jueves, 7 de noviembre de 2013

El centinela (Arthur C. Clarke)

La verdad está allá afuera

Recordamos algunas personas que ya tenemos cierta edad el famoso lema de los Expedientes Secretos X. Yo no sé si existe vida extraterrestre y si está en contacto con nosotros, pero lo que hay en el fondo de estas afirmaciones es importante: no debemos ensoberbecernos ante los flacos y limitados logros de la razón pensando que nuestro pensamiento es el único posible y la única verdad. En este relato, Arthur C. Clarke nos recuerda que la verdad está allá afuera, que la podemos buscar y que esa búsqueda nos devuelve la humanidad y el sentido de vida. La figura del Centinela es sin duda una de las más importantes del siglo veinte, una de las creaciones geniales del autor y un ejemplo de cómo el arte puede dar un golpe de timón y demostrarnos una verdad profunda. 


El centinela [fragmento]

[...]


Era mi turno de preparar el desayuno en el ángulo de la cabina principal que servía como cocina. Pese a los años transcurridos, recuerdo con extrema claridad aquel momento, porque la radio acababa de transmitir una de mis canciones preferidas, la vieja tonada gala David de las Rocas Blancas. Nuestro conductor estaba ya fuera, embutido en su traje espacial, inspeccionando los vehículos oruga. Mi asistente, Louis Garnett, en la cabina de control, escribía algo relativo al trabajo del día anterior en el diario de a bordo.
Como cualquier ama de casa terrestre mientras esperaba a que las salchichas se cocieran en la sartén dejé que mi mirada vagase sobre las montañosas paredes que cercaban el horizonte por la parte sur, prolongándose hasta perderse de vista por el este y por el oeste. Parecían no estar a más de tres kilómetros del tractor, pero sabía que la más próxima estaba a treinta kilómetros. En la Luna, por supuesto, las imágenes no pierden nitidez con la distancia, no hay ninguna atmósfera que atenúe, difumine o incluso transfigure los objetos lejanos, como ocurre en la Tierra.
Aquellas montañas se elevaban hasta tres mil metros, surgiendo abruptas de la llanura como si alguna erupción subterránea las hubiera hecho emerger a través de la corteza en fusión. No se podía ver la base ni siquiera de la más próxima, debido a la acusada curvatura de la superficie, ya que la Luna es un mundo muy pequeño y el horizonte no estaba a más de tres kilómetros del lugar donde yo me hallaba.
Levanté los ojos hacia los picos que ningún hombre había escalado nunca, aquellos picos que, antes del nacimiento de la vida sobre la Tierra, habían contemplado cómo se retiraba el océano, llevándose hacia su tumba la esperanza y las promesas de un mundo. El sol golpeaba los farallones con un resplandor que cegaba los ojos, mientras que, un poco más arriba, las estrellas brillaban fijas en un cielo más negro que la más oscura medianoche de invierno en la Tierra.
Iba a girarme, cuando mi mirada fue atraída por un destello metálico casi en la cima de uno de los grandes promontorios que avanzaba hacia el mar, cincuenta kilómetros al oeste. Era un punto de luz pequeñísimo carente de dimensiones, como si una estrella hubiera sido arrancada del cielo por alguno de aquellos crueles picos, e imaginé que una roca excepcionalmente lisa captaba la luz del sol y me la reflejaba directamente a los ojos. Era algo que sucedía a menudo. Cuando la Luna entra en el segundo cuarto, los observadores de la Tierra pueden ver a veces las grandes cadenas montañosas del Oceanus Procellarum, el Océano de las Tormentas, arder con una iridiscencia blancoazulada debida al reflejo del sol en sus laderas. Pero sentía la curiosidad de saber qué tipo de roca podía brillar allá arriba con tanta intensidad, de modo que subí a la torreta de observación y orienté nuestro telescopio hacia el oeste.
Lo que vi fue suficiente para despertar mi interés. Los picos montañosos, claros y nítidos en mi campo de visión, parecían no estar a más de ochocientos metros de distancia, pero el objeto que reflejaba la luz del sol era aún demasiado pequeño para poder ser identificado. Sin embargo, aunque no pudiera distinguirlo claramente, sí podía darme cuenta de que estaba provisto de una cierta simetría, y la base sobre la que se hallaba parecía extrañamente plana. Estuve observando durante un buen rato aquel brillante enigma, aguzando mi vista en el espacio, hasta que un olor a quemado proveniente de la cocina me informó que las salchichas del desayuno habían hecho un viaje de casi cuatrocientos mil kilómetros para nada.

[...]

martes, 5 de noviembre de 2013

En verdad os digo (Juan José Arreola)


Máquinas humanas

Juan José Arreola era un cuentista portentoso. Sus textos, llenos de mala leche y de burlas descaradas a la sociedad de consumo son hilarantes y dignas de ser imitadas, leídas y multiplicadas por doquier. Basta ver el ejemplo que les traigo el día de hoy para comprobarlo, un cuento delicioso lleno de referencias fantásticas a la ciencia y burlándose de los métodos para conseguir fondos y de paso pegándole a las religiones establecidas, todo en menos de una página. 
Arreola criticaba enormemente a la sociedad de consumo a través de sus textos, utilizando los mismos vicios del lenguaje y la parafernalia para revertir en su contra la banalización del ser humano. Pero principalmente le molestaba la cosificación, entender por encima de cualquier consideración al hombre como simple engranaje de la economía sin ninguna facultad superior y sentido de responsabilidad de su vida. Porque creía que el hombre era poseedor y productor de cultura, que hay un sentido trascendente de la existencia y que la sociedad de consumo niega esa dimensión del ser humano para privilegiar el vacío y la ansiedad para poder saciar este estado de angustia constante con productos. Reírnos de los cuentos de Arreola es reírnos un poco del capitalismo y un poco del poder. 
Arreola fue también un gran promotor cultural y figura central de una época de la televisión mexicana. Pero en especial fue recordado como un hombre memorable por aquellos que lo conocieron y que siguen dando testimonio de su vida a través de sus recuerdos gracias a los medios de comunicación. Leyendo sus cuentos hacemos el homenaje que merece, aunque siempre quedará la duda si no hubiera sido mejor que escribiera una gran novela para ser recordado. A veces se es rebelde en contra del propio beneficio. 


En verdad os digo

Todas las personas interesadas en que el camello pase por el ojo de la aguja, deben inscribir su nombre en la lista de patrocinadores del experimento Niklaus.
Desprendido de un grupo de sabios mortíferos, de esos que manipulan el uranio, el cobalto y el hidrógeno, Arpad Niklaus deriva sus investigaciones actuales a un fin caritativo y radicalmente humanitario: la salvación del alma de los ricos.
Propone un plan científico para desintegrar un camello y hacerlo que pase en chorro de electrones por el ojo de una aguja. Un aparato receptor (muy semejante en principio a la pantalla de televisión) organizará los electrones en átomos, los átomos en moléculas y las moléculas en células, reconstruyendo inmediatamente el camello según su esquema primitivo. Niklaus ya logró cambiar de sitio, sin tocarla, una gota de agua pesada. También ha podido evaluar, hasta donde lo permite la discreción de la materia, la energía cuántica que dispara una pezuña de camello. Nos parece inútil abrumar aquí al lector con esa cifra astronómica.
La única dificultad seria en que tropieza el profesor Niklaus es la carencia de una planta atómica propia. Tales instalaciones, extensas como ciudades, son increíblemente caras. Pero un comité especial se ocupa ya en solventar el problema económico mediante una colecta universal. Las primeras aportaciones, todavía un poco tímidas, sirven para costear la edición de millares de folletos, bonos y prospectos explicativos, así como para asegurar al profesor Niklaus el modesto salario que le permite proseguir sus cálculos e investigaciones teóricas, en tanto se edifican los inmensos laboratorios.
En la hora presente, el comité sólo cuenta con el camello y la aguja. Como las sociedades protectoras de animales aprueban el proyecto, que es inofensivo y hasta saludable para cualquier camello (Niklaus habla de una probable regeneración de todas las células), los parques zoológicos del país han ofrecido una verdadera caravana. Nueva York no ha vacilado en exponer su famosísimo dromedario blanco.
Por lo que toca a la aguja, Arpad Niklaus se muestra muy orgulloso, y la considera piedra angular de la experiencia. No es una aguja cualquiera, sino un maravilloso objeto dado a luz por su laborioso talento. A primera vista podría ser confundida con una aguja común y corriente. La señora Niklaus, dando muestra de fino humor, se complace en zurcir con ella la ropa de su marido. Pero su valor es infinito. Está hecha de un portentoso metal todavía no clasificado, cuyo símbolo químico, apenas insinuado por Niklaus, parece dar a entender que se trata de un cuerpo compuesto exclusivamente de isótopos de níkel. Esta sustancia misteriosa ha dado mucho que pensar a los hombres de ciencia. No ha faltado quien sostenga la hipótesis risible de un osmio sintético o de un molibdeno aberrante, o quien se atreva a proclamar públicamente las palabras de un profesor envidioso que aseguró haber reconocido el metal de Niklaus bajo la forma de pequeñísimos grumos cristalinos enquistados en densas masas de siderita. Lo que se sabe a ciencia cierta es que la aguja de Niklaus puede resistir la fricción de un chorro de electrones a velocidad ultracósmica.
En una de esas explicaciones tan gratas a los abstrusos matemáticos, el profesor Niklaus compara el camello en tránsito con un hilo de araña. Nos dice que si aprovecháramos ese hilo para tejer una tela, nos haría falta todo el espacio sideral para extenderla, y que las estrellas visibles e invisibles quedarían allí prendidas como briznas de rocío. La madeja en cuestión mide millones de años luz, y Niklaus ofrece devanarla en unos tres quintos de segundo.
Como puede verse, el proyecto es del todo viable y hasta diríamos que peca de científico. Cuenta ya con la simpatía y el apoyo moral (todavía no confirmado oficialmente) de la Liga Interplanetaria que preside en Londres el eminente Olaf Stapledon.
En vista de la natural expectación y ansiedad que ha provocado en todas partes la oferta de Niklaus, el comité manifiesta un especial interés llamando la atención de todos los poderosos de la tierra, a fin de que no se dejen sorprender por los charlatanes que están pasando camellos muertos a través de sutiles orificios. Estos individuos, que no titubean en llamarse hombres de ciencia, son simples estafadores a caza de esperanzados incautos. Proceden de un modo sumamente vulgar, disolviendo el camello en soluciones cada vez más ligeras de ácido sulfúrico. Luego destilan el líquido por el ojo de la aguja, mediante una clepsidra de vapor, y creen haber realizado el milagro. Como puede verse, el experimento es inútil y de nada sirve financiarlo. El camello debe estar vivo antes y después del imposible traslado.
En vez de derretir toneladas de cirios y de gastar dinero en indescifrables obras de caridad, las personas interesadas en la vida eterna que posean un capital estorboso, deben patrocinar la desintegración del camello, que es científica, vistosa y en último término lucrativa. Hablar de generosidad en un caso semejante resulta del todo innecesario. Hay que cerrar los ojos y abrir la bolsa con amplitud, a sabiendas de que todos los gastos serán cubiertos a prorrata. El premio será igual para todos los contribuyentes: lo que urge es aproximar lo más que sea posible la fecha de entrega.
El monto del capital necesario no podrá ser conocido hasta el imprevisible final, y el profesor Niklaus, con toda honestidad, se niega a trabajar con un presupuesto que no sea fundamentalmente elástico. Los suscriptores deben cubrir con paciencia y durante años, sus cuotas de inversión. Hay necesidad de contratar millares de técnicos, gerentes y obreros. Deben fundarse subcomités regionales y nacionales. Y el estatuto de un colegio de sucesores del profesor Niklaus, no tan sólo debe ser previsto, sino presupuesto en detalle, ya que la tentativa puede extenderse razonablemente durante varias generaciones. A este respecto no está de más señalar la edad provecta del sabio Niklaus.
Como todos los propósitos humanos, el experimento Niklaus ofrece dos probables resultados: el fracaso y el éxito. Además de simplificar el problema de la salvación personal, el éxito de Niklaus convertirá a los empresarios de tan mística experiencia en accionistas de una fabulosa compañía de transportes. Será muy fácil desarrollar la desintegración de los seres humanos de un modo práctico y económico. Los hombres del mañana viajarán a través de grandes distancias, en un instante y sin peligro, disueltos en ráfagas electrónicas.
Pero la posibilidad de un fracaso es todavía más halagadora. Si Arpad Niklaus es un fabricante de quimeras y a su muerte le sigue toda una estirpe de impostores, su obra humanitaria no hará sino aumentar en grandeza, como una progresión geométrica, o como el tejido de pollo cultivado por Carrel. Nada impedirá que pase a la historia como el glorioso fundador de la desintegración universal de capitales. Y los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras inversiones, entrarán fácilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja), aunque el camello no pase.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Requiem por la muerte de un niño (Rainer Maria Rilke)


La muerte y la cultura

No estoy muy convencido de que existiría la cultura sin la muerte. De existir, sin duda sería muy diferente a lo que hemos entendido siempre. Porque la definición de civilización en su acepción más básica es la capacidad de una sociedad para poder trasmitir conocimiento de una generación a la siguiente (por lo que se puede concluir que las fallas en los sistemas educativos alrededor del mundo son problemas en la estructura misma de la civilización, a pesar de los avances tecnológicos que en realidad son actos civilizatorios al poner gran parte de la información relevante y que merece ser conservada en la red), pero esa definición se diluye ante la ausencia de la muerte, porque si fuésemos inmortales tendríamos que privilegiar el uso de la memoria individual para conservar la civilización, convirtiéndose en un acto individual y no en un acto colectivo. 
Es nuestra mortalidad la que define nuestra manera de actuar y en la negación de la muerte los que son nuestros vicios. La acumulación de riqueza es inexplicable sin un insensato y completamente desproporcionado pensamiento de que seremos inmortales, por lo que debemos acumular riqueza y poder a cualquier precio; cuando lo cierto es que la muerte diluirá nuestros esfuerzos y todo por cuanto hemos peleado desaparecerá en la inmensidad del mundo. La mortalidad implica compartir el conocimiento y la riqueza para multiplicar, al igual que la sensualidad para perpetuar nuestra información genética, conservar para que las futuras generaciones puedan disfrutar. Porque sin duda no seremos eternos. 
La propagación inaudita del egoísmo en nuestra época sería imposible si no hubiésemos tenido tanto éxito en alejar a la muerte. En otro tiempo sería la regla en todos los estratos sociales en todas las culturas que la madre estuviese en peligro de muerte con cada embarazo, que fuera extraño el hombre que superara los cuarenta años y que la enfermedad tocara a la puerta con peligro de muerte tres o cuatro veces en la vida. A nosotros las descripciones del inicio del Decameron nos parecen extrañas, e inconcebibles las grandes epidemias de peste y de cólera que azotaron con destruir las grandes ciudades del mundo hace apenas dos siglos. Es ese éxito para alejar a la muerte lo que ha empezado a generalizar la costumbre de comportarnos como inmortales porque vivimos una vida desproporcionalmente larga y en muchos momentos alejada de la muerte. 
La muerte es uno de los temas preponderantes en la cultura. Los grandes personajes mueren, se obsesionan con una pérdida o evaden a la muerte. Admiramos a los personajes que buscaron la inmortalidad o que supuestamente la alcanzaron, y es la relación con la muerte la que distingue a las auténticas religiones de otras formas de estructurar el pensamiento. Es el más grande miedo del hombre y la marca que define su actuar. No temeríamos a la novedad si nuestra vida fuera ilimitada: buscaríamos ante todas las cosas la novedad y las nuevas sensaciones (como busca la juventud que no es capaz de procesar el fenómeno de la muerte). No apoyaríamos la defensa de la salud si no tuviésemos que temer a las maneras horribles en que la enfermedad puede destruir nuestro cuerpo. No buscaríamos tener tiempo de calidad y disfrutar de lo bueno que tiene la vida si nuestro tiempo fuera ilimitado, ya que nuestras actitudes de economía se derivan directamente del hecho de que no podemos desperdiciar nuestro tiempo, ya que es la primera administración que debemos hacer y probablemente la más importante de nuestra vida.
La muerte entra en nuestra puerta, y permanece en el dintel de nuestra puerta siempre. 
Hoy les dejo este poema de Rilke, quien con cierta frecuencia trataba del tema. Difrútenlo. 

Requiem por la muerte de un niño

Qué de nombres me he grabado
y ahora, desde hace ya tanto tiempo y desde lejos
que he reconocido al perro, a la vaca, al elefante
y luego a la cebra, ay, ¿y para qué?
..... Aquel que ahora me sostiene
asciende como un nivel de agua
por encima del todo. ¿Es esto la calma,
el saber que uno existió cuando
no se abrió paso a través de objetos duros y tiernos
hasta el rostro comprensivo?

Y estas manos apenas comenzadas (1).

.... Vosotros decíais a veces: él promete...
Sí, yo prometí, pero lo que os prometí
ya no me intimida ahora.
A veces me sentaba largo rato junto a la casa
y seguía con la vista a un pájaro.
¡Oh, si se me hubiese permitido llegar a ser eso, ese mirar!
Esto me llevaba y me elevaba;
mis cejas quedaban muy arriba. No quería a nadie.
Pues querer era temor, ¿comprendes?
Entonces yo no era nosotros
y era mucho más grande que un adulto
y era
como si yo mismo fuese el peligro
y dentro de él
el núcleo.

Un pequeño núcleo; de buena gana se lo concedo al viento
y a las calles. Me deshice de él.
Porque nunca creí que estuviésemos todos sentados,
tan juntos. Mi palabra de honor.
Vosotros hablábais y reíais y sin embargo ninguno estaba
en el hablar ni en el reír. No.
Mientras todos vosotros vacilabais
no vacilaba ni el azucarero ni la copa llena de vino.
La manzana yacía. Qué bueno era a veces
tocar la manzana firme y plena,
la mesa fuerte, las silenciosas tazas del desayuno,
las buenas: cómo tranquilizaban el año todas ellas.
Y también mi juguete era bueno conmigo a veces.
Él podía ser casi tan confiable como las otras cosas;
sólo que no tan reposado.
Y así él estaba en un constante despertar,
como en medio entre mi sombrero y yo.
Ahí había un caballo de madera, ahí un gallo,
ahí estaba la muñeca con una sola pierna;
yo hice mucho por ellos.
Hice pequeño el cielo, cuando ellos lo veían,
porque eso lo entendí precozmente: cuán solo
está un caballo de madera. ¡Que uno pueda hacer esto!:
un caballo de madera de cualquier tamaño.
Se pinta y después uno lo tira
y él recibe los golpes del auténtico camino.
¿Por qué no era mentira llamar a esto "caballo"?
Porque uno mismo se sentía un poco como caballo:
se ponía melenudo, nervudo, cuadrúpedo
(¿para convertirse en hombre un día?).
¿Pero es que no era uno a la vez,
por él, un poco de madera
y no llegó a ser duro en el silencio
y no puso una cara reducida?.

Ahora casi creo que siempre nos hemos intercambiado.
Si veía el arroyo, cómo murmuraba yo entonces,
y si murmuraba el arroyo, entonces yo saltaba hacia él.
Cuando veía un sonar, yo sonaba
y cuando algo sonaba, yo mismo era su causa.

Así es como yo importuné al todo,
y ciertamente el todo estaba satisfecho sin mí
y se tornaba más triste adornado conmigo.

Ahora estoy de pronto retirado.
¿Empieza
un nuevo aprendizaje, un nuevo preguntar?
¿O debo decir ahora
cómo está todo entre vosotros? Entonces tengo miedo.
¿La casa? Nunca la comprendí del todo.
¿Los cuartos? Ay, había ahí tantas cosas.
... Tú, madre, ¿quién era realmente
el perro?
Y hasta el hecho de encontrar bayas en el bosque 
me parece ahora un hallazgo milagroso.
..........................................................................................

Sí, tienen que ser niños muertos
los que vienen a jugar conmigo. Porque siempre
morían algunos. Primero se quedaban en cama en el dormitorio
al igual que yo lo estuve y nunca llegaban a sanar.

Sano... ¡Cómo suena esto aquí! ¿Tiene algún sentido todavía?
Allí donde estoy
no hay, creo yo, nadie que esté enfermo.
Desde mi dolor de garganta pasó ya tanto tiempo.
Aquí cada uno es como un elíxir fresco.
Pero no he visto aún a los que nos han de beber .

jueves, 31 de octubre de 2013

Cantos y danzas de la muerte (Arsenio Golenishtchev-Kutuzov)

La Biblia y la música

La relación entre literatura y música es larga, compleja y enormemente rica. Inclusive, es de las pocas características de la música que se vio inalterado a principios de siglo veinte, que amplió y transformó textos que poco a poco se quedarán como las grandes referencias del arte occidental. 
Si reflexionamos un poco resultará obvio que la Biblia es la obra que más se ha musicalizado a lo largo de los siglos, y casi toda ella ha sido incluida como parte de alguna obra. Resultará obvio que los Salmos es la obra que tiene mayor vocación para ser interpretada por instrumentos y a lo largo de los siglos ha sido cantada, pero muchos compositores se han dedicado a continuar la tradición: Mendelssohn musicalizó el Salmo 42, Gregorio Allegri el 51, Bach el 84, Schubert el 92, Stravisnky el 150 y Vivaldi el 110. Dejando a un lado El Mesías, que recoge pasajes de muchos libros, el resto de las obras musicalizadas e inspiradas de la Biblia lo hacen de uno o unos pocos libros.
Desde la tradición de las Lamentaciones de Jeremías musicalizadas por Haydn, Krenek y Tallis, llenas de tristeza y de ira contra la injusticia del mundo, hasta el tono triunfalista del Judas Macabeo de Haendel, ha sabido adaptarse a los distintos tiempos y usos de composición para trasmitir su mensaje, a veces con demasiados ornamentos pero otras de manera muy clara y cruda. Podemos recordar la tradición de las pasiones, que se extiende desde las de Bach y Haendel hasta las de Pärt y Penderecki, o el Oratorio de Navidad de Bach, la ópera El Niño de John Coolidge Adams, el Moisés y Aarón de Schöenberg, el Nabucco de Verdi y la Quinta Sinfonía de Glass. Todas estas obras y muchas más que vale la pena escuchar nos recuerdan el peso de la Biblia en nuestra cultura, que nos define y nos recuerda los motivos por los cuáles entendemos los más altos ideales y el amor al prójimo; un espejo del cual no podemos desprendernos.  
El post de hoy no está muy relacionado con el texto, pero esas cosas suelen pasar. El texto de hoy es también la musicalización de un texto poético que trata sobre la muerte. Algo que decir sobre Kutuzov: descendiente del general Kutuzov, comandante de la Armada Rusa contra la invasión napoleónica mencionado en Guerra y Paz (obra de la cual Profokiev hizo su más grande ópera), fue cercano colaborador de Modest Mussorgski y una figura influyente en la cultura rusa de finales del siglo XIX y principios del siglo veinte. Su literatura está influenciada por el budismo y un sentido místico, aunque tendrá poemas dedicados a las drogas y a la muerte en la tradición de los poemas malditos. Su obra fue prohibida durante la etapa soviética y en la actualidad es raro encontrar ediciones de sus obras. Estos poemas se conservan porque fueron la base del oratorio homónimo de Mussorgski.
Disfruten de todas las obras del día de hoy. 


Cantos y Danzas de la Muerte

1. CANCIÓN DE CUNA 
El niño llora...
La trémula vela se extingue lánguidamente.
Toda la noche, meciendo la cuna,
la madre permanece despierta.

Muy temprano, antes del alba,
la muerte compasiva llama a la puerta.
La madre, sobresaltada, mira inquieta.

"¡No temas, amiga mía!
Mira, la pálida aurora
comienza a asomar por tu ventana.
Estás cansada de tanto llorar, sufrir y amar.
Duerme un poco que yo velaré por ti.
No has podido calmar al niño,
yo le cantaré con más dulzura que tú."

"¡Calla! Mira como mi niño se agita y llora.
¡Se me parte el alma!"

"El niño se dormirá pronto entre mis brazos.
¡Duérmete, niño, duerme!"

"Sus mejillas palidecen y su respiración se entrecorta...
Te lo ruego, ¡apiádate de mí!"

"Es buena señal, ya está sufriendo menos.
¡Duérmete, niño, duerme!"

"¡Aléjate, muerte maldita!
Tus caricias me roban a al niño."

"No, el niño goza de un sueño apacible.
¡Duérmete, niño, duerme!"

"¡Espera, detén un momento
tu horrible canción.!"

"Mira, mi canción ha hecho que se duerma.
¡Duérmete, niño, duerme!"


SERENATA 
Noche mágica y dulce, envuelta en luces azuladas.
Fragancias primaverales surcan el aire.
La enferma asoma su cabeza por la ventana
y escucha el silencio nocturno.

El sueño no llega a sus ojos brillantes y febriles,
la vida reclama su dicha.
Pero bajo su ventana, en medio del silencio,
la muerte le canta una extraña serenata.

"Doncella cautiva y doliente,
ya pasaron belleza y juventud.
Yo seré tu paladín, aunque no me conozcas.
Te liberaré con mi poder mágico.
Ven, hermosa, mírate.
Contempla tus mejillas sonrosadas, tus labios rojos,
hermoso tu semblante, dorado y sedoso tu cabello,
delicado tu talle.
Resplandecen tus ojos, celestes y tiernos,
tan brillantes como las estrellas del cielo.
Tu aliento es cálido como la brisa del mediodía.
¡Ah, me has hechizado, amor mío!
Mi serenata también te ha cautivado.
Tus susurros me llaman a tu lado.
Tu caballero obedece y te trae el don supremo:
¡Ha llegado la hora de tu éxtasis!
Tu cuerpo frágil y tus besos, me arrebatan.
Déjame arroparte con mis fuertes brazos.
Escucha mi canción de amor...
No te muevas... ¡Ya eres mía!"


3.TREPAK 
Reina el silencio, los bosques están desiertos.
Tormentas de nieve gimen y aúllan.
Parece como si, a lo lejos, en la noche oscura,
pasara un cortejo fúnebre.

¡Sí! ¡Allí! En medio de la oscuridad
la muerte ha atrapado a un pobre campesino.
Lo invita a bailar el Trepak
y le canta al oído:

"¡Oh, pobre campesino,
que caminas borracho y sin rumbo!
La ventisca te ha arrastrado,
te ha arrojado hasta el bosque sombrío.
Pena, miseria y pobreza te rodean.
Recuéstate, descansa y duerme, amigo mío.
Te arropo con una blanca manta de nieve cálida
y dejo que los copos bailen a tu alrededor.
¡Prepárale la cama, doncella de las nieves!
¡Vamos, canta, canta, tempestad!
Cántale una nana que dure hasta el amanecer
y meza el sueño del pobre diablo.
¡Eh! Bosques, cielos y nubes,
noche, vientos y copos de nieve,
tejedle un sudario blanco y sedoso,
que cobije al anciano como si fuera un niño...
Duerme feliz, mi querido amigo,
que ya ha llegado el verano.
El sol ríe sobre los campos y se agitan las guadañas.
Ya resuenan las canciones, revolotean las palomas..."


4. EL MARISCAL DE CAMPO 
La batalla brama, las armas destellan
y los cañones rugen como bestias hambrientas.
Vuelan los escuadrones de caballos al galope.
La tierra se tiñe de ríos de sangre.
El luminoso mediodía contempla la matanza
y al llegar el ocaso, la lucha continúa.
Las últimas luces se desvanecen, pero, implacables,
los enemigos luchan con más saña.
Cae la noche sobre el campo de batalla.
Las tropas se dispersan en medio de la oscuridad.
El silencio se quiebra por los gritos de los heridos 
que se alzan hacia el cielo.
Iluminado por la luna,
cabalga un guerrero pálido 
y de huesos temblorosos:
es la muerte.
Escucha con deleite, en medio de la noche,
los quejidos atroces de los heridos,
recorriendo, cual orgulloso mariscal, 
el campo de batalla.
Sube a una colina
y observa sonriente a su alrededor.
Sobre el escenario de la matanza 
resuena clara y poderosa su voz:

"¡Dejad de luchar! ¡La victoria es mía!
Que todo guerrero deponga sus armas ante mí.
La vida os enfrentó y la muerte os reconciliará.
¡Levantaos, acudid a la llamada de la muerte!
¡A formar! ¡El desfile va a dar comienzo!
Pasaré revista a mis tropas antes del amanecer.
¡Soldados, la tierra acogerá vuestros huesos!
¡Qué dulce es el sueño después de la batalla!
Poco a poco pasarán los años 
y los hombres olvidarán que hoy habéis luchado.
Sólo yo, la muerte, recordaré vuestro valor.
A medianoche, honraré vuestra memoria 
con una siniestra danza y, a la luz de la luna, 
hollaré la tierra donde yacéis, pisando con tal fuerza,
que vuestros huesos jamás se moverán
y así nunca podréis alzaros"

miércoles, 30 de octubre de 2013

Historia del Necronomicon (H.P. Lovecraft)


Libros ficticios

No entraré en la polémica de si el Necronomicón existe o no. Lo que es interesante es el extraño fenómeno de los libros ficticios, que son simplemente citas de libros o que nunca existieron o de los que no sobrevivieron copias y que de muchas maneras se han insertado en nuestra cultura con igual o mayor fuerza que los libros que realmente han sido escritos. 
Sin duda la pérdida más importante de la historia de la Humanidad fue la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, que al parecer era un centro de enseñanza mucho más avanzado inclusive que nuestras universidades, donde se daban conferencias de todo tipo en sus instalaciones y que recopilaba todo el saber del mundo antiguo en esa época. La especulación sobre los libros que se perdieron han fascinado a los expertos en literatura durante siglos: las casi noventa obras perdidas de Sófocles y casi el conjunto de la obra de Esquilo, la obra completa de Aristóteles de la que destaca el enigmático tomo dedicado a la comedia que se menciona en El nombre de la Rosa, las versiones alternativas de la Odisea, los numerosos libros de la Historia de la Antigüedad con los volúmenes faltantes de la obra de Tito Livio, los tomos de Medicina de los Antiguos Egipcios y las traducciones originales de la Biblia. La lista se extiende hasta donde la imaginación del mundo antiguo nos lo permite, pero nunca sabremos la verdad. 
Sin duda los libros ficticios era uno de los temas preferidos de Borges en sus cuentos. Su uso de la narración para crear libros nos demuestra cómo son los textos los que realmente crean la civilización y no al revés. Tlön, Uqbar, Orbit Tertius es un ejemplo muy importante en este sentido, ya que nos demuestra como la voluntad de los individuos infiltrando textos sobre mundos imaginarios poco a poco van contaminando la realidad, una metáfora perfecta de cómo la literatura funciona modificando la realidad hasta que se termina pareciendo a los libros. El libro de arena es otro artefacto con forma de libro que crea Borges, un libro infinito que pervierte la realidad y puede destruir a un lector que no tiene el buen tino de deshacerse pronto de él. 

El profesor Moriarty, el archirrival de Sherlock Holmes, se dice que tiene un tratado de la dinámica de los ateroides y otro del binomio de Newton.  Se dice que  Robert Louis Stevenson quemó el original de Jekyll y Hyde por una crítica de su esposa, por no hablar de la primera esposa de Hemingway que perdió los manuscritos que escribió durante la Guerra. La lista podría continuar indefinidamente, y a tal punto estos libros nos seducen que podemos llegar a pensar que son reales, y a veces su influencia es más fuerte que muchos libros mal escritos. 
Por supuesto, queda la duda de si Lovecraft inventó el Necronomicón o al revés. 


Historia del Necronomicón

Breve, pero completo, resumen de la historia de este libro, de su autor, de diversas traducciones y ediciones desde su redacción (en el 730) hasta nuestros días.
Edición conmemorativa y limitada a cargo de Wilson H. Shepherd, The Rebel Press, Oakman, Alabama.

El título original era Al-Azif, Azif era el término utilizado por los árabes para designar el ruido nocturno (producido por los insectos) que, se suponía, era el murmullo de los demonios. Escrito por Abdul Al Hazred, un poeta loco huido de Sanaa al Yemen, en la época de los califas Omeyas hacia el año 700. Visita las ruinas de Babilonia y los subterráneos secretos de Menfis, y pasa diez años en la soledad del gran desierto que se extiende al sur de Arabia, el Roba el-Khaliyeh, o "Espacio vital" de los antiguos, y el Dahna, o "Desierto Escarlata" de los árabes modernos. Se dice que este desierto está habitado por espíritus malignos y monstruos tenebrosos. Todos aquellos que aseguran haber penetrado en sus regiones cuentan cosas extrañas y sobrenaturales. Durante los últimos años de su vida, Al Hazred vivió en Damasco, donde escribió el Necronomicón (Al-Azif) y por donde circulan terribles y contradictorios rumores sobre su muerte o desaparición en el 738. Su biógrafo del siglo XII, Ibn-Khallikan, cuenta que fue asesinado por un monstruo invisible en pleno día y devorado horriblemente en presencia de un gran número de aterrorizados testigos. Se cuentan, además, muchas cosas sobre su locura. Pretendía haber visto la famosa Ilrem, la Ciudad de los Pilares, y haber encontrado bajo las ruinas de una inencontrable ciudad del desierto los anales secretos de una raza más antigua que la humanidad. No participaba de la fe musulmana, adoraba a unas desconocidas entidades a las que llamaba Yog-Sothoth y Cthulhu.
En el año 950, el Azif, que había circulado en secreto entre los filósofos de la época, fue traducido ocultamente al griego por Theodorus Philetas de Constantinopla, bajo el título de Necronomicón. Durante un sigo, y debido a su influencia, tuvieron lugar ciertos hechos horribles, por lo que el libro fue prohibido y quemado por el patriarca Michael. Desde entonces no tenemos más que vagas referencias del libro, pero en el 1228, Olaus Wormius encuentra una traducción al latín que fue impresa dos veces, una en el siglo XV, en letras negras (con toda seguridad en Alemania), y otra en el siglo XVII (probablemente en España). Ninguna de las dos ediciones lleva ningún tipo de aclaración, de tal forma que es sólo por su tipografía que se supone la fecha y el lugar de impresión. La obra, tanto en su versión griega como en la latina, fue prohibida por el Papa Gregorio IX, en el 1232, poco después de que su traducción al latín fuese un poderoso foco de atención. La edición árabe original se perdió en los tiempos de Wormius, tal y como se dijo en el prefacio (hay vagas alusiones sobre la existencia de una copia secreta encontrada en San Francisco a principios de siglo, pero que desapareció en el gran incendio). No hay ningún rastro de la versión griega, impresa en Italia, entre el 1500 y el 1550, después del incendio que tuvo lugar en la biblioteca de cierto personaje de Salem, en 1692. Igualmente, existía una traducción del doctor Dee, jamás impresa, basada en el manuscrito original. Los textos latinos que aún subsisten, uno (del siglo XV) está guardado en el Museo Británico y el otro (del sigo XV) se halla en la Biblioteca Nacional de París. Una edición del siglo XVII se encuentra en la Biblioteca de Wiedener de Harvard y otra en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic, en Arkham; mientras que hay una más en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires. Probablemente existían más copias secretas, y se rumoreaba persistentemente que una copia del siglo XV fue a parar a la colección de un célebre millonario norteamericano. Existe otro rumor que asegura que una copia del texto griego del siglo XVI es propiedad de la familia Pickman de Salem; pero es casi seguro que esta copia desapareció, al mismo tiempo que el artista R.U. Pickman, en 1926. La obra está severamente prohibida por las autoridades y por todas las organizaciones legales inglesas. Su lectura puede traer consecuencias nefastas. Se cree que R.W. Chambers se basó en este libro para su obra El rey en amarillo.

CRONOLOGÍA

Al-Azif se escribe en Damasco en el 730, por Abdul Al-Hazred.
Traducción al griego con el título de Necronomicón, a cargo de Theodorus Philetas, en el 950.
El patriarca Michael lo prohíbe en el 1050 (el texto griego). El árabe se ha perdido.
En 1228, Olaus traduce el texto griego al latín.
Las ediciones latina y griega son destruidas por Gregorio IX en 1232.
En 14... (?) aparece una edición en letras góticas en Alemania.
En 15... (?) el texto griego es impreso en Italia.
En 16... (?) aparece la traducción al castellano del texto latino.

martes, 29 de octubre de 2013

Adiós a las armas (Ernest Hemingway)

Sobre Hemingway

La relación con Ernest Hemingway para todo escritor que se respete es compleja y difícil, especialmente si se tienen objeciones en su contra (como podría ser evidente que es mi caso). Para los escritores que solemos ser intrincados en el uso del lenguaje y dadivosos para estructurar las frases encontrarnos con el minimalismo en la expresión y lo intrincado de la construcción de los párrafos sin complicar el lenguaje puede resultar contrastante y muchas veces llevar a un enfrentamiento directo entre la economía del lenguaje y la expresividad llevada a su máxima expresión. El principio del iceberg ya se ha convertido en un mantra francamente molesto porque se aplica sin criterio y sin un análisis exhaustivo de los elementos de los textos si no se encuentra la relación directa e inmediata entre los elementos narrativos y el mensaje central que pretende comunicar la obra artística, sin olvidar que el principio de economía es uno de los grandes principios del arte occidental. El punto es que no todos los escritores deberían de escribir como los periodistas, y quienes piensan lo contrario deberían dedicarse a corregir diccionarios o estudiar administración industrial en lugar de hacer crítica literaria. 
Tampoco debemos confundirnos: Hemingway es un escritor de primerísimo nivel, que dedicaba largas horas de su vida a la corrección de textos y que cada momento de su vida estaba dedicado a la elaboración de la obra ya que su propia vida era una obra de arte (hasta me atrevería decir que vivir su personaje era su gran obra de arte, por encima de sus cuentos y sus novelas). Tenía una idea muy clara de cómo debía ser el texto: pulido, limpio de todo exceso y de toda emotividad innecesaria, con ausencia del autor al máximo y con la capacidad de reflejar la realidad con un poder y una belleza que no requiriera más explicación. Con escenas memorables y textos muy elaborados llevados a la difícil sencillez del buen estilos logró crearse una identidad como artista, aunque lo recordamos más siendo corresponsal en la Primera Guerra Mundial o en las corridas de toros. Sin duda era el prototipo del escrito macho que escribe con su botella de licor al lado y que aporrea una y otra vez la máquina de escribir hasta que ha quedado satisfecho o se ha consumido a sí mismo (su suicidio es demostración de que era mucho más sensible de lo que podríamos imaginar y que no era más que un personaje fascinante el que había creado para presentar ante los medios y sus admiradores). 
No escribo como Hemingway, no me gusta su estilo, ni sus temas, ni sus métodos. Me parece que tenemos versiones muy divergentes de entender la literatura y la vida, y no temo decir que en realidad muy poco ha influido en mi manera de escribir salvo por las horas que en realidad sí disfruté siguiendo su lectura. Pero sin duda para quien es un joven escritor puede tomar como ejemplo a Hemingway para entender cómo se puede construir y plasmar una gran obra de enorme belleza sin tener que ser un genio fuera de serie, además de entender la relación entre el personaje que construimos cada uno sobre nosotros mismos y el ser que realmente somos. 
Dejo el primer capítulo de Adiós a las armas, uno de los fragmentos más bellos de descripción de la literatura inglesa, lleno de simbolismo y de fuerza que vale la pena revisar. 

Adiós a las armas [fragmento]

A finales del verano de ese año vivíamos en una casa en un pueblo entre el río y la montaña . En el lecho del río había piedras y rocas, secas y blancas por el sol, y el agua se movía azul, clara y suavemente por los canales . Las tropas entraron a la casa viniendo del camino y haciendo polvo las hojas de los árboles . Los troncos estaban muy sucios y las hojas cayeron a principios de ese año. Vimos alas tropas marchando por el camino y aumentando el polvo de las hojas, agitadas por la brisa, cayendo hacia el camino y los soldados marchando y después desapareciendo en el camino, que quedó  desnudo y blanco con excepción de las hojas .
La llanura era rica en cultivos: había muchos huertos de árboles frutales y más allá del llanura de las montañas aparecían planicies marrones y desnudas . Había combates en las montañas y en la noche pudimos ver los destellos de la artillería . En la oscuridad se veían como un relámpago de verano, pero las noches eran frescas y no había la sensación de una tormenta.
A veces, en la oscuridad, oíamos las tropas marchando bajo la ventana y los camiones de armas pasando tirados por moto- tractores. Había mucho tráfico por la noche , y muchas mulas en los caminos con cajas de munición a cada lado de sus albardas y motores grises de  camiones que transportaban hombres, y otros camiones con cargas cubiertas de lona que se movían más lentos en el tráfico . Había grandes armas también que pasaron en el día tirados por tractores: los largos cañones de las armas cubiertas con ramas verdes y ramas de hojas verdes y vides establecidos en los tractores .
Al norte podemos ver a través de un valle y ver el bosque de castaños y detrás otra montaña de este lado del río. Hubo que luchar por la montaña también, pero no tuvimos éxito, y en el otoño, cuando las lluvias vinieron, todas las hojas caían de los árboles de castañas y las ramas estaban desnudas y los troncos negros de lluvia . Los viñedos eran finas y desnudas ramas y todo el país estaba húmedo y marrón y muerto con el otoño . Había niebla sobre el río y nubes en la montaña y los camiones salpicados de barro en la carretera y las tropas estaban con capas fangosas y húmedas, sus rifles estaban mojados y bajo sus capas de cuero las dos cajas de cartuchos en la parte frontal de las cintas , cajas de cuero gris con los paquetes de clips de delgadas y largas de cartuchos 6,5 mm que sobresalían hacia adelante bajo las capas para que los hombres, que pasan en el camino, marcharan como si fueran niños de seis años.
Había pequeños automóviles grises que pasaban muy rápido. Por lo general había un oficial en el asiento con el conductor y más oficiales en el asiento trasero . Ellos salpicaron más barro que los camiones y si uno de los agentes en la parte de atrás era de bajo rango y estaba sentado entre dos generales, él mismo se volvía tan pequeño que no podía ver su rostro, pero sólo se alcanzaba a ver la parte superior de su gorra y su estrecha espalda; y si el coche iba especialmente rápido es que se trataba probablemente del rey. Vivió en Udine y salió de esta manera casi todos los días para ver cómo iban las cosas , y las cosas iban muy mal.
Al comienzo del invierno llegó la lluvia permanente y con la lluvia llegó el cólera . Sin embargo, se comprobó que al final sólo siete mil murieron por ella en el ejército.

[...]

lunes, 28 de octubre de 2013

A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa (Charles Baudelaire)


Poetas malditos

Hay ciertas designaciones que a pesar de tener una acuñación muy precisa, lo cierto es que pueden ocuparse de manera generalizada en muy distintas circunstancias. Pasa con la Generación Perdida, que a pesar de haber sido establecida por Gertrude Stein para designar a Hemingway, Elliot y otros escritores que perdieron el rumbo después de la Primera Guerra Mundial, lo cierto es que aplica muy bien a varias generaciones de estudiantes con los que he malgastado algo de mi tiempo y algunos alumnos que no han tenido muy buena suerte. Sucede algo parecido con la designación de los "Poetas Malditos", grupo de poetas franceses encabezados por Baudelaire y que incluyen a Rimbaud y a Verlaine, aunque muchísimos autores a lo largo del tiempo podrían haber sido designados así o muchos intentan ser designados de esta manera. 
No deberíamos olvidar que estos poetas tuvieron su mayor logro en despojar a una poesía embuida en loas al pasado clásico y a los temas comunes en la poesía para dotar de frescura a sus palabras, abordando una estética ligada con la muerte, lo desagradable y lo prosaico para encontrar valor a través de la forma poética y la sinceridad de la mirada. Con imágenes perturbadoras e inolvidables estos poetas nos hablan acerca de lo cruda que es la vida, despojándola de ornamentos y mostrando de manera menos afectada aquellos aspectos de la realidad que preferiríamos no ver. Es por ello porque son malditos: porque sus temas se oponen abiertamente al lugar común de la sociedad, por lo que son condenados y perseguidos. Para colmo de males su visión está ligada con la adolescencia, por lo que son criticados como lo fue Sócrates por escandalizar a la juventud. Vemos de esta manera como algunos patrones se repiten. 
Pero también es cierto que en sus vidas hay algo de mala estrella que no necesariamente se explica por los temas que tocan. Así, es verdad que hay autores tocados por una mala estrella en la cual los vicios y la desventura se unen para marcar su vida de manera definitiva. Hombres con las manos y el cerebro roto, parafraseando a Bukowski, artistas como Goya, como van Gogh, como Huxley, como Joyce y como Lautrec, por mencionar los que me vienen a la mente. Gente que a pesar de su genio (o tal vez precisamente por su genio) se evaden como pueden de la realidad y a veces en esa evasión se pierden para siempre. Y es que es más maldita la realidad que el destino de sus propios autores, a veces la sociedad bienpensante tiene monstruos más atroces que el caos al que ellos temen.
Dejo este poema de Baudelaire, que a pesar de tener un volumen de poemas exclusivos de la muerte, me gustó mucho más el presente para presentar el día de hoy.   


A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa

A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa
Y que su sueño duerme bajo la humilde hierba,
Pese a todo, debiéramos llevarle algunas flores.
Los muertos, pobres muertos, tienen grandes pesares
Y cuando lanza Octubre su viento melancólico
Que despoja a los árboles en torno de las tumbas,
A los vivos, sin duda, encuentran bien ingratos
Por dormir tibiamente bajo sus cobertores,
Mientras que, devorados por negras pesadillas,
Sin agradables charlas, sin compañía en el lecho,
Esqueletos helados que trabajó el gusano,
Ellos sufren las nieves goteantes del invierno,
Y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos,
Reemplacen los jirones que penden de sus verjas.
Cuando silba y crepita el leño, si una noche,
Tranquila, en el sillón la viera reclinarse,
Si en una noche azul y helada de Diciembre
La encontrara encogida en un rincón del cuarto,
Grave y recién llegada de su lecho perenne,
Ciñendo al niño grande con maternal mirada,
A aquella alma piadosa ¿qué le respondería
Viendo caer las lágrimas de sus profundos párpados?

domingo, 27 de octubre de 2013

Malagueña (Federico García Lorca)

La semana de los muertos

Las celebraciones en conmemoración de los fieles difuntos es para mí la mejor época del año. Inclusive por primera vez en siete años el día de ayer no la pasé en una fiesta debido a un dolor de cabeza insoportable y a la enorme carga de trabajo. Indirectamente hablamos ayer a propósito de Rulfo sobre la muerte, tan presente en su obra y tan predominante en la cultura mexicana. Es por ello que a propósito de la temporada dedicaremos esta semana a revisar algunos textos sobre la muerte y su presencia por toda la cultura. 
Este famoso poema que dejamos hoy, breve y conciso, pertenece a un poeta en el que la muerte rodea de manera intermitente a su obra y que marca su propia vida. Lorca se vuelve importante en muchos ámbitos por su profundidad expresiva y la belleza de su lenguaje, especialmente en países y comunidades cercanos al antiguo socialismo. Podemos escuchar incluso una adaptación de este poema en la catorceava sinfonía de Shostakovich, e incluso hay autores cubanos que han musicalizado este poema. La Malagueña es un poema corto que sintetiza la angustia debido al conflicto entre la vida y la muerte, donde esta última constantemente pasa y se lleva a la gente a nuestro alrededor antes de tomar nuestra propia vida. 



Malagueña

La muerte
entra y sale
de la taberna.

Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.

Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.

La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.

sábado, 26 de octubre de 2013

El llano en llamas (Juan Rulfo)

Sobre Juan Rulfo

Decía Ibargüengoitia que la gloria de Rulfo es relativa, y sin duda tenía razón. Es verdad que con el paso del tiempo la influencia de Rulfo se ha hecho más poderosa que cualquier escritor de su generación (y poco a poco se convierte en el escritor mexicano más influyente fuera de nuestras fronteras). Enfrentarnos al problema de Rulfo es sin duda confrontarnos con una de las preguntas más interesantes en la relación entre el artista y el arte: ¿basta con hacer un par de obras perfectas para pasar a la historia, o acaso un artista es aquel que posee una gran trayectoria, a pesar de tener pocas o muchas obras malas? 
Es claro que un artista con una trayectoria muy larga es un ejemplo para todos aquellos que se dediquen al arte. Ver sus desventuras y sus transformaciones nos sirve de consuelo y nos permite entender un poco mejor los procesos de la creación artística, eventos que sin duda no podemos constatar en un artista que tuvo una trayectoria muy corta. Pero dejando a un lado el ejemplo que pueda darnos la persona, lo cierto es que la trayectoria es un misterio ya que en realidad nunca sabemos cuándo puede terminar la veta creativa o dejarnos atrás el mundo para no poder retomar el éxito. Tal vez la calidad de la obra realizada sea mucho más importante que la magnitud, especialmente con el gusto actual en el cual es preferible la economía y la brevedad como virtudes del genio creativo. 
No podemos negar la calidad de Rulfo como artista, aunque nunca dejará de llamar la atención todos los años que dejó de escribir gracias a su éxito. ¿Fue acaso que se rindió, no pudo continuar escribiendo, tuvo miedo a que sus páginas ya no fueran perfectas? Tal vez simplemente escribió sobre el mundo que conocía y que conforme maduró dejó de existir a una gran velocidad. A veces las circunstancias superan al artista y es imposible que puedan asimilarse todas las facetas de una realidad que se impone y no siempre conocemos. Es verdad que solamente los grandes artistas pueden superar esas eventualidades, pero hay épocas donde tal vez ni siquiera eso es suficiente, a veces las circunstancias nos superan a todos. Esta época, tan llena de cambios, sufre una crisis creativa por la falta de un genio que pueda ver una fracción mayor de la realidad y pueda resumirlo de golpe; tal vez porque sea imposible ante la magnitud de los eventos, tal vez nuestro espíritu ha entrado en crisis y no ha podido cristalizarse en sus conflictos más básicos. Tenemos que regresar a los clásicos como ejemplos, pero dar nuestra propia visión del futuro para no perder la tradición humanista, aunque quizás nos estemos enfrentando a lo desconocido. Debemos de tomar con fe que los mejores principios que han guiado a la humanidad por tantos siglos prevalecerán a pesar de la corrupción y la inaquidad, y que el artista podrá reflejar en su momento esos valores en su propio contexto, aunque sea con una obra que pueda brindar una estafeta a la siguiente. De lo contrario corremos el riesgo de perder y olvidar del todo aquello que es realmente valioso. 

Luvina [fragmento]


De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
...Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.
-Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted.
El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia afuera.
Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.
Los comejenes entraban y rebotaban contra la lámpara de petróleo, cayendo al suelo con las alas chamuscadas. Y afuera seguía avanzando la noche.
-¡Oye, Camilo, mándanos otras dos cervezas más! -volvió a decir el hombre. Después añadió:
-Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto...
Los gritos de los niños se acercaron hasta meterse dentro de la tienda. Eso hizo que el hombre se levantara, fuera hacia la puerta y les dijera: “¡Váyanse más lejos! ¡No interrumpan! Sigan jugando, pero sin armar alboroto.”
Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo:
-Pues sí, como le estaba diciendo. Allá llueve poco. A mediados de año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran en el filo de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y no regresan sino al año siguiente, y a veces se da el caso de que no regresen en varios años.
“...Sí, llueve poco. Tan poco o casi nada, tanto que la tierra, además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa cosa que allí llama ‘pasojos de agua’, que no son sino terrones endurecidos como piedras filosas que se clavan en los pies de uno al caminar, como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas. Como si así fuera.”
Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo:
-Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como un gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.
“...Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo... siempre.
”Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O tal vez no le guste así tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; que agarra un sabor como a meados de burro. Aquí uno se acostumbra. A fe que allá ni siquiera esto se consigue. Cuando vaya a Luvina la extrañará. Allí no podrá probar sino un mezcal que ellos hacen con una yerba llamada hojasé, y que a los primeros tragos estará usted dando de volteretas como si lo chacamotearan. Mejor tómese su cerveza. Yo sé lo que le digo.”
Allá afuera seguía oyéndose el batallar del río. El rumor del aire. Los niños jugando. Parecía ser aún temprano, en la noche.
El hombre se había ido a asomar una ve más a la puerta y había vuelto. Ahora venía diciendo:
-Resulta fácil ver las cosas desde aquí, meramente traídas por el recuerdo, donde no tienen parecido ninguno. Pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé, tratándose de Luvina. Allá viví. Allá dejé la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá... Está bien. Me parece recordar el principio. Me pongo en su lugar y pienso... Mire usted, cuando yo llegué por primera vez a Luvina... ¿Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mí me sirve de mucho. Me alivia. Siento como si me enjuagara la cabeza con aceite alcanforado... Bueno, le contaba que cuando llegué por primera vez a Luvina, el arriero que nos llevó no quiso dejar siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta:
“-Yo me vuelvo -nos dijo.
“Espera, ¿no vas a dejar sestear a tus animales? Están muy aporreados.
“-Aquí se fregarían más -nos dijo- mejor me vuelvo.
“Y se fue dejándose caer por la Cuesta de la Piedra Cruda, espoleando sus caballos como si se alejara de algún lugar endemoniado.
“Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en la mitad de la plaza, con todos nuestros ajuares en nuestros brazos. En medio de aquel lugar en donde sólo se oía el viento...
“Una plaza sola, sin una sola yerba para detener el aire. Allí nos quedamos.
“Entonces yo le pregunté a mi mujer:
“-¿En qué país estamos, Agripina?
“Y ella se alzó de hombros.
“-Bueno, si no te importa, ve a buscar dónde comer y dónde pasar la noche. Aquí te aguardamos -le dije.
“Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.
“Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia: sentada mero en medio de aquella iglesia solitaria, con el niño dormido entre sus piernas.
“-¿Qué haces aquí Agripina?
“-Entré a rezar -nos dijo.
“-¿Para qué? -le pregunté yo.
“Y ella se alzó de hombros.
“Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como un cedazo.
“-¿Dónde está la fonda?
“-No hay ninguna fonda.
“-¿Y el mesón?
“-No hay ningún mesón
“-¿Viste a alguien? ¿Vive alguien aquí? -le pregunté.
“-Sí, allí enfrente... unas mujeres... Las sigo viendo. Mira, allí tras las rendijas de esa puerta veo brillar los ojos que nos miran... Han estado asomándose para acá... Míralas. Veo las bolas brillantes de su ojos... Pero no tienen qué darnos de comer. Me dijeron sin sacar la cabeza que en este pueblo no había de comer... Entonces entré aquí a rezar, a pedirle a Dios por nosotros.
“-¿Porqué no regresaste allí? Te estuvimos esperando.
“-Entré aquí a rezar. No he terminado todavía.
“-¿Qué país éste, Agripina?
“ Y ella volvió a alzarse de hombros.
“Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo pasar encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir de los huecos socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis: unas cruces grandes y duras hechas con palo de mezquite que colgaban de las paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con alambres que rechinaban a cada sacudida del viento como si fuera un rechinar de dientes.
“Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mujer, tratando de retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué hacer.
“Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer ahí a mi lado:
“-¿Qué es? -me dijo.
“-¿Qué es qué? -le pregunté.
“-Eso, el ruido ese.
“-Es el silencio. Duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.

[...]

miércoles, 23 de octubre de 2013

Crimen y Castigo (Fiodor Dostoievski)

Conciencia y Trasgresión

Crimen y Castigo es un libro muy paradójico. Es de fácil lectura debido a la sencillez de sus imágenes y a la belleza de su lenguaje, pero los temas y las anécdotas que trata la obra y la manera en que son abordados es tan dura y abrumadora que debe tomarse el tiempo y tener la madurez moral para poder abordarla (especialmente si uno ha cometido uno o varios errores que hayan estado a punto de arruinar su vida, o peor, que la han arruinado ya). Es el mejor final del que yo tenga memoria (virtud de la que carecen la mayoría de las novelas contemporáneas y que sin duda rivaliza con el final del Quijote) mostrándonos sin tapujos la pobreza moral y material de un Raskolnikov que se ha destruido a sí mismo y ha destruido su mundo gracias a su soberbia, que no abandona sino hasta prácticamente el final de la obra (y es el sentimiento que da unidad a la novela). Los personajes son descrito de manera suficiente y magistral, el clima es desolador y sin duda Dostoievski no es tan noble con sus personajes como suele ser el lugar común sobre este autor. Uno necesita tiempo para leerla, yo casi me llevé un año, con interrupciones y regresiones cuando era conveniente, recordándonos la terrible máxima que lo que vale la pena es difícil.
Uno de mis profesores de Literatura de la preparatoria siempre solía decir que Crimen y Castigo  debía ser de lectura obligatoria, y nunca he entendido en realidad muy bien por qué. En un mundo en el que cada vez más se devalúa el valor de la vida humana y los principios que inspiraron a Raskolnikov nos han quedado tan atrás, queda la duda de qué tanto nos dice la anécdota y los fundamentos de la novela al hombre de hoy. Y al analizar con cuidado sin duda nos dice mucho, ya que el discurso del superhombre antes de Nietzche que enarbola el personaje principal es una justificación infantil y ridícula de una suprema soberbia, sin duda un motivo mucho más vinculado a los tipos que matan a un niño de doce años por un teléfono celular o una anciana de ochenta años que no puede moverse de la cama. El origen del asesinato es aceptar que la propia vida es mucho más valiosa que el resto de los seres humanos, por ruines y estúpidos que puedan ser, porque al final privar a una persona de su vida lleva a la destrucción moral y material de la sociedad; es aquí donde radica la gran enseñanza de Dostoievski, trazada de manera magistral.
Hablar de la complejidad de los personajes desborda los objetivos del proyecto, pero lo cierto es que la obra es una advertencia solamente para aquellas personas que han desarrollado una conciencia moral. Los asesinos de la actualidad, embrutecidos por el consumo de drogas y alimentados por una adormecedora cultura popular y deseo de poder, rencor de clase y muchas otras estupideces difícilmente llegarán a reconocer el valor de la vida de otro ser humano si no hay una intervención extraordinaria (me costó mucho trabajo no poner milagrosa por las implicaciones que tendrían que no puedo justificar el día de hoy) o simplemente su propio proceso de reflexión los lleva hasta ahí. Solamente podemos alegrarnos de leer a Dostoievski hoy, entendiendo que sin duda lo único que podemos hacer es defender la vida de todos los hombres, aunque encontremos oídos sordos y una cultura entregada a sacar dinero de la explotación y la muerte.
En esta escena Raskolnikoff habla son Svidrigaloff, quien intenta ser amante de su hermana. En esta discusión parte la enorme duda de qué determina la estatura moral ante dos personajes que cometen atrocidades morales de diverso grado y con diversa intención. Ese sera tema de discusión de otro día.
  

Crimen y Castigo [fragmento]

[...]


Las apariciones son algo así como fragmentos de otros mundos..., sus ambiciones. Un hombre sano no tiene motivo alguno para verlas, ya que es, ante todo, un hombre terrestre, es decir, material. Por lo tanto, sólo debe vivir para participar en el orden de la vida de aquí abajo. Pero, apenas se pone enfermo, apenas empieza a alterarse el orden normal, terrestre, de su organismo, la posible acción de otro mundo comienza a manifestarse en él, y a medida que se agrava su enfermedad, las relaciones con ese otro mundo se van estrechando, progresión que continúa hasta que la muerte le permite entrar de lleno en él. Si usted cree en una vida futura, nada le impide admitir este razonamiento.
-Yo no creo en la vida futura - replicó Raskolnikof.
Svidrigailof estaba ensimismado.
-¿Y si no hubiera allí más que arañas y otras cosas parecidas? - preguntó de pronto.
-Está loco, pensó Raskolnikof.
-Nos imaginamos la eternidad - continuó Svidrigailof como algo inmenso e inconcebible. Pero ¿por qué ha de ser así necesariamente? ¿Y si, en vez de esto, fuera un cuchitril, uno de esos cuartos de baño lugareños, ennegrecidos por el humo y con telas de araña en todos los rincones? Le confieso que así me la imagino yo a veces. Raskolnikof experimentó una sensación de malestar.

-¿Es posible que no haya sabido usted concebir una imagen más justa, más consoladora? - preguntó.
-¿Más justa? ¡Quién sabe si mi punto de vista es el verdadero! Si dependiera de mí, ya me las compondría yo para que lo fuera - respondió Svidrigailof con una vaga sonrisa.
Ante esta absurda respuesta, Raskolnikof se estremeció, Svidrigailof levantó la cabeza, le miró fijamente y se echó a reír.
-Fíjese usted en un detalle y dígame si no es curioso - exclamó - Hace media hora, jamás nos habíamos visto, y ahora todavía nos miramos como enemigos, porque tenemos un asunto pendiente de solución. Sin embargo, lo dejamos todo a un lado para ponernos a filosofar. Ya le decía yo que éramos dos cabezas gemelas.
-Perdone - dijo Raskolnikof bruscamente - Le ruego que me diga de una vez a qué debo el honor de su visita. Tengo que marcharme.
-Pues lo va usted a saber. Dígame: su hermana, Avdotia Romanovna, ¿se va a casar con Piotr Petrovitch Lujine?
-Le ruego que no mezcle a mi hermana en esta conversación, que ni siquiera pronuncie su nombre. Además, no comprendo cómo se atreve usted a nombrarla si verdaderamente es Svidrigailof.
-¿Cómo quiere usted que no la nombre si he venido expresamente para hablarle a ella?
-Bien. Hable, pero de prisa.
-No me cabe duda de que si ha tratado usted sólo durante media hora a mi pariente político el señor Lujine, o si ha oído hablar de él a alguna persona digna de crédito, ya tendrá formada su opinión sobre dicho señor. No es un partido conveniente para Avdotia Romanovna. A mi juicio, Avdotia Romanovna va a sacrificarse de un modo tan magnánimo como impremeditado por... por su familia. Fundándome en todo lo que había oído decir de usted, supuse que le encantaría que ese compromiso matrimonial se rompiera, con tal que ello no reportase ningún perjuicio a su hermana. Ahora que le conozco, estoy seguro de la exactitud de mi suposición.
-No sea usted ingenuo..., mejor dicho, desvergonzado.

-¿Cree usted acaso que obro impulsado por el interés? Puede estar tranquilo, Rodion Romanovitch: si fuera así, lo disimularía. No me crea tan imbécil. Respecto a este particular, voy a descubrirle una rareza psicológica. Hace un momento, al excusarme de haber amado a su hermana, le he dicho que yo había sido en este caso la primera victima. Pues bien, le confieso que ahora no siento ningún amor por ella, lo cual me causa verdadero asombro, al recordar lo mucho que la amé.
-Lo que usted sintió - dijo Raskolnikof - fue un capricho de hombre libertino y ocioso.
-Ciertamente soy un hombre ocioso y libertino; pero su hermana posee tan poderosos atractivos, que no es nada extraño que yo no pudiera desistir. Sin embargo, todo aquello no fue más que una nube de verano, como ahora he podido ver.
-¿Hace mucho que se ha dado cuenta de eso?
-Ya hace tiempo que lo sospechaba, pero no me convencí hasta anteayer, en el momento de mi llegada a Petersburgo. Sin embargo, ya habia llegado el tren a Moscú, y aún tenía el convencimiento de que venía aquí con objeto de desbancar a Lujine y obtener la mano de Avdotia Romanovna.
-Perdone, pero ¿no podría usted abreviar y explicarme el objeto de su visita? Tengo cosas urgentes que hacer.
-Con mucho gusto. He decidido emprender un viaje y quisiera arreglar ciertos asuntos antes de partir... Mis hijos se han quedado con su tía; son ricos y no me necesitan para nada. Además, ¿cree usted que yo puedo ser un buen padre? Para cubrir mis necesidades personales, sólo me he quedado con la cantidad que me regaló Marfa Petrovna el año pasado. Con ese dinero tengo suficiente... perdone, vuelvo al asunto. Antes de emprender este viaje que tengo en proyecto y que seguramente realizaré he decidido terminar con el señor Lujine. No es que le odie, pero él fue el culpable de mi último disgusto con Marfa Petrovna. Me enfadé cuando supe que este matrimonio había sido un arreglo de mi mujer. Ahora yo desearía que usted intercediera para que Avdotia Romanovna me concediera una entrevista, en la cual le explicaría, en su presencia si usted lo desea así, que su enlace con el señor Lujine no sólo no le reportaría ningún beneficio, sino que, por el contrario, le acarrearía graves inconvenientes. Acto seguido, me excusaría por todas las molestias que le he causado y le pediría permiso para ofrecerle diez mil rublos, lo que le permitiría romper su compromiso con Lujine, ruptura que de buena gana llevará a cabo - estoy seguro de ello - si se le presenta una ocasión.
-Realmente está usted loco - exclamó Raskolnikof, menos irritado que sorprendido - ¿Cómo se atreve a hablar de ese modo?



-Ya sabía yo que pondría usted el grito en el cielo, pero quiero hacerle saber, ante todo, que, aunque no soy rico, puedo desprenderme perfectamente de esos diez mil rublos, es decir, que no los necesito. Si Avdotia Romanovna no los acepta, sólo Dios sabe el estúpido use que haré de ellos. Por otra parte, tengo la conciencia bien tranquila, pues hago este ofrecimiento sin ningún interés. Tal vez no me crea usted, pero en seguida se convencerá, y lo mismo digo de Avdotia Romanovna. Lo único cierto es que he causado muchas molestias a su honorable hermana, y como estoy sinceramente arrepentido, deseo de todo corazón, no rescatar mis faltas, no pagar esas molestias, sino simplemente hacerle un pequeño servicio para que no pueda decirse que compré el privilegio de causarle solamente males. Si mi proposición ocultara la más leve segunda intención, no la habría hecho con esta franqueza, y tampoco me habría limitado a ofrecerle diez mil rublos, cuando le ofrecí bastante más hace cinco semanas. Además, es muy probable que me case muy pronto con cierta joven, lo que demuestra que no pretendo atraerme a Avdotia Romanovna. Y, para terminar, le diré que si se casa con Lujine, su hermana aceptará esta misma suma, sólo que de otra manera. En fin, Rodion Romanovitch, no se enfade usted y reflexione sobre esto con calma y sangre fría.
Svidrigailof había pronunciado estas palabras con un aplomo extraordinario.
-Basta ya - dijo Raskolnikof - Su proposición es de una insolencia imperdonable.
-No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un hombre sólo puede perjudicar a sus semejantes y no tiene derecho a hacerles el menor bien, a causa de las estúpidas conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo muriese y legara esta suma a mi hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
-Es muy posible.
-Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no discutamos. Lo cierto es que diez mil rublos no son una cosa despreciable. En fin, fuera como fuere, le ruego que transmita nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
-No lo haré.
-En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar tener una entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
-Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
-Pues... no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo fuera una vez!

-No cuente con ello.
-Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce. Podríamos llegar a ser buenos amigos.
-¿Usted cree?
-¿Por qué no? - exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
Se levantó y cogió su sombrero.
-¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no tenía demasiadas esperanzas de... Sin embargo, su cara me había impresionado esta mañana.
-¿Dónde me ha visto usted esta mañana? - preguntó Raskolnikof con visible
inquietud.
-Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo en común... Pero no se agite. No me gusta importunar a nadie. He tenido cuestiones con los jugadores de ventaja y no he molestado jamás al príncipe Svirbey, gran personaje y pariente lejano mío. Incluso he escrito pensamientos sobre la Virgen de Rafael en el álbum de la señora Prilukof. He vivido siete años con Marfa Petrovna sin moverme de su hacienda... Y antaño pasé muchas noches en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado... Además, tal vez suba en el globo de Berg.
-Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?
-¿Qué viaje?
-El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.
-¿Yo? ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo... Es un asunto muy complicado. ¡Si usted supiera el problema que acaba de remover! Lanzó una risita aguda.
-A lo mejor, en vez de viajar, me caso. Se me han hecho proposiciones.
-¿Aquí?
-Sí.
-No ha perdido usted el tiempo.

-Sin embargo, desearía ver una sola vez a Avdotia Romanovna. Se lo digo en serio... Adiós, hasta la vista... ¡Ah, se me olvidaba! Dígale a su hermana que Marfa Petrovna le ha legado tres mil rublos. Esto es completamente seguro. Marfa Petrovna hizo testamento en mi presencia ocho días antes de morir. Avdotia Romanovna tendrá ese dinero en su poder dentro de unas tres semanas.
-¿Habla usted en serio?
-Sí. Dígaselo a su hermana... Bueno, disponga de mí. Me hospedo muy cerca de su casa.
Al salir, Svidrigailof se cruzó con Rasumikhine en el umbral.



[...]

lunes, 21 de octubre de 2013

La Tierra Baldía (T.S. Elliot)

Desintegración de la cultura

Es muy difícil saber hasta qué punto el mundo que nos rodea y la tecnología que nos está rodeando al punto de asfixiarnos ha cambiado para siempre la configuración de nuestro cerebro y la manera en la cual ha cambiado nuestra percepción del mundo. Existen las más diversas y variadas teorías al respecto: desde aquellos que consideran que seguimos bajo los mismos esquemas que durante siglos han regido nuestro pensamiento y lo que hacen los nuevos dispositivos electrónicos es simplemente difundir solamente las viejas maneras de pensar, otros muchos piensan que la red es un espacio de libertad total en constante riesgo y que debe ser cuidado y protegido por la comunidad mundial, y otro grupo afirma que debido a la tecnología estamos perdiendo habilidades fundamentales que no podremos recuperar si nos dedicamos exclusivamente a fomentar las habilidades que se requieren para adaptarse al mundo digital descuidando la educación clásica. Lo cierto es que las tres posibilidades no son excluyentes. 
Este proceso nos lleva a preguntarnos cuándo una civilización se dirige a la decadencia. Es verdad que se ha argumentado durante siglos que la sociedad burguesa moderna se encuentra en sus estertores. Aunque se puede sentir todavía la fuerte influencia de sus principios en nuestras vidas (el aprecio de la tradición grecolatina, la belleza física y la búsqueda mediante la especulación y la experimentación, el rechazo a la cultura medieval, la herencia árabe y el pensamiento mágico), lo cierto es que sus grandes cimientos (la religión cristiana y el sistema capitalista) vienen tambaleándose desde hace algunas décadas por sus contradicciones internas y tal vez llegue el momento en que sus fundamentos pierdan sentido. Podemos verlo en la falta de grandes eventos artístico que sacudan al mundo del arte y a la sociedad en lugar de sólo satisfacer el mercado y quedarse encerrado en los círculos académicos. El arte nos está diciendo poco de la vida, y el nivel de sofisticación que ha alcanzado no es imposible de asimilar sin una buena base educativa de la cual al parecer carece toda América Latina y que se pierde en Europa y Estados Unidos con gran rapidez. 
Ya podía ver Elliot esa decadencia. Tierra Baldía es una reacción contra la Gran Guerra, es ver a la cultura occidental dirigiéndose al suicidio y siendo juzgada por todos sus integrantes a la vez y por todas sus referencias al mismo tiempo. Bien se dice que este tiempo es la suma de todos los tiempos, pero no creamos una voz propia y esa condición nos lleva al absurdo y al aburrimiento, al punto que poco a poco comienza a perderse la tradición y se desintegra la cultura. No sé si es posible detener el proceso, pero sin duda las grandes decadencias producen obras maestras. A beber y a comer, porque no nos queda mucho mundo. Debemos conservar aquello que es valioso, pero sin olvidar que somos seres humanos y somos falibles. Al final no hay que tomarnos tan en serio. 


La Tierra Baldía [fragmento]


III. EL SERMÓN DEL FUEGO

El pabellón del río fue plegado, los últimos dedos de las hojas
Quieren asirse y se hunden en la mojada orilla. El viento
Cruza la tierra parda, sin ser oído. Las ninfas se marcharon.
Manso Támesis, boga quedamente hasta que termine mi canción.
El río no transporta botellas vacías, papeles de bocadillos,
Pañoletas de seda, cajas de cartón, colillas de cigarro
Ni otras huellas de noches de verano. Las ninfas se marcharon.
Y sus amigos, golfos herederos de administradores municipales,
Se fueron sin dejar sus nuevos domicilios.
A la orilla del Leman me senté y lloré...
Manso Támesis, boga quedamente hasta que termine mi canción,
Manso Támesis, boga quedamente, pues yo no hablo mucho ni en voz alta.
Mas, a mi espalda, en el gélido golpe del viento escucho
Crujidos de esqueletos y risas ahogadas.

Una rata ha cruzado furtivamente la hierba
Arrastrando su panza viscosa por la orilla
Mientras yo pescaba en el estancado canal.
En una noche de invemada detrás de la fábrica de gas,
Pensando en el naufragio de mi hermano rey
Y en el fallecimiento anterior de mi padre rey.

Blancos cuerpos desnudos sobre la tierra baja, apenas húmeda.
Y huesos abandonados en un mezquino desván de techo bajo,
Tan sólo removidos por el paso de las ratas, año tras año.
Sin embargo, a mi espalda, a veces oigo
Bocinas y autos, que han de conducir a Sweeney
En primavera adonde vive la señora Porter
Oh, la luna lucía tan radiante sobre la señora Porter
y sobre su hija.
Ellas se lavan los pies con agua de seltz
Et O ces voix d’enfants, chantant dans la coupole!

Twit twit twit
Jug jug jug jug jug jug
forzada tan violentamente.
Tereo

      Ciudad irreal,
Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
El señor Eugenides, comerciante de Esmima
Sin afeitar, la bolsa llena de pasas de Corinto
T. a. g. Londres: documentos a la vista,
Me invitó ern francés demótico
A merendar en el Hotel Cannon Street
Y a pasarme el fin de semana en el Metropole.

      A la hora de color violeta, cuando del escritorio alzamos los ojos y las espaldas,
Cuando la humana máquina aguarda
Cual taxímetro en marcha,
Yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
Anciano de arrugadas tetas, puedo ver
A la hora de color violeta, a esa hora de la tarde que nos conduce
Camino del hogar y la mar trae de vuelta a su casa al marinero;
Y la mecanógrafa, para tomar el té de la tarde, recoge las sobras del desayuno, calienta
La estufa y prepara su comida a base de conservas.
Fuera de la ventana, puestas peligrosamente a secar, cuelgan
Sus prendas íntimas, manoseadas por los últimos rayos del sol.
Sobre el sofá (que le sirve de cama por la noche) se amontonan
Medias, chinelas, chambras y sostenes.
Yo, Tiresias, anciano de arrugadas tetas de mujer
Vi la escena y predije lo demás.-
Yo también esperaba la ansiada visita.
Él, joven carbuncoso, llega,
Secretario de un agente de una pequeña firma comercial, de mirada impudente,
Uno de esos bribones en quien el descaro se ensarta
Como chistera en la cabeza de un millonario de Bradford.
La hora es favorable, y tal como él se figurara,
La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada,
Él trata de envolverla con caricias
Que, si bien consentidas, no son deseadas,
Animoso y resuelto, él la asalta sin demora;
Sus manos acuciosas no encuentran resistencia alguna,
Su vanidad no necesita respuesta,
Y hasta recibe con agrado tal indiferencia.
(Y yo, Tiresias, he permitido todo
Lo que ocurriera en este mismo sofá o lecho;
Yo, que estuve sentado bajo los muros de Tebas
Y anduve entre lo más bajo de los muertos).
Le da un condescendiente beso postrero
Y baja a tientas por la escalera sin luces...

      Ella se vuelve y contempla un instante al espejo.
Sin preocuparse de su amante que se ha ido;
Su cerebro formula a medias un vago pensamiento;
“Bueno, asunto arreglado, me alegra que haya pasado ya”.
Cuando una mujer hermosa se entrega a tales locuras
Y vuelve a pasearse, a solas, por su cuarto,
Se alisa los cabellos de un modo automático
Y pone un disco en el gramófono.

      “Esta música me condujo despaciosamente sobre las aguas”.
Y a lo largo del Strand, calle Reina Victoria arriba.
Oh, ciudad, ciudad, a veces puedo escuchar
Al pie de un bar de la Lower Thames Street,
La dulce queja de una mandolina
El barullo y la charla que sale del interior
Donde los vendedores de pescado descansan al mediodía; donde los muros
De Magnus Martyr confinan
Inexplicable esplendor de oro y jónica blancura.
El río suda
Aceite y brea
Los lanchones derivan
Con la marea
Rojos velámenes
Desplegados
A sotavento, se columpian en las baritas.
Las barcazas
Transportan leños
En dirección de Greenwich
Más allá de Isle of Dogs.
Weialala leía
Wallala leialala
Elizabeth y Leicester
Al compás de los remos
La popa era
Casco dorado
Dorado y rojo
La efervescente oleada
Rompió en las dos orillas

El viento del sudoeste
Aguas abajo arrastró
El doblar de campanas
De las torres blancas
Wialala leia
Wallala leialala
“Tranvías y polvorientos árboles.
Highbury me vio nacer. Richmond y Kew
Me sepultaron. Al pasar por Richmond alcé las rodillas,
Acostada boca arriba en el fondo de un estrecho bote”.

“Mis pies están en Moorgate, mi corazón
bajo mis pies. Después de lo ocurrido
Él lloró. Me prometió ‘empezar de nuevo’
No dije nada, ¿Por qué habría de tomárselo a mal?
“Sobre Margate Sand.
Nada puedo asociar
con nada.
Rotas uñas de manos sucias.
Mi gente, tan humilde,
No espera nada”.
la la
Luego vine a Cartago

Anhelando tan viva vivamente
Oh, Señor, tú tiras de mí
Oh, Señor, tú me halas

Anhelando muy vivamente.

[...]