La muerte y la cultura
No estoy muy convencido de que existiría la cultura sin la muerte. De existir, sin duda sería muy diferente a lo que hemos entendido siempre. Porque la definición de civilización en su acepción más básica es la capacidad de una sociedad para poder trasmitir conocimiento de una generación a la siguiente (por lo que se puede concluir que las fallas en los sistemas educativos alrededor del mundo son problemas en la estructura misma de la civilización, a pesar de los avances tecnológicos que en realidad son actos civilizatorios al poner gran parte de la información relevante y que merece ser conservada en la red), pero esa definición se diluye ante la ausencia de la muerte, porque si fuésemos inmortales tendríamos que privilegiar el uso de la memoria individual para conservar la civilización, convirtiéndose en un acto individual y no en un acto colectivo.
Es nuestra mortalidad la que define nuestra manera de actuar y en la negación de la muerte los que son nuestros vicios. La acumulación de riqueza es inexplicable sin un insensato y completamente desproporcionado pensamiento de que seremos inmortales, por lo que debemos acumular riqueza y poder a cualquier precio; cuando lo cierto es que la muerte diluirá nuestros esfuerzos y todo por cuanto hemos peleado desaparecerá en la inmensidad del mundo. La mortalidad implica compartir el conocimiento y la riqueza para multiplicar, al igual que la sensualidad para perpetuar nuestra información genética, conservar para que las futuras generaciones puedan disfrutar. Porque sin duda no seremos eternos.
La propagación inaudita del egoísmo en nuestra época sería imposible si no hubiésemos tenido tanto éxito en alejar a la muerte. En otro tiempo sería la regla en todos los estratos sociales en todas las culturas que la madre estuviese en peligro de muerte con cada embarazo, que fuera extraño el hombre que superara los cuarenta años y que la enfermedad tocara a la puerta con peligro de muerte tres o cuatro veces en la vida. A nosotros las descripciones del inicio del Decameron nos parecen extrañas, e inconcebibles las grandes epidemias de peste y de cólera que azotaron con destruir las grandes ciudades del mundo hace apenas dos siglos. Es ese éxito para alejar a la muerte lo que ha empezado a generalizar la costumbre de comportarnos como inmortales porque vivimos una vida desproporcionalmente larga y en muchos momentos alejada de la muerte.
La muerte es uno de los temas preponderantes en la cultura. Los grandes personajes mueren, se obsesionan con una pérdida o evaden a la muerte. Admiramos a los personajes que buscaron la inmortalidad o que supuestamente la alcanzaron, y es la relación con la muerte la que distingue a las auténticas religiones de otras formas de estructurar el pensamiento. Es el más grande miedo del hombre y la marca que define su actuar. No temeríamos a la novedad si nuestra vida fuera ilimitada: buscaríamos ante todas las cosas la novedad y las nuevas sensaciones (como busca la juventud que no es capaz de procesar el fenómeno de la muerte). No apoyaríamos la defensa de la salud si no tuviésemos que temer a las maneras horribles en que la enfermedad puede destruir nuestro cuerpo. No buscaríamos tener tiempo de calidad y disfrutar de lo bueno que tiene la vida si nuestro tiempo fuera ilimitado, ya que nuestras actitudes de economía se derivan directamente del hecho de que no podemos desperdiciar nuestro tiempo, ya que es la primera administración que debemos hacer y probablemente la más importante de nuestra vida.
La muerte entra en nuestra puerta, y permanece en el dintel de nuestra puerta siempre.
Hoy les dejo este poema de Rilke, quien con cierta frecuencia trataba del tema. Difrútenlo.
Requiem por la muerte de un niño
Qué de nombres me he grabado
y ahora, desde hace ya tanto tiempo y desde lejos
que he reconocido al perro, a la vaca, al elefante
y luego a la cebra, ay, ¿y para qué?
..... Aquel que ahora me sostiene
asciende como un nivel de agua
por encima del todo. ¿Es esto la calma,
el saber que uno existió cuando
no se abrió paso a través de objetos duros y tiernos
hasta el rostro comprensivo?
Y estas manos apenas comenzadas (1).
.... Vosotros decíais a veces: él promete...
Sí, yo prometí, pero lo que os prometí
ya no me intimida ahora.
A veces me sentaba largo rato junto a la casa
y seguía con la vista a un pájaro.
¡Oh, si se me hubiese permitido llegar a ser eso, ese mirar!
Esto me llevaba y me elevaba;
mis cejas quedaban muy arriba. No quería a nadie.
Pues querer era temor, ¿comprendes?
Entonces yo no era nosotros
y era mucho más grande que un adulto
y era
como si yo mismo fuese el peligro
y dentro de él
el núcleo.
Un pequeño núcleo; de buena gana se lo concedo al viento
y a las calles. Me deshice de él.
Porque nunca creí que estuviésemos todos sentados,
tan juntos. Mi palabra de honor.
Vosotros hablábais y reíais y sin embargo ninguno estaba
en el hablar ni en el reír. No.
Mientras todos vosotros vacilabais
no vacilaba ni el azucarero ni la copa llena de vino.
La manzana yacía. Qué bueno era a veces
tocar la manzana firme y plena,
la mesa fuerte, las silenciosas tazas del desayuno,
las buenas: cómo tranquilizaban el año todas ellas.
Y también mi juguete era bueno conmigo a veces.
Él podía ser casi tan confiable como las otras cosas;
sólo que no tan reposado.
Y así él estaba en un constante despertar,
como en medio entre mi sombrero y yo.
Ahí había un caballo de madera, ahí un gallo,
ahí estaba la muñeca con una sola pierna;
yo hice mucho por ellos.
Hice pequeño el cielo, cuando ellos lo veían,
porque eso lo entendí precozmente: cuán solo
está un caballo de madera. ¡Que uno pueda hacer esto!:
un caballo de madera de cualquier tamaño.
Se pinta y después uno lo tira
y él recibe los golpes del auténtico camino.
¿Por qué no era mentira llamar a esto "caballo"?
Porque uno mismo se sentía un poco como caballo:
se ponía melenudo, nervudo, cuadrúpedo
(¿para convertirse en hombre un día?).
¿Pero es que no era uno a la vez,
por él, un poco de madera
y no llegó a ser duro en el silencio
y no puso una cara reducida?.
Ahora casi creo que siempre nos hemos intercambiado.
Si veía el arroyo, cómo murmuraba yo entonces,
y si murmuraba el arroyo, entonces yo saltaba hacia él.
Cuando veía un sonar, yo sonaba
y cuando algo sonaba, yo mismo era su causa.
Así es como yo importuné al todo,
y ciertamente el todo estaba satisfecho sin mí
y se tornaba más triste adornado conmigo.
Ahora estoy de pronto retirado.
¿Empieza
un nuevo aprendizaje, un nuevo preguntar?
¿O debo decir ahora
cómo está todo entre vosotros? Entonces tengo miedo.
¿La casa? Nunca la comprendí del todo.
¿Los cuartos? Ay, había ahí tantas cosas.
... Tú, madre, ¿quién era realmente
el perro?
Y hasta el hecho de encontrar bayas en el bosque
me parece ahora un hallazgo milagroso.
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Sí, tienen que ser niños muertos
los que vienen a jugar conmigo. Porque siempre
morían algunos. Primero se quedaban en cama en el dormitorio
al igual que yo lo estuve y nunca llegaban a sanar.
Sano... ¡Cómo suena esto aquí! ¿Tiene algún sentido todavía?
Allí donde estoy
no hay, creo yo, nadie que esté enfermo.
Desde mi dolor de garganta pasó ya tanto tiempo.
Aquí cada uno es como un elíxir fresco.
Pero no he visto aún a los que nos han de beber .
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