a interrumpir mi actividad, la de parar de matar, a envainar la em­blemática guadaña que imaginativos pintores y gra­badores de otros tiempos me pusieron en la mano, fue ofrecer a esos seres humanos que tanto me de­testan una pequeña muestra de lo que para ellos sería vivir siempre, es decir, eternamente, aunque, aquí entre nosotros dos, señor director general de la televisión nacional, tenga que confesarle mi total ig­norancia acerca de si las dos palabras, siempre y eter­namente, son tan sinónimas cuanto en general se cree, ahora bien, pasado este periodo de algunos meses que podríamos llamar de prueba de resisten­cia o de tiempo gratuito y teniendo en cuenta los la­mentables resultados de la experiencia, ya sea desde un punto de vista moral, es decir, filosófico, ya sea desde un punto de vista pragmático, es decir, social, he considerado que lo mejor para las familias y pa­ra la sociedad en su conjunto, tanto en sentido ver­tical, como en sentido horizontal, es hacer público el reconocimiento de la equivocación de que soy responsable y anunciar el inmediato regreso a la nor­malidad, lo que significa que a todas aquellas per­sonas que ya deberían estar muertas, pero que, con salud o sin ella, han permanecido en este mundo, se les apagará la candela de la vida cuando se extinga en el aire la última campanada de la medianoche, nótese que la referencia a la campanada de la me­dianoche es meramente simbólica, no vaya a ser que a alguien se le pase por la cabeza la idea estúpi­da de parar los relojes de los campanarios o de qui­tarle el badajo a las campanas pensando que de esa manera detendría el tiempo y podría contradecir lo que es mi decisión irrevocable, esta de devolver el supremo miedo al corazón de los hombres la mayor parte de las personas que antes se encon­traban en el estudio ya había desaparecido, y las que todavía quedaban cuchicheaban unas con otras, sus murmullos siseaban sin que al realizador, él mismo con la boca abierta de puro pasmo, se le ocu­rriera mandar callar con ese gesto furioso que era su costumbre usar en circunstancias obviamente mucho menos dramáticas luego resígnense y mueran sin discutir porque de nada les valdría, sin embargo, hay un punto en que siento que tengo la obligación de reconocer mi error, y tiene que ver con el injusto y cruel procedimiento que venía si­guiendo, que era quitarle la vida a las personas a traición, sin aviso previo, sin decir agua va, com­prendo que se trataba de una indecente brutalidad, cuántas veces no di tiempo ni siquiera para que hi­cieran testamento, es cierto que en la mayoría de los casos les mandaba una enfermedad que abriera camino, pero las enfermedades tienen algo curioso, los seres humanos siempre esperan librarse de ellas, de modo que ya cuando es demasiado tarde acaban sabiendo que ésa iba a ser la última, en fin, a partir de ahora todo el mundo estará prevenido de la misma manera y tendrá un plazo de una semana para poner en orden lo que todavía le queda de vida, hacer testamento y decir adiós a la familia, pi­diendo perdón por el mal hecho o haciendo las pa­ces con el primo con el que estaba de relaciones cortadas desde hace veinte años, dicho esto, señor director general de la televisión nacional, sólo me queda pedirle que haga llegar hoy mismo a todos los hogares del país este mi mensaje autógrafo, que firmo con el nombre con que generalmente se me conoce, muerte.  

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viernes, 27 de septiembre de 2013

El cuervo (Edgar Allan Poe)

Sobre El Cuervo

Edgar Allan Poe nunca ha dejado de sorprendernos. Aunque tal vez el detective Dupin de los cuentos de la calle Morgue nos queden ya un poco lejos, lo cierto es que el género policíaco es uno de los que goza de mejor salud tanto en la literatura como en el cine y en la televisión. Otros cuentos han gozado de mucha mejor suerte: La caída de la casa de Usher inspiró una ópera de Philip Glass (de la cual no he podido encontrar mas que el siguiente extracto http://www.youtube.com/watch?v=Xpw1psaylm8 a pesar de ser la ópera más representada del compositor estadounidense), El corazón delator inspiró una de las escenas más famosas de los Simpsons (La rival de lisa 6X02), y por supuesto su interpretación de la obra del día de hoy (http://www.youtube.com/watch?v=msc5xIcHYAI). 
El cuervo destaca entre toda la obra de Poe por varios motivos: no es un escritor muy afecto a la poesía y destacó principalmente en la prosa, tampoco era un escritor que hiciera numerosas y explícitas referencias a la tradición de Occidente, ni se caracterizó su prosa por generar episodios de angustias intermitentes y constantes, sino que genera grandes momentos de tensión que a veces parecen no resolverse. Las características que no posee el resto de la obra las tiene el poema, sin duda una apuesta arriesgada por parte del escritor estadounidense. Además, es singular por el tema del amor, que a pesar de ser entendido como obsesión y por tanto eje fundamental de su obra, lo cierto es que muy pocas veces abordará el tema de la unión pasional entre el hombre y la mujer para estructurar su obra. Sin embargo, no pareciera al leer el poema que fuera la primera vez que abordaba el tema ni tampoco que le costara un enorme esfuerzo hacerlo. 
¿Cuáles fueron los motivos de Poe para generar tan singular obra? Probablemente un motivo personal dada su extravagante vida y obra fue el principal detonador de su escritura, aunque no me atrevería a dudar ni por un momento que pasó años elaborando el texto hasta llegar a su forma definitiva. Y es que el cuervo impresiona en una primera lectura, pero como todo clásico su impresión más duradera y profunda proviene gracias al paso del tiempo. La pérdida del amor (símbolo también de la pérdida de cualquier cosa que apreciemos) bajo el oscuro dominio de la muerte (que a pesar de ser claro en los símbolos nunca se menciona, pudiendo también ser una forma muy adornada de entender el abandono) nos es trasmitido de una manera tan angustiosa ya que es una experiencia universal: todos hemos perdido y todos seguiremos perdiendo, no importa lo que pase. Esa terrible sentencia a morir poco a poco sin poderlo evitar, siempre el azar y la locura por encima de la razón, es lo que hace al poema la síntesis máxima de la obra de Poe, la que ejemplifica el estado en el cual el autor se encontraba al pensar su obra y la que nos sigue fascinando y provocando angustia con el paso de los siglos. 
Puede ser que, tal como nos dice Lisa en la parodia de los Simpsons, que ya no nos asuste tanto la forma en la cual fue narrado el poema, ya que el miedo es un sentimiento que se desgasta con facilidad, más en nuestra época de explotación e hiperconsumo. Pero el mensaje tremendo de que nos encontramos solos y desnudos ante la presencia de fuerzas que no podemos comprender es un mensaje que jamás podremos eludir. 

El cuervo [fragmento]

[...]



De un golpe abrí la puerta
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.


Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

[...]

jueves, 26 de septiembre de 2013

El túnel (Ernesto Sábato)

Sobre los libros que detesto

¿Es válido hablar en mi blog de los libros que destesto, o de las personas cuya vida me parece cuestionable? Probablemente podría argumentarse que un blog es una tribuna para poder decir aquello que se piensa, pero si se pretende criticar a una obra literaria basta con el silencio para dejar claro que no vale la pena dar publicidad a los libros que no nos agradan. Sin embargo, mi intención en este proyecto es presentar tanto lo que me parece bueno como lo que me parece malo, para que el lector tenga una visión completa de aquello que es la literatura, es por ello que expongo mi opinión además de un fragmento para generar curiosidad. 
Si solamente hablara de los libros que me agradan sin duda dejaría a micha gente importante fuera, ya que no solamente hago a un lado libros que han sido mal escritos. Por ejemplo, Kafka me parece un escritor extraordinario, pero no pude pasar de la página treinta de América y no pienso regresar nunca porque me parece una novela predecible y aburrida, pero escrita de una manera magnífica. Con García Márquez es conocida mi aversión, aunque he leído Cien años de soledad y le reconozco algunos méritos (no tantos como lo hacen la mayoría de mis amigos). Y uno de esos libros con los que tengo ese problema es precisamente con El Túnel, el libro que les presento el día de hoy. 
Su lectura me pareció una experiencia tan mala y aburrida que inclusive había olvidado incluirla en la lista de los libros que había leído en las reflexiones que hacía hace poco. Mis problemas con el libro son múltiples: se sabe desde el principio en qué acabará la historia, su narrador y personaje principal me parece pretencioso y su obsesión gratuita y poco verosímil, sus observaciones me parecen obvias y que no aportan gran cosa a la narración. Es una pena, ya que Sábato escribe con buen estilo y hasta donde sé el resto de sus obras que no he podido leer al parecer tienen algún mérito; aunque tal vez daría la razón a la Academia Sueca al no otorgarle el Nobel (opinión completamente distinta de la que tengo en el caso de Borges). 
Me parece que hacer una novela existencialista es una falta de ambición de un hombre que se caracterizó por la pasión en su lucha política y que fue formado en el área de ciencias (Sábato era físico y trabajó en el Instituto Curie). ¿A qué se debe la fascinación de muchos escritores de mérito a esa visión tan plana del ser humano que es el existencialismo? No lo sé, tal vez fue la moda de la época o a mis prejuicios por mi propia naturaleza de obsesión con los detalles. De cualquier manera es un libro que se deja leer con facilidad y es mucho mejor que ver la televisión del domingo por la noche. 

[...]

IX


Pasé una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intenté muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de pronto me encontré en la calle Corrientes. Me pasaba algo muy extraño: miraba con simpatía a todo el mundo. Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería. Pero he dicho que me propongo narrar esta historia con entera imparcialidad, y así lo haré.
Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad parecía abolido o, por lo menos, transitoriamente ausente. Entré en el café Marzotto. Supongo que ustedes saben que la gente va allí a oír tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye La pasión según San Mateo.


[...]

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La música de Bach mueve cortinas (Jaime Sabines)


Sobre la sencillez de la poesía

¿Es necesario que la poesía sea conceptista, compleja y hermética? Aunque debo de admitir que soy un admirador y un no muy disciplinado lector de Ezra Pound, eso no significa que sea incapaz de disfrutar de aportaciones sencillas pero poderosas de la poesía. Es por ello que quiero recordar hoy a Jaime Sabines, el escritor chiapaneco que ha iluminado los días de numerosas personas con poesías sencillas que hablan de la naturaleza y de la vida cotidiana, y que es por su falta de pretensión lo que los hace tan agradables y accesibles para los lectores que buscan una experiencia en la literatura que sea accesible pero que respete su sensibilidad y su gusto. 
Jaime Sabines era un escritor muy particular. Apenas y corregía sus textos, y solamente cancelaba con una línea aquellas poseías que rechazaba. Solía decir que sus cuadernos eran muy limpios y que prácticamente nunca regresaba a texto alguno, porque el Sabines de hoy no es el Sabines de ayer. Intérprete de la naturaleza y de las emociones puras, nos recuerda que el uso correcto del lenguaje proviene de la exigencia más recalcitrante de trasmitir las emociones y los pensamientos de la manera más clara posible, sin intermediarios que dificulten al lector y sin juegos innecesarios que solamente escondan la pobreza de conceptos. Es en esta enseñanza donde el poeta tiene su mayor acierto y que con imágenes simples todavía puede trasmitir experiencias poderosas. 
Dejo este pequeño poema de Sabines para que lo disfruten. 

La música de Bach mueve cortinas...


La música de Bach mueve cortinas
en la mañana triste, y un viento con amores
se desliza en las calles y en los corazones.
Nadie sabe por qué pero se alegran
las sombras y los hombres
como si Dios hubiese descendido a fecundarlos
y en el asfalto espigas de oro florecieran.
En el día de hoy el sol se ablanda
y mansa luz como un aceite unta
a los cansados y a los tristes.

Un canto para sordos se desprende de las cosas
y esa terrible dulzura que es Dios insoportable
contagia la salud de un pecho a otro.
Es la hora interminable, la inasible,
la eternidad que dura un abrir y cerrar de ojos.
(Mientras esto he dicho, el día se ha partido en
dos como una granada madura.)

martes, 24 de septiembre de 2013

Una rosa para Emilia (William Faulkner)


Sobre las manías de los profesores de literatura

No recuerdo a quién le escuché (muy probablemente al poeta mexicano Eduardo Casar) que los cursos de literatura están básicamente conformados por tres clases de lecturas: las lecturas favoritas, aquellos libros que el profesor desea releer y aquellos que no ha leído y le gustaría leer. Esta fórmula es particularmente interesante, ya que nos revela que los cursos de literatura que realmente valen la pena están más inspirados en los gustos del profesor que en cualquier consideración académica, como lo demostraron tanto los buenos como los malos profesores que he tenido a lo largo de mi vida en esta materia. Afortunadamente no soy profesor de literatura y por el bien de la humanidad espero nunca serlo, pero esta manía de los profesores para filtrar sus propios gustos en las mentes de los desventurados estudiantes. 
La combinación de mis profesores de literatura es particularmente extraña y privilegiada: dos escritores (una mexicana y uno estadounidense), tres teóricos literarios (dos especialistas en literatura latinoamericana, una especialista en esa misma tradición y en religiones comparadas), una especialista en comunicación y otros profesores de los que vale la pena ya olvidar. Hoy nos concentraremos en uno y hablaremos del resto otro día. 
El escritor estadounidense Clark Murray fue durante un año mi profesor de literatura inglesa. Muy interesado en la tecnología y su influencia en la sociedad, ha estado en Latinoamérica desde la época del huracán Paulina, experiencia que lo marcó para la escritura de su novela Why southern go south, novela disfrutable de la que también hablaremos en otra ocasión. El punto es que hoy platicaba con un compañero y me entero que nuevamente ha dejado como lectura la recomendación del día de hoy: A rose for Emily, del escritor también estadounidense William Faulkner. Del por qué es tan importante la lectura de este cuento en realidad muy poco se sabe, pero la verdad no vale la pena preguntarle. 
Es mucho más divertido intentar fantasear del por qué le gusta tanto este cuento. Es un estadounidense sureño al igual que Faulkner, pero sus temas están muy alejados del profundo sur y su estilo se ha comparado más con el de Raymond Carver. No es un escritor que aborde el amor como tema, así que el amor de Emily por el norteño Barron es un tanto extraña. Y no es particularmente afecto a los valores del sur de los Estados Unidos, a tal punto que ha trabajado en México por muchos años. Sin duda hay algo simbólico en el relato que lo hace su favorito, que generación tras generación busca algún alumno le dé la respuesta a las preguntas del análisis que hace una y otra vez y que generalmente no lo satisfacen. No diré que soy bueno en esa tarea, pero en realidad es mucho más interesante el interés del escritor de un mundo sin tiempo que vivió el huracán Paulina por esta pieza que la lucha interna de Emily por vengarse del norte al que no puede dejar de amar. ¿O no? 
     

Una rosa para Emilia [fragmento]

[...]

III

La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena...

Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler...

Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:

“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.

Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de...?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”

Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.

-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.

-Necesito un veneno -dijo.

-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom...

-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.

El droguero le enumeró varios.

-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?

-Quiero arsénico. ¿Es bueno?

-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea...?

-Quiero arsénico.

El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.

-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.

La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.

[...]

lunes, 23 de septiembre de 2013

Hamlet (William Shakespeare)

Sobre la influencia de Shakespeare

Hoy no hablaré particularmente de la obra cuyo fragmento les ofrezco hoy. ¿Cuántas veces no se ha escrito y reinterpretado la obra del Hamlet, a tal punto que hemos olvidado la fuerza de las palabras escritas en la obra? Lo cierto es que basta solamente con regresar a las páginas para darse cuenta de la relevancia y la profundidad de la mirada del autor, independientemente de que haya sido el director del Teatro el Globo ya que la identidad del autor ha sido puesto en duda recientemente. Fuera de los chismes literarios, sin duda debemos agradecer que estas obras nos sobrevivan y podamos disfrutarlas en el momento en que lo dispongamos, ahora gracias a la red con la única restricción de tener acceso a algún dispositivo que pueda conectarse a Internet(porque eso de tener una computadora ya se quedó muy atrás). 
Mi reflexión va más bien encaminada a la influencia que Shakespeare ha tenido en la cultura occidental. Para ello valdría la pena que revisaran esta interesante imagen  http://griffsgraphs.files.wordpress.com/2012/07/influence2_connectionslabel.png . Esta gráfica se hizo intentando hacer círculos que representan al autor y las conexiones entre autores con líneas. Si logran localizar a Shakespeare se darán cuenta de que está casi al centro de la región de los escritores, lo que lo hace la pieza clave en ese gremio (por ejemplo, Víctor Hugo tiene un tamaño similar, pero se encuentra en la orilla del diagrama). Aunque es lógico que tenga esa posición ya que son angloparlantes los que realizaron este bonito dibujo, lo cierto es que nos debemos poner a reflexionar sobre la influencia del dramaturgo en nuestras vidas, hasta dónde es por los propios méritos del autor y hasta dónde la conquista anglosajona y la mal entendida alta cultura nos la ha impuesto.
Lo primero que nos debe de sorprender es ver la imagen y observar los vecinos de Shakespeare, ya que es difícil que siquiera podamos recordar los personajes de las obras de Conrad o recordar algún pasaje del Paraíso Perdido de Milton. Y es que sin duda algún conocido ha sufrido la trágica situación de Romeo y Julieta, o a sido presa de los celos como Otelo, o a conocido a un matrimonio tan ambicioso como los Macbeth. Lo cierto es que los personajes de Shakespeare se nos han colado gracias a los medios de comunicación, mayoritariamente anglosajones e inspirados en esas obras (se puede recordar al Rey Mufasa aconsejando a Simba vengarlo en una paráfrasis de Hamlet o inclusive a Bob Patiño o a un asesino en The Mentalist citar algún pasaje específico como prueba de inteligencia y de cultura). Finalmente la colonización tecnológica nos lleva a basar la tradición de aquellos quienes desarrollan las historias, y entre todos los autores es Shakespeare quien tiene la supremacía.
Esta situación es benéfica si no olvidamos que la riqueza cultural proviene de la diversidad. Ser latinoamericano y citar a Shakespeare no debería de causarnos ninguna clase de reacción negativa (como le pasaría a Borges con su fascinación por Chesterton), sin olvidar que por encima de cualquier gusto personal es la mirada crítica de cada persona la que determina qué referencias usar para construir su propio imaginario y visión del mundo. Aceptar plácidamente el lugar común observando a Yakko Warner recitando el soliloquio de la obra de hoy debe de provocarnos risa y gusto (dejo la escena junto con otras referencias de poesías de Dot: http://www.youtube.com/watch?v=vNlyBRnXyuE), de la misma manera que Thomas Pynchon citaba a Borges en el Arcoiris de Gravedad o incorporaba México Malcolm Lowry en Bajo el volcán, o Verdi al musicalizar Otelo. Si somos capaces de incorporar las tradiciones sin tapujos ni puritanismos (admito que en una actitud muy mestiza) entonces enriqueceremos la tradición y podremos encontrar cosas mucho más valiosas que aislando la cultura en una lengua y un grupo de referencias (tal como hacen a veces los académicos franceses). Pero bueno, al final quien decide qué permanece en la cultura es cada lector cada vez que lee, generación tras generación.
El día de hoy, Hamlet, príncipe de Dinamarca, regresa a su país después de un viaje forzado y se encuentra en la exhumación de Yorik, bufón del rey.

Hamlet [fragmento]

[...]

HAMLET.- ¿Cuánto tiempo podrá estar enterrado un hombre sin corromperse?
SEPULTURERO.- Pues si él no se corrompía ya en vida, como nos sucede todos los días con muchos cuerpos galicosos que no hay por dónde asirlos, podrá durar cosa de ocho o nueve días. Uno curtido durará nueve años seguramente.
HAMLET.- ¿Pues qué tiene aquel que ha sido curtido más que otro cualquiera?
SEPULTURERO.- Lo que tiene es un pellejo más por la labor del ejercicio, que puede resistir mucho tiempo al agua; y el agua, señor mío, es la cosa que destruye más rápido a cualquier hijo de puta de muerto. He aquí una calavera que ha estado bajo tierra más de veintitrés años.
HAMLET.- ¿De quién es?
SEPULTURERO.- ¿De quién parece que será, estúpido?
HAMLET.- Yo, ¿cómo he de saberlo?
SEPULTURERO.- Mala peste en él y en sus travesuras. Una vez me echó un frasco de vino del Rin por los calzones... Pues señor, es la calavera de Yorik, el bufón del rey.
HAMLET.- ¿Ésta? (El sepulturero le entrega un cráneo a HAMLET)
SEPULTURERO.- La misma.
HAMLET.- ¡Ay, pobre Yorik! Yo le conocí, Horacio... Era un hombre sumamente gracioso, de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que me llevó siendo niño mil veces sobre sus hombros... y ahora su vista me llena de horror, y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron los labios donde yo di besos sin número... ¿Qué se hicieron tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de ordinario animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de músculos, ni siquiera puedes reírte de tu propia deformidad... Ve al tocador de una de nuestras damas y dile, para excitar su risa, que por más que se ponga una pulgada de aceite en el rostro, a su muerte habrá de experimentar esta misma transformación... (Tira el cráneo de inmediato a la sepultura)

[...]

domingo, 22 de septiembre de 2013

Los niños del maíz (Stephen King)


Maíz

Debemos admitir que Stephen King es un mal escritor con una gran imaginación, cuyos mejores tiempos han pasado y se encuentra ya en franca decadencia. Muy lejos han quedado los tiempos en que casi cualquier libro o relato del autor se convertía en el éxito de ventas y al poco tiempo se realizaba su adaptación al cine. Ya para que el mismo Kubrick decidiera realizar una de sus obras maestras basado en uno de sus relatos. Y es que en una época donde no estábamos invadidos por las películas de terror asiáticas y las interminables sagas de terror con los mismos personajes, King era el rey de ese género. Películas que ya son clásicas como El Resplandor, La Zona Muerta, Cujo, Cementerio de Mascotas, Eso, Coma, Carrie o Misery han representado una referencia obligada para varias generaciones de cinéfilos. Y aunque tal vez la calidad de su escritura no sea tan buena o sus tramas a veces tengan trucos y sorpresas que con un poco de esfuerzo podrían haberse corregido, vale la pena revisar por curiosidad estos relatos que sí pueden brindar un momento agradable. 
La recomendación de hoy tiene que ver con uno de esos relatos que se ha vuelto famoso y que tiene características que lo diferencían del resto de la obra de King. Los niños del maíz es en efecto una de las obras que se han adaptado al cine y que han alcanzado gran popularidad, a tal punto que se hicieron siete secuelas y se hizo hace muy poco un remake, hecho sorprendente ya que el cuento original no supera las diez páginas. Pero además de la brevedad de la historia original, lo cierto es que se interrumpe el relato ante el horror por la escena final que deja abiertas tantas interrogantes que ha permitido crear un universo imaginario alrededor del poblado de Gatlin, en Nebraska. También es un relato sorprendente de King ya que hace claramente una crítica al fanatismo cristiano de los Estados Unidos de una manera tan clara y violenta que no deja dudas sobre lo que el extremismo religioso de grupos de poder en ese país le están haciendo al mundo. También su poca simpatía por esos niños que viven sin figuras adultas (el cuento nunca aclara el porqué, por lo que la explicación de la película es una posible interpretación), casi al estilo del Señor de las Moscas, nos muestra cómo figuras salvajes e incapaces de madurar pueden utilizar los sentimientos más profundos de los seres humanos para cometer atrocidades en nombre de Dios. Un relato que vale la pena ver con mucho más cuidado que el resto de la obra del autor. 
Sin embargo, hay otro punto particular que llama la atención de este pequeño cuento. A pesar de que los niños cometen los errores debido a su fanatismo, King no los culpa directamente por sus faltas (tal como sucede en el Señor de las Moscas). A diferencia del monstruo imaginario que cobra vida debido a la imaginación de los infantes en la novela de Golding, Aquel que camina por los surcos es una entidad real que consume a todos aquellos que se encuentran en el poblado. Esta idea de King, que fundamenta la Torre Oscura y que encontramos claramente en Eso, es perturbadora y deja clara la visión sobre el mal que tiene el escritor: los seres humanos son malos y son responsables de sus acciones, pero la maldad está encarnada en realidad por un ser sobrenatural que controla las acciones y los destinos del mundo. Esta idea recurrente, bastante cristiana, hace de las obras de King muy poderosas por su capacidad para mostrar a estas entidades y cómo pueden influir en un mundo aparentemente normal. 
En este fragmento, los protagonistas del cuento (Vicky y Burt), se encuentran investigando el pueblo de Gatlin después de sufrir un accidente. En este fragmento Burt se encuentra sólo y encuentra la Iglesia principal. * 

Los niños del maíz [fragmento]

[...]

Vicky estaba en lo cierto . Algo estaba mal, muy mal aquí . Burt pensó en regresar con Vicky sin explorar nada más. Entrar en el coche y salir de la ciudad lo más rápido posible, sin preocuparse por el Edificio Municipal. Pero se preocupó. Di la verdad, pensó. ¿Quieres arreglar la Ban 5000 antes de ir hacia atrás y admitir que ella tenía razón para empezar? Volvería en un minuto o menos.
Caminó hacia el púlpito , pensando : La gente tiene que ir a través de Gatlin todo el tiempo. Debe haber personas en el pueblo vecino que tienen amigos y parientes aquí. La policía estatal debe pasar por aquí de vez en cuando. ¿Y qué pasa con la compañía eléctrica? El semáforo estaba muerto. Seguro que podría saber si la fuente de poder había estado apagada durante doce largos años. Conclusión : Lo que parece haber sucedido en Gatlin era imposible.
Sin embargo, tenía la piel de gallina .
Subió por los cuatro escalones alfombrados del púlpito y miró hacia las bancas desiertas, brillando entre las sombras . Parecía sentir el peso de lo sobrenaturales y decididamente anticristianos ojos aburridos en su espalda. Había una gran Biblia en el atril, abrió en el trigésimo octavo capítulo de Job. Burt miró  en él y leyó: « Entonces el Señor respondió a Job desde un torbellino, y dijo: ¿Quién es éste que oscurece el consejo con palabras sin conocimiento? . . . ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? proclama , si has comprendido. " El Señor .  Aquel que camina detrás de los surcos. Proclama si has entendido. Y por favor, deja pasar el maíz.
Agitaba las páginas de la Biblia, que hicieron un sonido susurrante y seco en el silencio - el sonido que los fantasmas podrían hacer si realmente existieran eran esas cosas. Y en un lugar como éste casi se podía creerlo. Las secciones de la Biblia había sido cortadas. Sobre todo en el Nuevo Testamento, según vio. Alguien había decidido tomar en el trabajo de modificar al buen rey James con un par de tijeras. Pero el Antiguo Testamento estaba intacto .
Estaba a punto de abandonar el púlpito cuando vio otro libro en un estante más bajo y lo tomó, pensando que podría ser un registro de la iglesia para las bodas y confirmaciones y entierros . Hizo una mueca ante las palabras estampadas en la cubierta , hechas con mano inexperta en hoja de oro: "DEJA QUE EL INICUO SEA RETIRADO PARA QUE LA TIERRA BUELBA A SER FERTIL, DISE EL SEÑOR DIOS DE LOS EGERCITOS". 
Parecía que había un tren de pensamiento por aquí , y Burt no les importaba mucho el camino que la situación parecía estar tomando. 

[...]

* Las faltas de ortografía son adaptaciones libres de las faltas de ortografía del original 

sábado, 21 de septiembre de 2013

La conjura de los necios (John Kennedy Toole)

Sobre la ingratitud del mundo

Vivir en este mundo no es fácil. Si teniendo soltura económica, educación y estabilidad social se tiene que enfrentar a la muerte, la soledad y la incomprensión de nuestros congéneres; lo cierto es que sin dinero estamos condenados a la catástrofe. Es lo que se llama la condición humana. No por ello debemos tirarnos a llorar, condescendientes, de nuestra trágica situación en este mundo y esperar la muerte (aunque algunos de mis amigos piensen que es la manera en la que me gusta pasar mis ratos libres); sin embargo, debemos de ser bien conscientes de que nuestra alegría y esperanza son armas para enfrentar la vida, no condiciones inherentes al mundo que terminarán de recompensar a quien lo merece y castigar a quien no de acuerdo con nuestros ridículos parámetros de moralidad. Lo cierto es que el mundo no es justo. 
Uno de los mejores ejemplos de esta tesis es el autor que revisaremos el día de hoy. No entraré en los detalles de la vida y la muerte de Kennedy Toole, basta con leer los prólogos de las dos novelas que logró escribir en su corta vida y que escribieron personas que conocieron a la madre del autor para darse una buena idea de lo ilógico y mediocre que es la sociedad de cualquier país. Baste decir para este texto que se suicidó por no conseguir medios suficientes para vivir de manera digna, por no decir que fue recompensado por el enorme genio y talento que poseía para escribir y para analizar el mundo. Porque lo cierto es que era un genio. 
Basta revisar las primeras páginas de La conjura de los necios para comprobarlo, aunque toda la novela tiene una calidad homogénea a pesar de ciertas escenas que son mucho más memorables. Pero los méritos del novelista son muchos: haber logrado conjuntar de manera creíble las situaciones más divertidas y disparatadas del Nuevo Orleans de finales los años cincuenta con la tradición más clásica de la literatura universal (como sus citas constantes a Boecio y Platón en los escritos del personaje principal, Ignatius O´Really), hacer de manera mordaz pero con elegancia una crítica a la sociedad rígida norteamericana frente a sus propios vicios (al hablar de la segregación racial por las historias de los personajes secundarios, la discriminación que sufre su personaje principal por la falta de empleo y en general por no seguir las convenciones sociales), siempre tener un toque de humor en cada escena cayendo en ocasiones en el mal gusto pero sin perder nunca la armonía de la narración. 
Y es que el gran mérito de la novela es hacernos entrañable a un personaje que rompe con todas las convenciones sociales. Ingatius O´Really es un personaje gordo, de aspecto no muy agradable, de costumbre higiénicas cuestionables, pedante, grosero, antipático, déspota, mentiroso, abusivo y flojo; y aún así nos parece encantador y nos muestra cómo la sociedad lo hace a un lado por razones estúpidas y poco fundadas. El conformismo de aquellos que le rodean está dibujado de manera magistral, especialmente encarnados en el personaje de la madre de O´Really, una mujer conservadora que no sabe cómo deshacerse de su hijo a pesar del amor que le profesa. Personajes complejos en situaciones cómicas de los que vale la pena no perderse ni una página. 
Sin embargo, la crítica de Kennedy Toole a la sociedad tuvo un final trágico: no se le puede ganar al sistema. A pesar de su genio sólo era un profesor pobre de literatura que de acuerdo con los estándares de las editoriales no debe ser tomado en cuenta, a pesar de haber escrito una obra maestra. De su suicidio somos culpables todos por haber creado sociedades incapaces de premiar el mérito y de vivir auténticamente en lugar de simularlo todo; aunque la red es sin duda una gran bendición donde tal vez podamos disfrutar de autores con talento parecido que no nos llegan por las vías convencionales. Kennedy Toole no tuvo tanta suerte, y siempre quedará la sombra de si pudo haber sido el mayor novelista del siglo veinte. 
En este fragmento, Ignatius se detiene en una empresa que maneja carritos de salchichas para saciar su apetito, después de haber sido despedido de su empleo en una fábrica de jeans de mezclilla.  

La conjura de los necios [fragmento]

SIETE


Vendedores Paraíso, Incorporated, se albergaba en lo que antes había sido un taller de reparación de automóviles, en la oscura planta baja de un edificio comercial de la calle Poydras, desocupado, por lo demás. Las puertas del garaje solían estar abiertas, obsequiando al transeúnte con un aroma acre a salchichas hirviendo y a mostaza, y a cemento impregnado durante muchos años por los lubricantes y aceites de motor que habían goteado y manado de Harmons y Hupmobiles. El intenso hedor de Vendedores Paraíso, Incorporated, llevaba a veces al sobrecogido y perplejo transeúnte a mirar por la puerta abierta hacia la oscuridad del garaje. Allí, sus ojos se topaban con una flota de grandes salchichas de lata instaladas sobre ruedas de bicicleta. No es que fuese una colección de vehículos demasiado impresionante. Varios de los salchichomóviles estaban llenos de abolladuras. Había una salchicha estrujada, de costado, su única rueda colocada horizontal encima, víctima del tráfico.
Entre los transeúntes vespertinos que pasaban apresurados delante de Vendedores Paraíso, Incorporated, pasó arrastrándose lentamente una figura impresionante: Ignatius. Se detuvo ante el estrecho garaje, aspiró los humos de Paraíso con gran placer sensorial. Sus protuberantes pelos nasales analizaron, catalogaron, categorizaron y clasificaron los distintos aromas, la salchicha, la mostaza, el lubricante. Aspiró profundamente, preguntándose si detectaba también o no, un olor más sutil, el aroma leve de los panecillos. Luego miró las manos de blancos guantes de su reloj de pulsera Ratón Mickey y comprobó que sólo hacía una hora que había comido. Aun así, aquellos aromas intrigantes estaban haciéndole salivar activamente.
Entró en el garaje y miró por allí. En un rincón había un viejo que hervía salchichas en una enorme olla, cuyo tamaño empequeñecía el hornillo de gas sobre el que se asentaba.
—Disculpe, caballero —dijo Ignatius—. ¿Venden ustedes al detalle?
Los ojos acuosos del viejo se volvieron hacia el enorme visitante.
—¿Qué quiere usted?
—Me gustaría comprar una de sus salchichas. Tienen un aroma delicioso. Quería saber si me vendía usted una.
—Desde luego.
—¿Puedo elegirla? —preguntó Ignatius, asomándose al borde de la olla.
Las salchichas silbaban y bailaban en el agua hirviendo como paramecios artificialmente coloreados, vistos desde un gigantesco microscopio. Ignatius se llenó los pulmones de aquel aroma amargo y picante.
—Me imaginaré que estoy en un restaurante elegante y que esto es la charca de las langostas.
—Tome, sáquela con este tenedor —dijo el hombre, entregándole a Ignatius una especie de lanza doblada y corroída—. Y procure no tocar el agua con las manos. Es como ácido. Fíjese cómo ha dejado el tenedor.
—Caramba —dijo Ignatius al viejo, después de haber dado el primer mordisco—. Son fuertes, eh. ¿Qué ingredientes tienen?
—Caucho, cereal, tripa. ¿Quién sabe? Yo no me atrevo a comerlas, la verdad.
—Resultan curiosamente atractivas —dijo Ignatius, carraspeando—. Me pareció que las vibrisas de mi nariz detectaban algo único cuando pasaba por ahí fuera.
Ignatius masticaba con una ferocidad beatífica, estudiando una cicatriz que tenía el viejo en la nariz y oyéndole silbar.
—¿Eso que silba es de Scarlatti? —preguntó al fin.
—Bueno, yo creo que es Turkey in the Straw.
—Tenía la esperanza de que conociese usted la obra de Scarlatti. Fue el último músico —añadió Ignatius, reanudando su furioso ataque a la gran salchicha—. Con sus evidentes dotes musicales, podría dedicarse usted a algo de más mérito.
Ignatius siguió masticando mientras el viejo reanudaba su monótono silbar. Luego, dijo:
—Sospecho que piensa usted que Turkey in the Straw es algo auténticamente norteamericano. Pues bien, no lo es. Es una abominación discordante.
—No me parece que eso tenga mucha importancia.
—¡Tiene muchísima, caballero! —chilló Ignatius—. Venerar cosas como Turkey in tbe Straw es la raíz misma de nuestros problemas actuales.
—¿Pero de dónde demonios sale usted? ¿Qué quiere?
—¿Cuál es su opinión sobre una sociedad que considera Turkey in the Straw como uno de los pilares de su cultura?
—¿Quién piensa eso? —preguntó el viejo irritado. —Todo el  mundo.  Sobre  todo   los cantantes  populares y los profesores  de  tercer  grado.   Hay  hoscos  pregraduados  y  párvulos que están cantándolo siempre, como hechiceros. —Ignatius eructó—. Creo que tomaré otra de esas deliciosas salchichas.
Tras la cuarta salchicha, Ignatius repasó labios y bigote con su majestuosa lengua color rosa y le dijo al viejo:
—No recuerdo haberme sentido tan satisfecho en mucho tiempo. He tenido suelte al encontrar este lugar. Me espera un día preñado de infinitos horrores. Estoy sin trabajo en este momento e intentando encontrarlo. Y es como si me hubiese lanzado a buscar el Santo Grial. Llevo ya una semana deambulando por el barrio comercial. Carezco, al parecer, de alguna perversión especial que buscan los patronos de hoy.
—No tiene suerte, ¿eh?
—Bueno, he contestado sólo a dos anuncios esta semana. Hay días que estoy absolutamente desquiciado ya cuando llego a la Calle Canal. Esos días puedo darme por satisfecho si tengo ánimos bastante para entrar en un cine. En realidad, he visto ya todas las películas que ponen en el centro y, dado que todas son lo suficientemente ofensivas como para que se mantengan en cartelera indefinidamente, la semana que viene se presenta particularmente lúgubre.
El viejo miró a Ignatius y luego miró aquella enorme olla, el hornillo de gas, los carros abollados. Al fin, dijo:
—Yo puedo darle trabajo aquí.
—Muchísimas gracias —-dijo Ignatius en tono condescendiente—. Pero aquí no podría trabajar. Este garaje es muy húmedo y yo soy propenso a las afecciones respiratorias, entre varias otras.
—Pero no trabajaría usted aquí, hijo. Yo digo como vendedor.
—¿Qué? —aulló Ignatius—. ¿Todo el día en la calle, expuesto a la lluvia y a la nieve?
—Aquí no nieva, hijo.
—Sí que nieva, pocas veces, pero nieva. Lo más probable es que se pusiera a nevar en cuanto saliera yo a la calle arrastrando uno de esos carros. Seguro que me encontrarían tirado en el arroyo, con todos mis orificios llenos de carámbanos, y los gatos callejeros echados sobre mí para aprovechar el calor de mi último aliento. No, gracias, caballero. He de irme. Ahora recuerdo que tengo una cita.

[...]

viernes, 20 de septiembre de 2013

Siddharta (Herman Hesse)

La fascinación por el Buda

Algunos estudiosos afirman que la lectura de Herman Hesse pertenece a los días de juventud temprana y que con el paso del tiempo queda evidente que no es un escritor que vale la pena volver a revisar. Sin duda yo no podría estar más en desacuerdo con esta opinión, ya que aunque es verdad que los temas del escritor alemán están fuertemente vinculados con las inquietudes de aquellos que no han alcanzado la edad adulta, lo cierto es que los temas que cuestiona son universales y la manera de tratarlos hace que generación tras generación redescubra su obra y vuelva a considerarla valiosa. 
Aunque no siempre es evidente, uno de los grandes temas de la literatura occidental es su fascinación por la cultura oriental (representada desde el estudio de los pintores impresionistas por los grabado provenientes de japón hasta el interés de muchos jóvenes y ya no tan jóvenes por la animación de ese país). Este interés se muestra en la obra que sugerimos hoy de Hesse, donde se nota su conocimiento sobre la historia del Buda (parcial pero acorde con la disponibilidad de recursos que se tenía en esa época, muy diferente a los manantiales de información que tenemos hoy); aunque también poco a poco se deja ver su propia opinión sobre su personaje principal: su enorme escepticismo sobre las convenciones y vicios de este mundo (de los cuáles se puede presumir proviene su enigmática sonrisa), su desfachatez a romper todo aquello que se piensa sobre él y en general sobre el cómo deben de funcionar las cosas en el mundo (recayendo la pesada carga de seguir las reglas de la sociedad en su amigo Govinda), la capacidad que tiene para cometer errores que incluso nosotros consideraríamos graves sin por ello aparentemente caer en el error (como en el hermoso pasaje de su compañera Kamala), o tan solo la capacidad para actuar con autoridad y buen juicio en las más diversas circunstancias, encontrando al final todo vacío y sin sentido tal como concluyen otros actores místicos (como el caso de Quoholet en el Eclesiastés bíblico). La capacidad de Hesse para trasmitir con economía y belleza todos estos conceptos lo hace un gran maestro de la literatura universal, y es por ello que regresamos el día de hoy a esta obra (ya regresaremos a otras más adelante). 
En este pasaje Siddharta habla con Govinda, en un paseo para pedir alimentos, sobre el tiempo que han pasado con los samanas (ascetas de los bosques que viven en la pobreza y la meditación buscando la iluminación).  

Siddharta [fragmento]

[...]

- ¿Qué piensas, Govinda? - inquirió Siddharta con ocasión de una de estas salidas -. ¿Crees que hemos adelantado? ¿Hemos logrado algún fin? 
Govinda contestó: 
- Hemos aprendido y seguiremos aprendiendo. Tú serás un gran samana, Siddharta. Has aprendido rápidamente todos los ejercicios y a menudo has dejado admirado a los viejos samanas. Algún día serás un santo, Siddharta. 
Y Siddharta replicó: 
- No soy de la misma opinión, amigo. Lo que hasta el día de hoy he aprendido de los samanas, Govinda, lo hubiera podido aprender más rápidamente y con mayor sencillez en otro lugar. Se puede aprender en cualquier taberna de un barrio de prostitutas, amigo mío, entre arrieros y jugadores. 
Govinda exclamó: 
- Siddharta, ¿quieres burlarte de mí? ¿Cómo hubieras podido aprender el arte de abstraerte, de contener la respiración, de insensibilizarte contra el hambre y el dolor allí, entre aquellos miserables? 
Y Siddharta dijo en voz baja, como si hablara consigo mismo: 
- ¿Qué significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué representa el ayuno? Qué se pretende al detener la respiración? Se trata de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y el absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis que encuentra el arriero en el albergue cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Dormido sobre una copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddharta y Govinda después de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no - yo. Así sucede, Govinda. 
Govinda repuso: 
- Así hablas, amigo, y sin embargo sabes que Siddharta no es ningún arriero y que un samana no es un borracho. Verdad es que el borracho se encuentra en su narcosis, alcanza una breve huida y un descanso, pero regresa de la vana ilusión y se haya igual; no se ha hecho más sabio, no ha ganado conocimientos. 
Siddharta declaró sonriente: 
- No lo sé, nunca he estado borracho. Pero sí sé que yo, Siddharta, en mis ejercicios y en el arte de ensimismarse sólo encuentro una breve narcosis, y me hallo tan alejado de la sabiduría y de la redención como cuando era niño, en el vientre de mi madre. Govinda, esto puedo afirmarlo. 

[...]

martes, 17 de septiembre de 2013

El Proceso (Franz Kafka)


Sobre el porqué hay que evitar los abogados 

Se puede decir que tengo una relación muy ambivalente con el Derecho y sus ministros. Varios de mis tíos son abogados y varios de los que son y fueron grandes amigos de mi vida se dedicaron a esa profesión (por no hablar de varios amores que no llegaron a consumarse un poco por la frialdad e indiferencia a los sentimientos humanos que exige el ejercicio de la abogacía). De ahí que tenga una relación complicada y bastante escéptica de esta profesión y de la justicia, que no me parece más que una entelequia para engañar a los intelectos ingenuos para separarlos de la discusión de la estabilidad social; dado que la ley laica no me parece otra cosa más que el garante final del statu quo (la ley religiosa es otro cantar, pero no viene al caso el día de hoy). El punto es que no tendré más que opiniones muy parciales acerca de los abogados y el ejercicio del derecho.  
En fin, dudo mucho que alguien tuviera una visión tan negativa de esta actividad que el siempre preciso Franz Kafka. En la genial obra que revisaremos hoy lleva al extremo el absurdo del sistema judicial a tal punto que impide cualquier posibilidad para que el protagonista, Josef K., conserve su dignidad frente a este aparato que lo apabulla y lo acaba venciendo. En esta novela el protagonista se ve enfrentado a una acusación de la que nunca sabemos su contenido y comienza un proceso, casi insinuándose el carácter arbitrario y absurdo de la situación a tal punto que presumir la inocencia del personaje es un indicativo claro de su supuesta culpabilidad. De una atmósfera densa y asfixiante, es una obra que se lee lento y definitivamente provoca sentimientos incómodos y reflexiones perturbadoras al lector. 
Kafka es un gran creador de esta clase de atmósferas, a las que imprime su sello ineludible que casi reproduce el mundo en el que vivimos, donde esas situaciones nos parecen casi normales. Sin embargo, olvidamos nosotros que el mundo no siempre fue así, y las cartas y testimonios de Kafka (que se pueden encontrar en el libro Cómo se escribe la novela)  dan cuenta que estas situaciones las consideraba graciosas, y lo que intentaba en realidad era llevar al absurdo la situación planteada, en este caso impedir que una persona inocente conserve su libertad frente a los tribunales. Lo perturbador en la escritura de Kafka es que las posibilidades más grotescas e ilógicas que fue capaz de imaginar se terminaron convirtiendo en nuestra realidad cotidiana, llevándonos a pensar que el uso de la razón para comprender al mundo y vivir en él es una posibilidad que ha quedado fuera de nuestro alcance, como una utopía que nos ha sido arrebatada y que no recuperaremos jamás. Por eso el praguense nos es tan perturbador: porque hemos construido el mundo que a él le parecía imposible construir. Mal por nosotros y por los que vendrán después. 
En este fragmento, ya agotado cualquier posibilidad por las vías legales para conseguir ser absuelto de su proceso, Josef K. se dirige a la casa de Tintorelli (el pintor del tribunal) para obtener algo de influencia en el juez que lleva su asunto. Una vez que se realizó un cuadro suyo para obtener el favor del pintor, el protagonista intenta salir del edificio donde se encuentra el estudio del artista. 

El proceso [fragmento]

[...]

––Empaquete los cuadros ––exclamó, interrumpiendo al pintor––, mañana vendrá mi ordenanza y los recogerá.
––No es necesario ––dijo el pintor––. Creo que podré conseguir que alguien se los lleve ahora.
Finalmente, salió de debajo de la cama y abrió la puerta.
––Súbase a la cama––dijo el pintor––, lo hacen todos los que entran.
K tampoco habría tenido ninguna consideración si el pintor no hubiese dicho nada. En realidad ya tenía puesto un pie encima de la cama, pero entonces se quedó mirando hacia la puerta abierta y volvió a retirar el pie.
––¿Qué es eso? ––preguntó al pintor.
––¿De qué se asombra? ––preguntó éste, asombrado a su vez––. Son dependencias del tribunal. ¿No sabía que aquí había dependencias judiciales? Este tipo de dependencias las hay en prácticamente todas las buhardillas, ¿por qué habrían de faltar aquí? También mi estudio pertenece a las dependencias del tribunal, éste es el que lo ha puesto a mi disposición. K no se horrorizó tanto por haber encontrado allí unas dependencias judiciales, sino por su ignorancia en asuntos relacionados con tribunal. Según su opinión, una de las reglas fundamentales que debía regir la conducta de todo acusado era la de estar siempre preparado, no dejarse sorprender, no mirar desprevenido hacia la derecha, cuando el juez se encontraba a su izquierda, y precisamente infringía esta regla continuamente. Ante él se extendía un largo pasillo, por el que corría un aire fresco en comparación con el del estudio.
A ambos lados del pasillo había bancos, como en la sala de espera de las oficinas judiciales competentes para el caso de K. Parecían existir reglas concretas para la construcción de las dependencias. En ese momento no había mucho tráfico de personas. Un hombre permanecía casi tendido: había apoyado la cabeza en el banco y se había cubierto el rostro con las manos. Parecía dormir. Otro estaba al final del pasillo, en una zona oscura. K se subió a la cama, el pintor le siguió con los cuadros. Al poco tiempo encontraron a un empleado de los tribunales. K reconocía a todos estos empleados por el botón dorado que llevaban en sus gajes normales, junto a los otros botones usuales. El pintor le encargó que acompañase a K con los cuadros. K vacilaba al caminar y avanzaba con el pañuelo en la boca. Ya se encontraban cerca de la salida, cuando las niñas irrumpieron frente a ellos, así
que K ni siquiera se pudo ahorrar esa situación. Habrían visto cómo abrían la otra puerta y habían corrido para sorprenderlos.
––Ya no puedo acompañarle más ––exclamó el pintor sonriendo y resistiendo el embate de las niñas––. ¡Adiós! ¡Y no tarde mucho en decidirse!
K ni siquiera le miró. Al salir a la calle tomó el primer taxi que pasó. Deseaba deshacerse del empleado, ese botón dorado se le clavaba continuamente en el ojo, aunque a cualquier otro ni siquiera le llamara la atención. El empleado, servicial, quiso sentarse con K, pero éste lo echó abajo. K llegó al banco por la tarde. Habría querido dejarse los cuadros en el coche, pero temió necesitarlos en algún momento para justificarse ante el pintor. Así que pidió que los subieran a su despacho Y los guardó en el último cajón de su mesa. Allí estarían a salvo de la curiosidad del subdirector, al menos durante los primeros días.

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lunes, 16 de septiembre de 2013

Farabeuf (Salvador Elizondo)

Salvador Elizondo el desconocido

Es probable que fuera de México el escritor Salvador Elizondo ya no sea tan reconocido como lo fue en los años setenta. Para mi sorpresa murió en el año 2006, fuera de la pompa que caracterizó a la muerte de Carlos Fuentes o de las apariciones mediáticas que si tuvieron Juan José Arreola o inclusive Ricardo Garibay. Amante de James Joyce y Ezra Pound (influencias que se dejan notar fuertemente en Farabeuf, el texto que leeremos hoy), un hombre nostálgico por el México de su niñez contra el país contemporáneo que se levantaba ante sus ojos y un gran conocedor de la puntura como su primer amor, escribió esta novela críptica y de momentos de gran belleza a mediado de los años sesenta. ¿Por qué ha sido dejado de lado esta gran obra frente a Aura, a los poemas de José Emilio Pacheco o inclusive frente a Los de Abajo? Parte el alejamiento voluntario al panteón institucional, parte porque es verdad que el tiempo no ha permitido el buen tránsito de la obra, que quizás ha quedado en la lectura de los expertos en literatura latinoamericana y que valdría la pena recuperar. 
¿De qué se trata Farabeuf? ¿Del doctor francés decimonónico especialista en cirugía? ¿De un asesinato y desmembramiento? ¿De la estructura mutable de la realidad? Ante todo es una experiencia de lectura, difícil de describir y que es preferible experimentar. Sus temas: el cuerpo, el cambio, la muerte, todo bajo los símbolos del árbol y los hexagramas del I Ching, el método adivinatorio chino y sin duda eco del ejemplo de Pound. Como eje tiene el desmembramiento de una mujer, pero ante todo es un experimento verbal de imágenes perturbadoras y al mismo tiempo bellas que atrapan a un lector que queda desconcertado y fascinado hasta la última página. Regresemos a esta extraña obra, eco de la experimentación de otros tiempos, para ser consciente de los límites que puede alcanzar la narración cuando se propone realmente alcanzar un fin artístico. 
Si les interesa búsquenlo en librerías, ya que es muy difícil conseguirlo en la red. 

Farabeuf [fragmento] 

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¿Hay algo más tenaz que la memoria? 

Esperando se ha detenido ante la puerta reflejada en el espejo, ha caído la noche, de pronto como una red de plomo que todo lo aprisiona. El otro la contempla apoyado en la mesilla de mármol mientras juega distraídamente con un viejo bisturí manchado de sangre, oxidado por la humedad del ambiente, corroído por los años. Ella se ha quedado inmóvil frente al espejo en el que se refleja una puerta detrás de la cual guardan celosamente un secreto. Él la mira con tanta pasión que su cuerpo se desmaya y se incorpora en un solo movimiento que es como una convulsión solemne y fatídica. A lo lejos se escucha un ¿por qué? - un ruido aéreo, como el de una alarma, como el ulular de las sirenas o como un granido espasmódico. Ha caído la noche, de pronto, como una lluvia intempestiva: como una lluvia intempestiva. Él le dice: ¿Recuerdas...?, y ella se queda quieta, congelada en ese quicio figurado en la superficie de ese espejo suntuoso y manchado en el que se refleja una puerta tras la cual él y ella ocultan un secreto pulsátil de sangre, de vísceras que si no fuera por esa puerta y ese espejo que la contienen, su mirada todo lo invadiría con una sensación de amor extremo, con el paroxismo de un dolor que está colocado justo en el punto en el que la tortura se vuelve un placer exquisito y en el que la muerte no es más que una figuración precaria del organismo. 
El recuerdo no hubiera abarcado aquel momento. Más allá del suplicio la memoria se congelaba. Por eso, antes de de liberarlo de aquellas amarras tensas, antes de desanclarlo como se desancla un barco al capricho de la marea, se habían entretenido todavía algunos minutos - él y ella - para tomar las fotografías. Lo habían fotografiado desde todos los ángulos. "Hay que ayudar a la memora - dijo - por eso la fotografía es un gran invento". Y entonces empieza a caer la tarde. Las placas no dan de sí. Hubo que descargar el aparato para poder utilizar esa nueva película alemana muchísimo más sensible. 

¿Recuerdas? 
Sí, un segundo...   

[...]